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– Usted simplemente tiene miedo de que yo le revuelva las manzanas antes de que usted pueda señalarme la mejor, porque usted está convencida de que yo elegiría la peor.

– ¡Qué tontería!

– De todos modos, esperemos que la segunda parte del trabajo sea más rápida que la primera. Y me gustaría ocupar todavía este sillón cuando lleguen al resultado final.

– Revisar un pajar de heno siempre lleva más tiempo que colocar las manzanas en un cajón, señor Magnus.

Él sofocó una risita.

– Bueno, manténgame informado.

– Por supuesto, señor ministro -contestó ella con tono obediente, y cortó la comunicación, sonriendo.

Cuando John Wayne entró en la oficina, la doctora miraba pensativamente al teléfono, mordiéndose los labios.

Esa tarde, a las cuatro en punto, la doctora Carriol entró en el salón de conferencias de la Cuarta Sección, acompañada de su secretario privado. Él anotaría todo lo que se dijera utilizando el antiguo sistema taquigráfico, decisión que ambos habían adoptado cuando se trataba de una reunión altamente secreta. Las grabadoras eran demasiado peligrosas; aunque alguien consiguiera apoderarse de las notas taquigráficas, tendría que enfrentarse con la dificultad de interpretar las modificaciones que John Wayne había hecho en los signos. Después él mismo traducía sus notas en una antigua máquina de escribir sin memoria, a la que no se podía adaptar un micrófono, como ocurría con las modernas máquinas de escribir. Luego destruía personalmente sus notas y sus borradores, antes de copiar el informe final para guardarlo en carpetas, en cuya portada se leía «SECRETO».

Era una reunión de muy poca gente. Incluyendo a John Wayne eran sólo cinco personas, ubicadas dos a cada lado de la larga mesa ovalada, presidida por la doctora Carriol, que tendiendo los dedos sobre la pila de expedientes que tenía frente a ella, fue directa al grano.

– Doctor Abraham, doctora Hemingway, doctor Chasen. ¿Están listos?

Todos asintieron con aire solemne.

– Entonces empezaremos por el doctor Abraham. ¿Tu informe, Sam, por favor?

Se puso las gafas para leer y sólo el leve temblor de sus dedos delató el alto grado de excitación en que se encontraba. Adoraba a la doctora Carriol, le estaba infinitamente agradecido por haberle brindado la oportunidad de participar en una operación de esa envergadura y no le resultaba tentadora la idea de tener que volver a dedicarse a actividades más mundanas.

– La carga de mi computadora era de treinta y tres mil trescientos sesenta y ocho al empezar, y he seguido el régimen prescrito para reducir esa cifra a mi selección final de tres personas. Mi investigador jefe seleccionó a las mismas tres personas siguiendo un camino absolutamente diferente al mío. Enumeraré a mis candidatos en mi orden de preferencia. -Se aclaró la garganta y abrió la primera de las tres carpetas que había sobre la mesa, a su mano derecha.

Mientras el doctor Abraham hablaba, se oía un crujir de papeles de las carpetas que iban abriendo los demás.

– Mi primera elección recae sobre el maestro Benjamín Steinfeld. Se trata de un norteamericano de cuarta generación cuyos antepasados eran judíos polacos. Tiene treinta y ocho años, está casado y tiene un hijo de catorce años que acude a la escuela y tiene un diez de promedio. Su comportamiento como marido y como padre es de diez puntos en una escala de uno a diez. Estuvo casado previamente y se divorció dos años después. El juicio fue iniciado por su esposa. Se graduó en la Escuela Musical de Juilliard y en la actualidad es director del Festival de Invierno de Tucson, Arizona, y es el responsable de la serie de conciertos y actividades musicales que la «CBS» ha televisado en todo el país con una audiencia cada vez mayor. Como ustedes sabrán, los domingos dirige en la «CBS» un forum sobre problemas de actualidad con el tacto suficiente como para no exacerbar ni el dolor ni la emoción del pueblo. Es el programa que cuenta con el nivel más alto de audiencia en los Estados Unidos. Estoy seguro de que ustedes le habrán visto, así que no entraré en detalles acerca de la personalidad del maestro Steinfeld, de su habilidad oratoria o de su posible carisma.

