– 'Ora sí, ¿verdat? ¿Pero qué tal cuando nosotras necesitábamos que usté fuera solitaria con nosotros? -le reclamó Cuquita.
Azucena impidió que se iniciara una serie de reclamaciones mutuas. Les dio la bienvenida a Rodrigo y a Citlali con enorme gusto y bendijo a los difamadores que los habían obligado a regresar con ellos.
La casa de Teo parecía una sucursal de la Villa. Se había convertido en el refugio obligado de todo el mundo. Azucena, Rodrigo, Cuquita y el compadre Julito ni de chiste podían regresar a su edificio, la casa de Citlali había sido allanada, la de Ex Azucena, aparte de que estaba vigilada, había quedado muy dañada por el temblor; por lo tanto, a nadie le quedaba otra alternativa que aceptar el amable ofrecimiento de Teo. Vivía en un pequeño departamento de Tlatelolco. Tlatelolco había sido su «lugar» en varias reencarnaciones, así que vivía ahí mejor que en cualquier parte.
En ese momento se encontraban todos sentados frente al televisor presenciando el debate entre los dos candidatos a la Presidencia Mundial del Planeta. Teo, al igual que Cuquita, sólo tenía una televisión de tercera dimensión, pero nadie protestó. Lo único que les interesaba era ver el momento en que Isabel iba a quedar en ridículo. Azucena se sentía muy desesperada de no poder ver. Como Teo estaba preparando la cena para todos, Cuquita era la encargada de narrarle al oído lo que estaba pasando, lo cual era una verdadera desgracia para Azucena. Cuquita no podía mascar chicle y caminar al mismo tiempo. Nunca había podido ejecutar dos acciones simultáneas: o veía el televisor o narraba lo que pasaba. Se dejaba atrapar por los sucesos interesantes y congelaba la lengua para poder concentrarse en las imágenes. Azucena tenía que estarla interrogando segundo a segundo. Lo peor era que no tenía una mejor alternativa. Rodrigo y Citlali aprovechaban la menor oportunidad para estarse besuqueando y no tenían tiempo para nadie aparte de ellos. Ex Azucena era un desastre: narraba más de lo que veía y no había manera de pararle la boca en cuanto empezaba a hablar. El compadre Julito ya estaba medio tomado y decía puras sandeces, así que su única opción era Cuquita, y eso era desesperante. No sólo porque de repente se callaba, sino porque se dormía en las partes aburridas y Azucena entonces ya no sabía si lo que pasaba era demasiado interesante o demasiado ahuevante. En ese momento era realmente ahuevante. Las últimas diez vidas del candidato europeo habían sido de lo más aburridas que alguien se puede imaginar. Cuquita se había quedado tan dormida que ni siquiera roncaba. El silencio no le gustaba para nada a Azucena, la dejaba en la total oscuridad. Ella necesitaba una voz para poder permanecer amarrada al presente, de lo contrario su sentido del oído quedaba a expensas de las melodías que los candidatos a la Presidencia estaban escuchando y se ponía a divagar. Se perdía en la negrura a que estaba condenada y viajaba a sus vidas pasadas. Eso no tenía nada de malo, pero no era lo deseable. Ella quería ser la primera en saber si la computadora de Isabel la cagaba o no. Cuando le tocó el turno a Isabel, el silencio creció en la sala. Todo mundo tenía los dedos cruzados pidiendo que se le descompusiera el aparato. Las primeras tres vidas transcurrieron sin problema. El lío comenzó cuando llegaron a su vida como la Madre Teresa. Al principio todo iba muy bien. Las imágenes de su vida como «santa» empezaron a aparecer en la pantalla con gran nitidez. Se le vio cargando a un niño desnutrido en Etiopía, repartiendo comida entre leprosos, pero de pronto, ¡la microcomputadora por fin falló!
PRESENTACION 5:
Tre Sbirri, Una Carrozza
Tosca – Puccini
SEXTA PARTE
Uno
Rodrigo gritó:
– ¡Ésa es mi misma regresión! ¡Esa mujer era yo!
Azucena lo escuchó y se sobresaltó. Regresó bruscamente del lugar donde andaba. El silencio, no sólo de Cuquita, sino de todos los demás, la había dejado a merced de la música y había tenido una regresión. No había ido muy lejos. Sólo al momento de su nacimiento en la vida presente. Se encontró con que el parto había sido dificilísimo. Traía enredadas al cuello tres vueltas de cordón umbilical. ¡Tres vueltas! Había nacido prácticamente muerta. Los médicos la habían revivido, pero por poco logra suicidarse. El motivo que tenía para querer hacerlo era que sabía que su madre iba a ser nada más y nada menos que Isabel González. Ahora sí que, ¡puta madre! ¡Ella era la hija que Isabel había mandado matar de niña! Y lo que era peor, Ex Azucena, el guarura que tan gordo le caía porque la había asesinado y se había quedado con su cuerpo, era la persona que le había salvado la vida siendo ella una niña. Claro que si por un lado le debía la vida, por el otro le debía la muerte: estaban a mano.
