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– Deberías haberme informado de ese defecto, cuñado.

– No era mi obligación. -Entrelazó las manos por delante en un gesto que denotaba una completa indiferencia-. Muy bien, Mary, has cumplido con tu deber. -Los gélidos ojos negros de Fitz se clavaron en los de Mary Bennet, adquiriendo gradualmente un brillo de inseguridad cuando comprobó que ella ni se sentía fulminada por su mirada ni se encogía-. Cuando murió tu padre, Charles Bingley y yo decidimos que serías adecuadamente recompensada por tu buena disposición a quedarte con tu madre. Tu padre no estaba en condiciones de dejarte nada, y prefirió legarle los bienes que no tenía hipotecados a Lydia, que por entonces se encontraba en grandes dificultades. A su entender, Charles Bingley y yo quedaríamos en deuda contigo por ocuparte de tu madre y a una considerable distancia de nosotros.

– Por evitaros sus estupideces, quieres decir -añadió Mary.

Darcy pareció retroceder, y luego se encogió de hombros.

– Un poco eso. Por dichos servicios, nosotros abrimos un fondo con un montante de quinientas libras anuales. En total, hay ocho mil quinientas libras.

– La verdad es que las damas de compañía no están tan bien pagadas como yo -dijo Mary con voz monótona.

– En todo caso, Shelby Manor ha de venderse del mismo modo que se compró… en su totalidad y completa, incluyendo los libros de la biblioteca y los servicios de la familia Jenkins. Ya hemos encontrado un comprador, sobre todo por los Jenkins. Así que debo pedirte que abandones esta casa, cuñada, y créeme que lo siento mucho.

– Lo sientes de boquilla -dijo Mary, resoplando.

Darcy dejó escapar una leve risilla sofocada.

– Puede que los años no hayan hecho mella en tu cara o en tu figura, pero han añadido más acíbar que azúcar a tu lengua.

– Respecto a eso, échale la culpa a la repugnancia hacia una religión con la que me sentía profundamente a disgusto y a los incomparables atractivos de una larga vida sin nada que hacer. Una vez que tuve bien educada a mamá (lo cual no fue difícil), las horas de mis días se me hicieron demasiado largas y pesadas. Para cambiar la metáfora, podrías decir que la cancela oxidada de mi mente recibió lubricación a partir de los contenidos de esta excelente biblioteca, por no mencionar la compañía de tu hijo. Él ha sido un maravilloso regalo.

– Me alegro de que sirva para algo.

– No discutamos por Charlie, aunque no puedo dejar de decirte que cada día que pasa sin que tú no aprecies sus cualidades es un día más que demuestra que eres un estúpido. Y respecto a mí, entonces, ¿qué me propones que haga una vez que ha concluido mi tarea?

Había ido enrojeciendo a medida que escuchaba aquellas mordaces palabras, pero contestó educadamente.

– Deberías venir con nosotros a Pemberley, o ir con Jane a Bingley Hall… tu elección, supongo, dependerá de si prefieres vivir con chicas o con chicos.

– En ambos lugares tendría una existencia vacía.

Las comisuras de los labios de Darcy parecieron derrumbarse.

– ¿Es que tienes alguna otra alternativa? -preguntó, y su voz sonó recelosa.

– Con más de ocho mil libras, tendré un poco de independencia.

– Explícate.

– Preferiría vivir sola.

– Mi querida Mary, las damas de tu condición… ¡no pueden vivir solas!

– ¿Y por qué no? A los treinta y ocho años, ya no tengo muchas posibilidades de encontrar marido, cuñado. ¿Sugieres que me coja una Almería Finchley? ¡Bah!

– No aparentas los treinta y ocho años que tienes, y lo sabes. Shelby Manor tiene suficientes espejos para que te mires. ¿O es que quieres ir con lady Menadew?

– ¿Con Kitty? Acabaría matándola antes de un mes, ¡y ella a mí!

– Georgiana y el general han acogido a la señora Jenkinson desde que Anne de Bourgh murió. Ella estaría encantada de hacerte compañía en… ¿en dónde? ¿Un cómodocottage, tal vez?

– La señora Jenkinson siempre está moqueando y suspirando. Suticdouloureux es aún peor en invierno, cuando resulta más difícil evitar la compañía.

