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—Demasiado bonito —rezongó Tumannu, la productora teatral—. Esa nota debe sonar como si llegaras al orgasmo. No como un pájaro.

—Sí, sí —dijo Kokor—. Lo lamento.

Siempre decía que sí a todo y después actuaba a su antojo. Esta comedia no valía la pena si no podía lucir la voz de vez en cuando. Y hacía reír cuando actuaba a su manera, ¿o no? Nadie podía reprocharle su actuación. Tumannu sólo quería que fuera sumisa, y Kokor se resistía. La sumisión era para los hijos, los esposos y los animales domésticos.

—No como un pájaro —repitió Tumannu.

—¿Por qué no puede ser un pájaro llegando al orgasmo? —preguntó Gulya, que regresaba del escenario.

Kokor rió entre dientes e incluso Tumannu sonrió de mala gana.

—Alguien te espera, Kyoka —dijo Tumannu.

Era un hombre. Pero no un admirador de su obra, pues en ese caso habría estado en el frente, contemplando su actuación. Kokor lo había visto antes. Sí, aparecía de vez en cuando, cuando Wetchik, el esposo permanente de Madre, iba de visita. Era el mayordomo de Wetchik. Administraba la tienda de flores exóticas cuando Wetchik salía con una caravana. ¿Cómo se llamaba?

—Soy Rashgallivak —dijo él, con suma gravedad.

—¿Sí?

—Lamento informarte de que tu padre ha sido víctima de un acto de violencia.

La desconcertada Kokor tardó un instante en comprenderlo.

—¿Alguien le ha herido?

—Fatalmente.

—Oh —dijo Kokor, desconcertada por la respuesta—. ¿Eso significa que está… muerto?

—Lo atacaron en la calle y lo mataron a sangre fía —asintió Rashgallivak.

Kokor no se sorprendió. Últimamente Padre se había portado como un déspota, al enviar a todos esos soldados enmascarados a las calles. Aterraba a todo el mundo. Pero Padre era tan fuerte y enérgico que costaba imaginar que alguien pudiera frustrar sus planes por mucho tiempo. Y mucho menos para siempre.

—¿No hay esperanzas de… recuperación? Gulya estaba cerca e intervino naturalmente en la conversación.

—Parece tratarse de un caso normal de muerte, con lo cual el pronóstico no es favorable — rió.

Rashgallivak le dio un violento empujón que le hizo tambalear.

—Muy gracioso.

—¿Ahora dejan entrar a los críticos entre bastidores? —dijo Gulya—. ¿Durante la representación?

—Lárgate, Gulya —dijo Kokor. Había sido un error acostarse con el viejo. Desde entonces se creía con derecho a entrometerse en cuestiones personales.

—Naturalmente, lo mejor sería que me acompañaras —dijo Rashgallivak.

—No —dijo Kokor—, no sería lo mejor. —¿Quién era aquel hombre? Que ella supiera, no eran parientes. Kokor tendría que acudir a Madre. ¿Estaba Madre al corriente?—. ¿Madre ya sabe…?

—Por supuesto, se lo conté primero a ella, y ella me dijo dónde encontrarte. Son tiempos muy peligrosos, y le prometí que te protegería.

Kokor supo que Rashgallivak estaba mintiendo. ¿Para qué necesitaba la protección de un desconocido? ¿Y de qué iba a protegerla? Pero los hombres siempre usaban la protección como excusa. Cuando un hombre hablaba de proteger a una mujer, sólo deseaba adueñarse de ella. Y si ella quisiera que un hombre fuera su dueño, ya tenía un esposo. No necesitaba que la cuidara aquel viejo imbécil.

—¿Dónde está Sevet?

—Aún no la hemos encontrado. Insisto en que me acompañes.

Tumannu se entrometió.

—Kokor no irá a ninguna parte. Aún le quedan tres escenas, incluyendo el final.

Rashgallivak abandonó su aire de tonta timidez para enfrentarse a ella con inesperada arrogancia.

—¿Crees que se quedará a terminar una obra cuando acaban de matar a su padre? — declaró. Kokor se preguntó si esa arrogancia ya había estado antes pero ella no la había visto.