Los gritos de Rodrigo la sacudieron de nuevo.
– ¡Azucena! ¿Me oíste? ¡Esa vida de Isabel es la misma vida que yo había visto!
Azucena estaba tan aturdida por lo que acababa de descubrir que le tomó un rato entender lo que Rodrigo, auxiliado por la metiche de Cuquita, le estaba tratando de decir: que Isabel era una asesina de lo peor, que había sido empaladora, que había matado al cuñado de Rodrigo en otra vida, que ahora sí que todo se iba a aclarar, que había quedado como lazo de cochino frente a todos los habitantes del planeta, que se lo merecía por cerda, que de seguro la iban a matar por haber engañado a todos con la microcomputadora que traía en la cabeza, que pronto todos ellos iban a estar libres de sospecha, etcétera, etcétera, etcétera.
El sueño de opio terminó cuando Teo silenció a todos y les pidió que pusieran atención a lo que estaba pasando. La imagen del televisor estaba en negro. La explicación que dieron a los espectadores fue que se les había caído el sistema de transmisión. Abel Zabludowsky estaba leyendo un reporte especial enviado por la Procuraduría General del Planeta en el que se detallaba la información. Pero a fin de cuentas lo que se pretendía era convencer a la población de que las imágenes que acababan de apreciar no existían, que habían sido producto de un sabotaje a la estación de televirtual con el único objetivo de desacreditar a Isabel.
– ¡No es posible! -aullaron todos-. Si lo vimos bien claro.
Azucena se desesperó. Tenían que demostrar que Isabel mentía. Era la única manera de derrotarla. El compadre Julito rápidamente abrió las apuestas para ver si lo iban a lograr o no. Los pesimistas se inclinaban por el fracaso, pero Azucena no. No podía resignarse. Estaba dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias con tal de triunfar, así fuera por medio de una lucha armada. Pero no era tan sencillo. En la Tierra nadie tenía armamento. El compadre Julito y ella habían diseñado un plan para organizar una guerrilla de a deveras, pero necesitaban dinero, contactos y una nave espacial para transportar las armas, y no tenían ni lo uno ni lo otro. Lo más fácil por el momento era presentar pruebas de que las imágenes que el mundo entero había visto eran ciertas. Tenían que reunirlas, pero ¿dónde? ¡Cómo le hacía falta la Ouija cibernética! La habían tenido que dejar dentro de la nave del compadre Julito, y la nave del compadre Julito estaba en un planeta alejadísimo de la Tierra. ¡Ya ni llorar era bueno! No habían tenido otra alternativa. Lo peor era que al huir habían salido tan deprisa que habían dejado dentro de su departamento las fotos de la regresión de Rodrigo, el compact disc, el discman para escucharlo y la violeta africana con todo y las fotos relativas al asesinato del doctor Diez. ¡Ni pensar en poder recuperarlas!
Azucena no sabía por dónde empezar. Buscó a Teo y lo abrazó. Le urgía que la inundara de paz. Estaba tan agotada de pensar que dejó la mente en blanco y, al hacerlo, el diamante que tenía en su frente proyectó al interior la Luz Divina. Azucena tuvo un momento de increíble lucidez. Recordó que durante la regresión que le había practicado a Rodrigo en el interior de la nave espacial, él había mencionado que Citlali, la india a la que había violado en 1527, lo había violado a él en la vida de 1890. Citlali, por lo tanto, era el cuñado que había abusado de Rodrigo siendo éste el hermano de Isabel. Si pudieran hacerle una regresión se vería cómo la había asesinado Isabel. ¡Qué coraje que no tenía la música adecuada a la mano! Se trató de consolar pensando que aunque pudiera hacerle la regresión y obtener nuevas fotografías no le iban a servir de mucho, pues ninguno de ellos se podía presentar ante la policía mientras fueran buscados como presuntos criminales. Tenían que reunir nuevas pruebas en algún lugar. De pronto, Citlali se acordó que ella aún tenía en su poder la cuchara que a Azucena tanto le interesaba. Azucena se puso muy feliz, pero en cuanto recordó que ya no contaban con la Ouija cibernética se deprimió. Habría sido buenísimo obtener un análisis de la cuchara. Azucena recordaba perfectamente que en una de las fotos de la regresión de Rodrigo aparecía reflejado en la cuchara el rostro del violador y de la persona que se había acercado a asesinarlo por la espalda, o sea, el rostro de Isabel en su etapa de hombre. ¡Esa sí que sería una buena prueba en contra de la candidata! ¡Qué coraje que no había manera de obtener la imagen!