– Entonces, tal vez alguna otra mujer más adecuada… ¡No puedes vivir sola!

– Ninguna mujer, ni adecuada ni poco adecuada, de ningún tipo.

– ¿Qué demonios quieres? -exclamó, exasperado.

– Quiero ser útil. Sólo eso. Tener un objetivo. Quiero poder enorgullecerme de lo que soy. Quiero poder mirar atrás y ver con orgullo y con un sentimiento de satisfacción algo que haya hecho yo misma.

– Créeme, Mary, ya has sido de mucha utilidad, y seguirás siendo útil… en Pemberley, o en Bingley Hall.

– No -dijo la mediana de las Bennet, completamente en serio.

– Sé razonable, mujer…

– Cuando era una niña, no tenía sensatez ninguna. No me la inculcaron porque no tenía ningún ejemplo en el que pudiera fijarme, incluidos mis padres y mis hermanas. Ni siquiera Elizabeth, que era la más inteligente, tenía cabeza alguna. Pero ella no necesitaba tener buen juicio. Era encantadora, ingeniosa, y rebosaba sensibilidad. Pero tener sensibilidad no es tener sentido -dijo Mary, completamente desatada-. Sin embargo, en la actualidad, cuñado Fitz, tengo tan buen juicio que no puedes ni intimidarme ni acobardarme. Tener juicio es saber lo que una espera de la vida, y lo que yo quiero es tener un objetivo. Aunque admito que… -se interrumpió con gesto meditabundo-, admito que aún no estoy muy segura de cuál puede ser mi objetivo. Lo que es seguro es que mi objetivo no será vivir ni con Lizzie ni con Jane, desde luego. Me hundiría y me convertiría en una molestia para todo el mundo.

Darcy se levantó.

– Tienes un mes -dijo mientras permanecía en pie-. El contrato de venta de Shelby Manor se firmará entonces y debes tener decidido tu futuro. ¡Olvídate de esa idea de vivir sola! No lo permitiré.

– ¿Qué te da derecho a decidir sobre mí? -preguntó, y dos manchas de ardiente carmesí tiñeron sus mejillas y sus ojos se tornaron de color violeta.

– El derecho de ser tu cuñado, el derecho de ser mayor que tú y el derecho de ser un hombre que tienejuicio. Mi posición y mi situación pública como ministro de la Corona, si no mi condición personal como un Darcy de Pemberley, implica que me sea de todo punto imposible tolerar a familiares excéntricos o con conductas impropias.

– ¿Pretendes comprarme con ocho mil quinientas libras? -replicó.

– Estaré encantado de buscarte una casa, para que vivas en ella con el decoro apropiado y adecuadamente. En el campo, mejor que en la ciudad… en Derbyshire o Cheshire.

– ¡Ah…! En algún lugar donde puedas tener vigilada a la cuñada excéntrica de conducta impropia. Gracias, pero no. ¿Esas ocho mil quinientas libras son mías o están en manos de un albacea? ¡Quiero una respuesta clara, porque averiguaré la verdad de todos modos!

– El dinero es tuyo, y está invertido al cuatro por ciento. Si se mantiene esa inversión, te dará una renta de unas trescientas cincuenta libras anuales -dijo Fitz, ignorando cómo arreglárselas con aquella arpía. Por fuera era igualita que Elizabeth… ¿Significaba aquello que Elizabeth albergaba también una arpía en su interior?

– ¿Dónde está ingresado?

– En Hertford, en el despacho de Patchett, Shaw, Carlton y Wilde.

El aspecto de su mirada le permitió respirar; y cuando Darcy se disponía a encaminarse hacia la puerta, se detuvo.

– Estoy seguro de que te portarás bien y me permitirás que yo dirija tus negocios, cuñada -dijo, con voz pétrea-. Te prohíbo que te ocupes tú misma. Eres la hija de un caballero, y estás unida a mi familia. No me gustaría que me desafiaras. A principios del año próximo espero una respuesta satisfactoria por tu parte.

Aparentemente, Darcy la había puesto en su lugar, así que ella lo siguió. Salieron de la biblioteca y bajaron al vestíbulo de la puerta principal, donde esperaban Lizzie y Charlie, junto a Hoskins, la avinagrada mujer que atendía a Elizabeth con una posesiva ferocidad.