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— ¿Richard posee Magia de Resta? Imposible.

— Llevaba barba y la hizo desaparecer. Para recordarte la lección que le diste, dijo que solamente la Magia de Resta podría lograrlo.

— Es realmente asombroso. —El mago fijó en ella su aguda mirada y comentó—: Estás empapada de sudor, muchacha. —Con una enjuta mano en la frente comprobó si estaba enferma—. No, no tienes fiebre. ¿Por qué estás sudando?

— Es que… hacía calor en el otro mundo. Mucho calor.

— Hmmm. —El mago se fijó en su pelo—. Y tienes el pelo enmarañado. ¿Qué clase de mago te daría una melena revuelta? Yo te lo hubiera hecho crecer peinado. Ese chico tiene mucho que aprender. No lo hizo nada bien.

Kahlan desvió la mirada para decir:

— Créeme, lo hizo perfectamente.

El mago volvió la cabeza y la escrutó con un solo ojo.

— ¿Qué habéis estado haciendo toda la noche? Porque habéis pasado toda la noche juntos. ¿Qué habéis hecho?

Kahlan notó que las orejas le ardían. Por suerte, la melena se las volvía a cubrir.

— Bueno, no sé. ¿Qué hacéis tú y Adie cuando pasáis toda la noche juntos?

— Bueno… —El mago carraspeó—. Bueno, nosotros… —Entonces levantó el mentón y señaló hacia lo alto con un dedo—. Hablamos. Sí señora, eso hacemos, hablar.

Kahlan se encogió de hombros.

— Pues eso mismo hemos hecho nosotros, como tú y Adie. Nos hemos pasado la noche charlando.

Zedd esbozó una astuta sonrisa y a continuación la estrechó con fuerza entre sus delgados brazos, dándole palmaditas en la espalda.

— Me alegro mucho por ti, querida.

El mago la cogió de las manos y bailó con ella por la sala. Ahern sonrió, sacó una pequeña flauta y los acompañó con una alegre melodía.

— ¡Mi nieto es un mago! ¡Mi nieto será un gran mago como su abuelo!

La celebración se prolongó varios minutos más. Todo el mundo se unió a las risas y acompañó la música con palmas.

Pero una persona se mantenía aparte, Adie, sentada en una mecedora en la esquina. Escuchaba la música con una sonrisa de tristeza.

Kahlan se dirigió hacia la anciana, se arrodilló frente a ella y le cogió sus frágiles manos.

— Me alegro por ti, pequeña —dijo Adie.

— Adie, los espíritus te mandan un mensaje.

La anciana sacudió la cabeza con pesar.

— Lo siento, pequeña, pero no lo entendería. No recuerdo nada de esa Adie.

— Prometí que te lo daría. Alguien del otro mundo ha insistido mucho. ¿Quieres oírlo?

— Bueno, dímelo, aunque lamentablemente no lo entenderé.

— Es un mensaje de alguien llamado Pell.

La sala se quedó en silencio y la mecedora en la que se sentaba Adie dejó de balancearse. La anciana se enderezó ligeramente. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

— ¿De Pell? —preguntó, apretando con fuerza las manos de Kahlan—. ¿Tienes un mensaje de mi Pell?

— Sí, Adie. Quiere que sepas que te quiere y que está en un lugar de paz. Me encargó que te dijera que sabe que nunca lo traicionaste, que sabe que le amas y que siente mucho que sufrieras tanto. Descansa en paz sabiendo que reina la armonía entre vuestros espíritus.

Adie clavó en Kahlan sus blancos ojos, de los que se le escapaban las lágrimas.

— ¿Mi Pell sabe que no lo traicioné?

— Sí, Adie. Lo sabe y te quiere, como siempre.

Adie atrajo a Kahlan hacia sí y la abrazó mientras lloraba.

— Gracias, Kahlan. No te imaginas lo que esto significa para mí. Me lo has devuelto todo. Me has devuelto el sentido de la vida.

— Sé cuánto significa, Adie.

Adie le acarició la cabeza, manteniéndola muy apretada.

— Sí, pequeña, es posible que sí.

