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De modo que la atmósfera del ingenio cósmico contenía un veinte por ciento de oxígeno, lo mismo que la atmósfera terrestre. ¿Era una casualidad? No. Con esa concentración, precisamente, la hemoglobina de la sangre se satura completamente de oxígeno. Por lo tanto, la nave cósmica tenía que incluir un sistema circulatorio. La muerte de una parte del cerebro acarrearía fatalmente la muerte del conjunto.

Me precipité hacia el sótano.

Al rememorar ahora nuestras tentativas para salvar el cerebro artificial, vuelvo a experimentar el sentimiento de impotencia y de amargura que nos invadió entonces.

¿Qué podíamos hacer?

Aquel cerebro creado por los hombres de otro planeta, estaba muriendo. Su parte inferior aparecía reseca y ennegrecida. Sólo en la parte superior quedaba un poco de materia palpitante. Cuando alguien se acercaba, las pulsaciones se hacían febriles, como si el cerebro pidiera ayuda.

Habíamos descubierto rápidamente cómo funcionaba el sistema que proporcionaba el oxígeno. Tal como había supuesto, aquella respiración se producía por medio del hema, una combinación química semejante a la hemoglobina. También habíamos comprendido fácilmente cómo funcionaban los otros dispositivos que alimentaban al cerebro y absorbían el gas carbónico.

Pero no podíamos evitar la muerte de las células del cerebro. En alguna parte, sobre un planeta desconocido, unos seres racionales habían sintetizado la materia cerebral, la más perfectamente organizada. Habían sabido enviar su cerebro artificial a las profundidades del Cosmos. Sin duda alguna, las células de aquel cerebro habían registrado múltiples secretos del Universo. Pero nosotros no podíamos enterarnos de ellos. El cerebro moría.

Utilizamos todos los medios de que disponíamos, desde los antibióticos hasta la intervención quirúrgica. Inútilmente.

En mi calidad de presidente del comité especial de la Academia de Ciencias, pregunté una vez más a mis colegas si habíamos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance.

Nos encontrábamos en la pequeña sala de conferencias del Instituto. Estaba amaneciendo. Los sabios se habían sentado y permanecían silenciosos, rendidos de fatiga.

Nikonov se pasó la mano por el rostro y respondió con voz ronca:

— Todo.

Los otros asintieron.

Durante seis días, mientras vivieron las últimas células del cerebro, nos relevamos junto a él, sin interrumpir por un solo instante las observaciones. Resulta difícil enumerar todo lo que aprendimos. Pero lo más interesante fue el descubrimiento de la substancia utilizada para proteger los tejidos vivientes contra las radiaciones.

La nave cósmica tenía un casco relativamente delgado que los rayos cósmicos traspasaban con facilidad. Esta circunstancia nos impulsó, desde el primer momento, a buscar en las células del bio-autómata una substancia protectora. Y la encontramos. Una concentración ínfima de esa substancia sensibiliza al organismo contra las dosis más elevadas de radiaciones. En adelante, podríamos simplificar considerablemente la construcción de las naves cósmicas. Ya no sería necesario colocar los reactores atómicos detrás de pesadas pantallas protectoras, lo cual nos acercaba extraordinariamente a la era de las naves estelares atómicas.

El sistema de regeneración del oxígeno resultó también muy interesante. Durante años enteros, una colonia de algas desconocidas en la Tierra y que pesaban menos de un kilogramo habían absorbido regularmente el gas carbónico y desprendido el oxígeno que el cerebro necesitaba.

Hablo de los descubrimientos biológicos. Pero los realizados por los ingenieros serán todavía más importantes, sin duda. Tal como creía Astakhov, la nave cósmica llevaba un motor antigravitacional. No estoy en condiciones de entrar en detalles técnicos acerca de su construcción, pero puedo afirmar una cosa: los físicos tendrán que revisar a fondo sus conceptos sobre la naturaleza de la gravitación. La era de la técnica atómica dejará paso, probablemente, a la era de la técnica antigravitacional. Gracias a ella, los hombres controlarán energías y velocidades actualmente inconcebibles.

Los análisis nos revelaron que el casco de la nave estaba construido con una aleación de titanio y de berilio. Pero, a diferencia de las aleaciones ordinarias, estaba constituida por un solo cristal. Nuestros metales son, por así decirlo, una mezcla de cristales. Cada uno de los cristales, por separado, es sólido. Pero están unidos muy débilmente entre ellos. El metal del futuro estará formado por un solo cristal, muy sólido. Al modificar la red cristálica, será posible modificar sus propiedades ópticas, su resistencia, su conductibilidad.

Y, sin embargo, el descubrimiento más importante — hasta ahora no ha sido aún descifrado— se refiere al cerebro artificial de la nave cósmica. Los tres cables que colgaban del cilindro estaban conectados efectivamente con él por medio de un sistema bastante complicado. Gracias a ellos, durante seis días unos oscilógrafos muy sensibles pudieron registrar las corrientes del bio-autómata. No se parecían en nada a las biocorrientes del cerebro humano. Y pusieron de relieve toda la diferencia existente entre el cerebro artificial y un verdadero cerebro. En efecto, el cerebro de la nave cósmica no era más que una instalación cibernética en la cual unas células vivas desempeñaban el papel de lámparas. A pesar de toda su complejidad, era incomparablemente más simple, más especializado, por así decirlo, que el cerebro humano.

En seis días, se registraron millares de metros de oscilogramas. ¿Conseguiremos descifrarlos? ¿Qué nos revelarán? Tal vez la historia del viaje a través del Cosmos.

De momento, a propósito de esa piedra caída de las estrellas, son numerosos los que saben mucho, todos saben algo, pero nadie sabe lo suficiente. Sin embargo, llegará el día en que queden desvelados sus últimos secretos.

Y entonces, unos mensajeros terrestres, unas naves provistas de un motor antigravitacional, remontarán el vuelo hacia las inmensidades sin límites del Universo.

No serán conducidas por hombres. La vida humana es corta y el Universo infinito.

Serán conducidas por unos bio-autómatas. Las naves del futuro, después de millares de años de viaje, después de haber penetrado en las lejanas galaxias, regresarán a la Tierra, portadoras de la llama inextinguible del Saber.

Edición digital de Sadrac

Revisión de urijenny (odoniano@yahoo.com.ar)