La doctora Carriol siguió la exposición de su subordinado en la carpeta que había abierto. Con el entrecejo fruncido, levantó una fotografía del maestro para estudiarla a la luz, analizándola despiadadamente como si nunca la hubiera visto. Examinó la estructura ósea, los labios firmes y bien dibujados, los grandes ojos oscuros y brillantes y el mechón castaño que le caía sobre la ancha frente. Sin duda se trataba del típico rostro de un director de orquesta y se preguntó por qué tendrían siempre tanto pelo colgando.

– ¿Alguna objeción? -preguntó, mirando al doctor Chasen y a la doctora Hemingway.

– Sam, con respecto al primer matrimonio, ¿investigaste los motivos por los que su primera esposa decidió divorciarse? -preguntó la doctora Hemingway, con una expresión de perrito inteligente, que mostraba que estaba disfrutando intensamente de tan esperada sesión informativa.

El doctor Abraham se mostró escandalizado.

– ¡Naturalmente! No hubo ninguna enemistad y el asunto no arroja ninguna sombra sobre la personalidad del maestro. Su primera esposa descubrió que ella prefería a las personas de su propio sexo. Le confió sus sentimientos al maestro Steinfeld; él la comprendió totalmente y quiero añadir que también la apoyo durante los primeros años, bastante angustiosos, de su relación lesbiana. Él pidió el divorcio para volverse a casar, pero permitió que fuera su esposa la que iniciara el juicio porque en esa época ella se encontraba en una situación laboral bastante difícil.

– Gracias, doctor Abraham. ¿Alguna otra objeción? ¿No? Muy bien, entonces háblenos acerca de su segundo candidato -dijo la doctora Carriol, guardando la fotografía del maestro Steinfeld en la carpeta correspondiente. Después la cerró y la colocó cuidadosamente a un lado antes de abrir la siguiente.

– Shirley Grossman Schneider, una norteamericana de octava generación con sangre judía de varias procedencias, pero mayoritariamente alemana. Tiene treinta y siete años, está casada y tiene un hijo de seis años, clasificado como muy inteligente. En una escala de uno a diez, ella ha obtenido la máxima calificación como esposa y como madre. Es astronauta y sigue trabajando en la NASA; fue directora de la serie de misiones espaciales Phoebus, que construyeron el generador solar piloto en la órbita terrestre; es autora del bestseller Domesticando al sol, y actualmente ejerce como jefa de portavoces de la NASA ante el pueblo norteamericano. Es presidenta de la Sociedad Científica de Mujeres de América. Durante sus años universitarios fue una renombrada feminista y fue responsable de la adopción de la palabra «hombre» como término genérico en cualquier situación en que se encontrara involucrado cualquiera de los dos o ambos sexos. Es posible que ustedes recuerden su famosa frase: «¡Cuando yo presido una reunión no pretendo ser una figura, estoy decidida a ser un excelente presidente. Su manera de hablar en público puede ser calificada de elocuente, ingeniosa y emocionalmente conmovedora. Y, cosa poco habitual en una feminista declarada y militante como ella, es tan popular entre los hombres como entre las mujeres. Además de ser sumamente personal, esa señora posee muchísimo encanto.

Un rostro hermoso y fuerte, pensó la doctora Carriol, con una expresión que confirmaba la extraordinaria carrera de valentía física y psíquica de la astronauta. Pero en sus grandes ojos grises asomaba la expresión de la auténtica pensadora.

– ¿Objeciones?

Nadie las tenía.

– ¿Y el tercer candidato, doctor Abraham?

– Percival Taylor Smith, con antepasados norteamericanos que por parte de padre se remontan hasta el año 1683 y por parte de madre al 1671, todos blancos, anglosajones y protestantes. Tiene cuarenta y dos años de edad, está casado y tiene una hija que acaba de cumplir dieciséis años y es estudiante con un promedio de diez. Como marido y padre le clasifiqué con diez puntos. Es el presidente de la Comisión de Readaptación Social de Palestrina, Texas, una de las ciudades de reubicación de la Zona B más grande del país, con sede en Corpus Christi. Los resultados obtenidos por la actividad de este candidato son insólitos. Palestrina tiene un promedio de cero en suicidios y sus servicios psiquiátricos no informan de la existencia de pacientes que sufran de neurosis debida a reubicación o a problemas del medio ambiente. Podría calificarse a su personalidad como la de un vencedor y es un orador de primera. Según los datos de mi computadora, se trata del trabajador más entregado a su labor, y su actitud con respecto a los actuales problemas norteamericanos es magnífica.