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Kahlan hizo el gesto de echarse su larga melena sobre la espalda, sin recordar que ya no la tenía. Costaba olvidar las costumbres de toda una vida, recordar que le habían cortado el pelo.

— Pensaré en ello —replicó.

Al regresar al comedor volvió a ocupar su lugar frente al fuego, que era la única fuente de luz en la sala. Permaneció sola, pues todos la evitaban. La Confesora contemplaba las llamas, observaba como algo que había estado vivo se convertía en cenizas.

Al rato se dio cuenta de la presencia de Zedd a su lado. Todavía no se había acostumbrado a verlo vestido como un figurín.

— ¿Quieres un sorbo de té con especias? —le preguntó el mago, tendiéndole su taza.

Kahlan respondió sin apartar los ojos del fuego.

— No, gracias.

El mago habló, haciendo rodar la taza entre las palmas.

— Kahlan, no puedes seguir culpándote. No fue culpa tuya.

— Mientes muy mal, hechicero. Vi la expresión de tus ojos cuando te conté lo que había hecho. ¿Lo recuerdas?

— Ya te lo he explicado. Ya sabes que me encontraba bajo el hechizo lanzado por las tres brujas, y que solamente una fuerte impresión podía romperlo. La ira puede conseguirlo, pero debe tratarse de un acceso de ira totalmente incontrolado. Ya te he dicho cuánto lamento lo que te hice.

— Vi la expresión de tus ojos. Querías matarme.

Zedd la miró fijamente.

— Tenía que hacerlo, Madre Confesora…

— Kahlan. Ya te he dicho que no soy la Madre Confesora.

— Puedes llamarte como se te antoje, pero eres quien eres. Renegando de tu nombre no vas a cambiarlo. Y, como ya te he explicado, tenía que hacerlo. Para que un hechizo de muerte funcione la persona encantada debe estar convencida de que va a morir.

»Una vez que la ira me hizo recuperar la memoria, supe que tenía que utilizar un hechizo de muerte. Así pues, aproveché los acontecimientos para hacer lo necesario. Fue un acto desesperado. De no haberlo hecho de ese modo, la gente no hubiera creído que veía cómo te cortaban la cabeza.

Kahlan se estremeció al recordar ese hechizo. Mientras viviera nunca olvidaría el gélido toque del hechizo de muerte.

— Podrías haber usado tu magia para destruir al Consejo. Podrías haberme salvado matando a esos malvados.

— Y entonces todo el mundo hubiera sabido que seguías con vida. La locura del odio afectaba a todos. De haber hecho lo que sugieres, hubiésemos tenido todo el ejército y miles de personas tras nuestros pasos. Así nadie nos persigue y podemos hacer lo necesario.

— Hazlo tú. Yo he abandonado la causa de los buenos espíritus.

— Kahlan, ya sabes qué ocurrirá si abandonamos. Fuiste tú quien el otoño pasado viniste a la Tierra Occidental para buscarme y decirme que no podía abandonar. Tú me convenciste de que, si abandonamos el lado de la magia, de lo que está bien y dejamos de ayudar a los indefensos, estamos sirviendo al enemigo la victoria en bandeja de plata.

— Los espíritus me negaron su ayuda. No hicieron nada cuando entregué a Richard a las Hermanas de la Luz; dejaron que le hiciera daño, dejaron que se fuera de mi lado para siempre. Los buenos espíritus han escogido de qué lado están, y no es del mío.

— La misión de los buenos espíritus no es gobernar el mundo de los vivos. Somos nosotros quienes debemos hacer eso.

— Eso díselo a alguien a quien le importe.

— A ti te importa. Ahora mismo no te das cuenta. Yo también he perdido a Richard, pero sé que no puedo permitir que eso me impida hacer el bien. ¿Crees que Richard te amaría si fueras realmente el tipo de persona capaz de abandonar a quienes la necesitan?

En vista de que Kahlan nada respondía, Zedd insistió.

— Una de las razones por las que Richard te ama es por tu pasión por la vida. Te quiere, porque tú luchas por ella con todo lo que tienes, con el mismo ardor que él. Ya lo has demostrado.