—Sevet debe enterarse de lo que ha sucedido —contestó Kokor.

—Se lo diremos en cuanto la encontremos.

¿Diremos? ¿Quiénes? No importa, pensó Kokor. Yo sé dónde encontrarla. Conozco todos los lugares adonde lleva a sus amantes para no ofender a su pobre esposo, Vas. Sevet y

Vas, como Kokor y Obring, tenían un matrimonio abierto, pero Vas no era tan flexible como Obring. Algunos hombres eran muy… territoriales. Quizá fuera porque Vas era científico, no artista. Obring, en cambio, entendía la vida artística. Nunca se le ocurriría imponerle un cumplimiento estricto del contrato matrimonial. A veces le gastaba bromas acerca de los hombres con quienes ella salía.

Kokor, por supuesto, jamás insultaría a su esposo mencionándolos ella misma. Era distinto si él oía rumores. Cuando Obring los mencionaba, Kokor ladeaba la cabeza y decía: «Tonto, tú eres el único a quien quiero.»

Y de algún modo era cierto. Obring era encantador, aunque no tuviera el menor talento teatral. Siempre le llevaba regalos y le contaba sabrosos chismes. Por eso Kokor había renovado dos veces el contrato matrimonial. La gente comentaba que ella era muy fiel, pues estaba casada con su primer esposo desde hacía más de dos años, siendo una bella joven que podía casarse con cualquiera. Había aceptado ese matrimonio para complacer a la madre de Obring, la vieja Dhel, que había servido como su tía y era la mejor amiga de Madre. Pero había aprendido a querer sinceramente a Obring. Le gustaba estar casada con él, mientras pudiera acostarse con quien quisiera.

Sería divertido encontrar a Sevet y ver con quién dormía esa noche. Hacía años que Kokor no la pillaba en esa situación. Encontrarla con un hombre desnudo y sudado, decirle que Padre había muerto, observar la expresión del pobre hombre cuando comprendiera que su noche de amor había concluido.

—Yo se lo contaré a Sevet —dijo Kokor.

—Tú vendrás conmigo —insistió Rashgallivak.

—Tú te quedarás a terminar la obra —terció Tumannu.

—La obra no es más que… otsoss —dijo Kokor, usando la palabra más cruda que se le ocurrió.

Tumannu dio un respingo, Rashgallivak se ruborizó y Gulya rió con sorna.

—Buena definición —comentó. Kokor palmeó a Tumannu en el brazo.

—De acuerdo. Estoy despedida.

—¡Ya lo creo! —exclamó Tumannu—. ¡Y si te largas de aquí esta noche, tu carrera ha terminado! Rashgallivak la miró con sorna.

—Con la parte que le corresponde de la herencia del padre, comprará tu teatrucho, y también a tu madre.

—¿Ah, sí? —preguntó Tumannu—. ¿Quién era su padre? ¿Gaballufix?

Rashgallivak quedó genuinamente sorprendido.

—¿No lo sabías?

Era evidente que no. Kokor reflexionó un instante y comprendió que nunca se lo había mencionado a Tumannu. Y eso significaba que no se había valido del nombre y el prestigio de su padre, sino que había obtenido el papel con su propio esfuerzo. ¡Maravilloso!

—Sabía que era hermana de la gran Sevet —dijo Tumannu—. De lo contrario no la habría contratado. Pero nunca imaginé que tuvieran el mismo padre.

Kokor sintió un agudo aguijonazo de rabia, pero decidió dominarse. Si no se calmaba, podía soltar cualquier insensatez.

—Debo encontrar a Sevet —insistió.

—No —dijo Rashgallivak. No había terminado de hablar, pero en ese momento apoyó una mano en el brazo de Kokor para detenerla, y ella le asestó un rodillazo en la entrepierna, como hacían todas las actrices de comedia cuando un admirador inoportuno se ponía demasiado pesado. Era un reflejo automático. No había sido su intención, y menos pegarle con tanta fuerza. No era un hombre muy corpulento, y casi lo levantó en vilo.