Jebra y Chandalen se encargaron del desayuno mientras el resto hablaba y trazaba planes. Aunque limpiar Ebinissia de todos los cadáveres sería una tarea realmente atroz, al menos era aún invierno, pues con buen tiempo hubiese sido mucho peor. Después de Ebinissia, volverían a unificar toda la Tierra Central.

Kahlan les dijo que Richard trataría de reunirse con ellos en la capital de Galea y que posiblemente tendría que regresar junto con Zedd a la Tierra Occidental para ocuparse de las Hermanas de las Tinieblas. Pero, por el momento, éstas seguían en el mar.

Después de dar cuenta de un buen desayuno acompañado por una animada charla, durante el cual reinó una alegría ausente desde hacía mucho tiempo, empezaron a hacer el equipaje. Chandalen, con gesto de preocupación, se llevó a Kahlan a un aparte.

— Madre Confesora, quisiera preguntarte algo. Se lo preguntaría a otra persona, pero no sé a quién.

— ¿Qué es, Chandalen?

— ¿Cómo se dice «pechos» en tu lengua?

— ¿Qué?

— ¿Que cuál es la palabra para decir pechos? Me gustaría decirle a Jebra que tiene unos bonitos pechos.

Kahlan, sintiéndose muy violenta, hizo rodar los hombros.

— Chandalen, lo siento, tendría que haber hablado contigo sobre esto mucho antes. Supongo que con todo lo que ha pasado se me fue de la cabeza.

— Pues habla ahora. Quiero decirle a Jebra cuánto me gustan sus pechos.

— Chandalen, entre la gente barro eso es un cumplido, pero en otros lugares se considera una grosería. Decir eso es muy grosero, hasta que las dos personas ya se conocen bien.

— Yo ya la conozco bien.

— No lo suficiente. Confía en mí en este asunto. Si realmente te gusta, no le digas eso o tú no le gustarás a ella.

— ¿Es que a las mujeres de aquí no les gusta oír la verdad?

— No es tan sencillo. ¿Le dirías a una mujer barro que te gustaría verle el pelo limpio de lodo, aunque sea la verdad?

El hombre barro levantó una ceja.

— Ahora te entiendo.

— ¿Te gustan otras cosas de ella?

El guerrero asintió con entusiasmo.

— Sí. Me gusta todo de ella.

— Pues entonces dile que te gusta su sonrisa, o su pelo, o sus ojos.

— ¿Cómo sabré qué partes puedo alabar y cuáles no?

Kahlan suspiró.

— Bueno, por ahora limítate a cualquier parte que no esté cubierta por ropa y no te equivocarás.

El hombre asintió, pensativo.

— Eres una mujer sabia, Madre Confesora. Me alegro de que Richard vuelva a ser tu pareja, porque de otro modo no dudo que habrías elegido a Chandalen.

Kahlan se rió y lo abrazó. Chandalen le devolvió el abrazo.

Luego salió para hablar con los soldados —el capitán Ryan, el teniente Hobson, Brin, Peter y otros que conocía—. También ellos se contagiaron de su sonrisa y su buen humor.

Seguidamente fue a los establos para ver a Nick. Chandalen lo había robado al abandonar Aydindril. El gran caballo de guerra relinchó débilmente al verla.

Kahlan le acarició el hocico gris y el corcel frotó la cabeza contra ella.

— ¿Cómo estás, Nick? —El caballo relinchó—. ¿Te gustaría llevar a la reina de Galea al palacio de Ebinissia?

Nick sacudió la cabeza con entusiasmo; estaba impaciente por abandonar los establos y salir afuera, al nuevo día.

Del borde del tejado de los establos colgaban carámbanos de hielo, que empezaban a fundirse. Kahlan contempló las colinas. Iban a tener uno de esos excepcionales días cálidos de invierno. Pero pronto llegaría la primavera.

La señora Sanderholt se quedó muy sorprendida cuando Richard tomó otro cuenco de sopa acompañado por otro pedazo de pan.

— Señora Sanderholt, prepara la mejor sopa picante del mundo, después de la mía.

En la cocina todo el mundo estaba muy atareado preparando los desayunos. El ama de llaves cerró la puerta.