— Él era lo único que nunca le pedí a la vida, lo único que pedí a los buenos espíritus. Y mira lo que le han hecho. Cree que le traicioné. Le obligué a ponerse al cuello un collar, algo que temía más que a la muerte. No sirvo para ayudar a nadie; solamente causo dolor.

— Kahlan, posees magia. Ya te he dicho que no debemos permitir que la magia muera. El mundo de los vivos necesita magia. Si se extingue, toda la vida se verá empobrecida y es posible incluso que se destruya.

»Nadie sabe con qué fuerzas contamos. Debemos ir a Ebinissia, algo que nadie espera, y unir todas las fuerzas de la Tierra Central para lanzar el contraataque. Nadie sabrá que hemos hecho renacer Ebinissia de las cenizas de la muerte.

— ¡Muy bien! Si eso te hace callar, seré la reina. Pero solamente hasta que Cyrilla se recupere.

El fuego crepitaba. Zedd habló en un suave tono admonitorio.

— Sabes que no es eso a lo que me refería, Madre Confesora.

Kahlan guardó silencio y tuvo que morderse la parte interior de las mejillas para contener las lágrimas. No quería que Zedd la viese llorar.

— Los magos de antaño crearon a las Confesoras. Tú posees una magia única; posee elementos que ningún otro tipo de magia tiene, ni siquiera la mía. Kahlan, eres la última Confesora. Tu magia no debe morir contigo. Ambos hemos perdido a Richard. Así son las cosas; debemos aceptarlo y seguir adelante. La vida y la magia deben continuar.

»Debes tomar pareja y transmitir tu magia al mundo para el futuro.

Kahlan seguía con la vista clavada en el fuego.

— Kahlan —susurró Zedd—, debes hacerlo para demostrar el amor y la fe de Richard en ti.

Lentamente la mujer se dio la vuelta hacia el comedor. Orsk estaba sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, junto a Chandalen. Solamente él la miraba con su único ojo; la cicatriz que le cruzaba el otro presentaba un aspecto especialmente desagradable a la luz de las llamas. Orsk no la perdía de vista. Todos los demás presentes trataban de parecer muy ocupados en sus propios asuntos.

— Orsk —lo llamó.

El gigantón se levantó de un salto y cruzó la sala. Luego esperó con los hombros encorvados a que le diera una orden, ya fuera llevarle una taza de té o matar a alguien.

— Orsk, sube a mi dormitorio y espérame.

— Sí, mi ama.

Cuando el hombre hubo subido los peldaños de tres en tres, Kahlan lentamente atravesó el comedor. Pudo oír cómo su cama crujía cuando Orsk se sentó en ella a esperarla.

Ya había colocado una mano encima del poste de arranque cuando Zedd la detuvo.

— Madre Confesora, no tiene por qué ser él. Seguro que puedes encontrar a alguien que te guste más.

— Eso no importa. Ya lo he tomado con mi poder. ¿Por qué hacer daño a otro innecesariamente?

— Kahlan, no estoy diciendo que tenga que ser ahora. Espera un poco. Yo sólo digo que tienes que tratar de aceptarlo y que con el tiempo seguro que lo consigues.

— Hoy, mañana, el año siguiente. ¿Qué más da? Me sentiré igual dentro de diez años. Los magos han usado a las Confesoras durante miles de años. ¿Por qué tendría yo que ser distinta a mis antecesoras? Cuando antes acabe con esto, antes estarás tú satisfecho.

Zedd la miró con ojos llorosos.

— Kahlan, te equivocas. Es la esperanza de vida.

La mujer sintió una lágrima que le corría por la mejilla. Podía ver el dolor reflejado en los ojos de Zedd, pero no mostró compasión por él.

— Llámalo como quieras. Eso no cambiará lo que es; una violación. Mis amigos lograrán hacer lo que mis enemigos no pudieron; violarme.

— Lo sé, querida. Lo sé muy bien.

Kahlan hizo ademán de subir, pero nuevamente la mano de Zedd la detuvo.

— Kahlan, te lo ruego, primero haz algo por mí. Ve a dar un paseo para pensártelo y pide a los espíritus que te guíen. Reza a los buenos espíritus, pídeles orientación.

— No tengo nada que decir a los buenos espíritus. Son ellos quienes desean esto; te han enviado a ti para que me «guíes».