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— Richard, me alegro de que estés mejor. Anoche temí que hicieras algo terrible llevado por la pena. Pero el cambio es demasiado grande. Ha tenido que ocurrirte algo para que pasaras de ese estado de total abatimiento al buen humor que muestras esta mañana.

Richard alzó la vista hacia ella, sin dejar de masticar. Tras engullir el pan replicó:

— Se lo diré si promete guardar el secreto, por ahora. Pero no debe decírselo absolutamente a nadie; sería peligroso.

— Lo prometo.

— Kahlan no está muerta.

La señora Sanderholt se quedó mirándolo, sin comprender.

— Richard, estás peor de lo que creía. Yo misma vi cómo…

— Sé lo que vio. El Primer Mago es mi abuelo. Usó un hechizo para hacer creer a todos que Kahlan había sido ejecutada, para que no la persiguieran y pudiera escapar. Kahlan está a salvo.

La mujer le lanzó los brazos al cuello.

— ¡Oh, alabados sean los buenos espíritus!

— No sabe usted cuánto —replicó el joven con una pícara sonrisa.

Richard se llevó el cuenco de sopa afuera para contemplar el amanecer. No podía estar encerrado entre cuatro paredes sintiendo tal dicha. Así pues, se sentó en los vastos escalones y contempló el espléndido palacio que lo rodeaba. Torres y chapiteles se alzaban hacia el cielo, bañados por la tenue luz del alba.

Mientras se comía la sopa observó una gárgola colocada en el borde de un enorme friso que descansaba sobre columnas estriadas. La luz que atravesaba las rosadas nubes perfilaba la grotesca forma encorvada.

Richard se acababa de llevar una cucharada de sopa a la boca cuando le pareció que la gárgola inspiraba hondo. Inmediatamente dejó el cuenco en el suelo y se levantó, sin apartar ni por un instante los ojos de la oscura figura. Ésta se movió ligeramente.

— ¡Gratch! ¿Gratch, eres tú?

La figura no reaccionó. Tal vez no era más que su imaginación. Pero Richard abrió los brazos.

— ¡Gratch! Por favor, si eres tú, perdóname. Gratch, te he echado mucho de menos.

La figura permaneció inmóvil un segundo más, pero entonces desplegó las alas, saltó de la cornisa del edificio y descendió en picado hacia Richard. El enorme gar aterrizó sobre los escalones, muy cerca de él, batiendo las alas.

— ¡Gratch! ¡Oh, Gratch, cuánto te he echado de menos! —El gar lo miraba con sus relucientes ojos verdes—. No sé si me entiendes, pero quiero que sepas que no lo dije en serio. Solamente trataba de salvarte la vida. Por favor, perdóname. Richard quiere a Gratch.

El gar batió las alas. De entre sus largos colmillos brotó una nube de vaho, y enderezó las orejas.

— Grrrratch quierrrrg a Raaaach aaarg.

El gar se lanzó a los brazos de Richard, al que tumbó de espaldas. El joven estrechó con fuerza a la peluda bestia, mientras que Gratch lo envolvía con brazos y alas. Ambos acariciaron la espalda del otro y ambos sonrieron, a su modo.

Cuando finalmente se sentaron, Gratch se inclinó hacia Richard, clavando la mirada en su rostro. Con el dorso de una enorme garra, le acarició la barbilla. Richard también se llevó una mano a su rostro, ahora lampiño, y sonrió.

— Ya no está. Nunca más llevaré barba.

Gratch arrugó la nariz en gesto de desaprobación y lanzó un gorgoteante gruñido.

Richard se echó a reír.

— Ya te acostumbrarás, Gratch. —Juntos contemplaron en silencio el amanecer—. Soy un mago, ¿sabes?

Gratch se rió a su peculiar manera y frunció el entrecejo, dubitativo. Richard se preguntó cómo era posible que un gar supiera qué era un mago. El gar nunca dejaba de asombrarlo con sus conocimientos y su capacidad de comprensión.

— Va en serio; soy un mago. Mira, te lo demostraré. Encenderé fuego.

Richard extendió la palma de la mano y apeló al poder que guardaba en su interior. Pero por mucho que se esforzó nada ocurrió. Ni siquiera pudo conseguir una chispa. Suspiró mientras Gratch se reía a mandíbula batiente, celebrando la broma con un poderoso aleteo.

Entonces recordó algo, algo que le había dicho Denna. Él le había preguntado cómo había hecho todas esas cosas en el Jardín de la Vida usando magia. Denna lo había mirado con esa sabia sonrisa de paz y le había respondido: «Siéntete orgulloso de haber elegido bien, Richard, de haber tomado las decisiones que han permitido que ocurriera lo que ocurrió. Pero no caigas en la arrogancia de creer que todo ha sido obra tuya».

El joven se preguntó dónde estaba la línea y se dio cuenta de que aún le quedaba mucho por aprender antes de ser verdaderamente un mago. Ni siquiera estaba seguro de querer serlo, pero ahora aceptaba quién era. Alguien nacido con el don, nacido para ser el guijarro en el estanque, el hijo de Rahl el Oscuro que había tenido la gran suerte de ser criado por gente que lo quería. Notó la empuñadura de la espada contra su codo. Esa espada había sido forjada para él.

Era el Buscador. El verdadero Buscador.

Nuevamente sus pensamientos se centraron en el espíritu que le había dado mucha más felicidad que el dolor que le causara en vida. Se sentía profundamente satisfecho de que Denna hubiera hallado la paz. No hubiera podido desear nada mejor para ella, para alguien a quien amaba.

Richard despertó de sus reflexiones y palmeó el brazo de Gratch.

— Espera aquí un momento. Te traeré algo.

Richard corrió a la cocina y cogió una pata de cordero. Al verlo llegar, Gratch se puso a bailar de contento apoyándose primero sobre una pata y luego sobre la otra. Juntos se sentaron de nuevo en los escalones. Richard comía su sopa y el gar devoraba la carne.

Al acabar —Gratch no había dejado ni el hueso—, Richard sacó un largo mechón del pelo de Kahlan.

— Esto pertenece a la mujer a la que amo. —Gratch se quedó pensativo, tras lo cual alzó la mirada y extendió cuidadosamente una zarpa—. Toma, quiero que te lo quedes. Le hablé de ti y de nuestra amistad. Te querrá tanto como yo, Gratch. Ella nunca te echará de mi lado. Podrás estar con nosotros siempre que quieras y tanto tiempo como desees. Devuélvemelo un momento.

Gratch le tendió el mechón de cabello. Richard se quitó la cinta de la que pendía el colmillo de Escarlata. Ya no le serviría, pues ya lo había usado para llamarla una vez. Ató el mechón a la cinta y luego se la colgó al cuello.

— Voy a reunirme con ella. ¿Te gustaría acompañarme?

Gratch asintió con entusiasmo, movió las orejas y batió las alas.

Richard posó la mirada en la ciudad que se extendía a sus pies. Vio tropas que se movían por ella. Muchas tropas. De la Orden Imperial. No tardarían mucho en armarse de valor para investigar la muerte del Consejo, aunque hubiese sido a manos de un mago.

El joven sonrió.

— En ese caso será mejor que vaya a buscar un caballo y nos pongamos en marcha. Debemos irnos.

Miró por última vez el día que nacía. Una brisa que contenía la promesa de calor hizo ondear la capa de mriswith. Pronto llegaría la primavera.