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La bestia dirigió un barrido con su único brazo a las piernas del guardián, el cual dio dolorosamente con los huesos en el suelo. Inmediatamente, el aullador le saltó sobre el pecho. Zedd pugnaba por recuperarse. Rachel acercó la cerilla encantada a la espalda del monstruo, y la cerilla prendió. Zedd le propinó puñetazos de aire, tratando de lanzarlo al agua, pero el aullador no soltaba a Chase. Su furiosa mirada de ojos negros atravesaba el muro de llamas y retraía los labios mientras gruñía.

Chase alzó la maza con ambas manos y dio un terrible golpe a la poderosa bestia en la espalda. El impacto lanzó al aullador al agua. Las llamas se apagaron al entrar en contacto con el agua con un sibilante sonido y vapor.

Sin perder ni un segundo, Zedd prendió fuego al aire por encima del agua, usando el calor de ésta para alimentarlo. El fuego conjurado por el mago absorbió todo el calor del agua, que se convirtió en un sólido bloque de hielo. El aullador quedó atrapado. Las llamas chisporrotearon al apagarse cuando el calor que las alimentaba se agotó. Sobrevino un súbito silencio sólo roto por los gemidos de los heridos.

Rachel se abalanzó sobre Chase.

— Chase, Chase, ¿te encuentras bien? —preguntó Rachel al guardián con voz ahogada por las lágrimas.

— Sí, pequeña, estoy perfectamente —respondió el hombre, abrazándola al tiempo que se incorporaba en posición sentada.

Pero Zedd se dio cuenta de que eso no era del todo cierto.

— Chase, ve a sentarte en ese banco. Tengo que ayudar a esa gente y no quiero que la niña vea a los heridos.

El mago sabía que de este modo evitaría que el guardián se paseara, herido, hasta que pudiera atenderlo. No obstante, Zedd se sorprendió cuando Chase hizo un gesto de asentimiento y no intentó protestar.

El comandante y ocho de sus hombres acudieron a toda prisa. Unos pocos de ellos se veían ensangrentados; uno presentaba zarpazos irregulares que habían atravesado el metal del peto. Todos ellos posaron la mirada en el aullador, congelado en el estanque.

— Buen trabajo, mago Zorander. —El comandante le dirigió un leve saludo de cabeza y una sonrisa de respeto—. Unos pocos heridos siguen con vida. ¿Puede hacer algo por ellos?

— Les echaré un vistazo. Comandante, quiero que tus hombres hagan pedazos con las hachas a esa bestia antes de que halle el modo de derretir el hielo.

— ¿Queréis decir que aún está viva? —inquirió el soldado, muy asombrado.

Zedd respondió con un gruñido afirmativo.

— No pierdas tiempo, comandante.

Los soldados ya tenían prestas las hachas en forma de media luna y sólo esperaban la orden. A una señal del comandante, cargaron contra el hielo y se balancearon antes de detenerse patinando.

— Mago Zorander, ¿qué tipo de criatura es?

Tras mirar al comandante, Zedd posó los ojos en Chase, que escuchaba con atención. El mago respondió sin apartar la mirada del guardián del Límite.

— Es un aullador. —Fiel a su costumbre, Chase no mostró reacción alguna. El mago se volvió de nuevo hacia el soldado.

Los grandes ojos azules del comandante estaban abiertos de par en par.

— ¿Hay aulladores sueltos? —susurró—. Mago Zorander… no lo diréis en serio.

Zedd estudió la cara del comandante y reparó por primera vez en las cicatrices ganadas en combates a muerte. Para un soldado de D’Hara, las batallas solían ser a muerte. Era un hombre que normalmente no dejaba que el temor asomara a sus ojos, ni siquiera al enfrentarse a la muerte.

El mago lanzó un suspiro. Hacía días que no dormía. Después de que las cuadrillas trataran de capturar a Kahlan, ésta, creyendo que Richard había sido asesinado, invocó el Con Dar o Cólera de Sangre, y mató a sus atacantes. Ella, Chase y Zedd caminaron durante tres días y tres noches para llegar al palacio y tomar venganza. Una vez que había invocado el Con Dar, esa milenaria mezcolanza de magias, nada podía detener a una Confesora. En el palacio fueron capturados y, finalmente, descubrieron que Richard no había muerto. Eso había ocurrido ayer, aunque parecían años.

Mientras ellos miraban, impotentes, Rahl el Oscuro había trabajado toda la noche para conjurar la magia del Destino de las tres cajas, y esa misma mañana había muerto al abrir la caja equivocada. Richard lo había engañado usando la Primera Norma de un mago. Era la prueba de que Richard poseía el don, aunque ni él mismo lo creyera, pues sólo alguien con el don podría usar la Primera Norma de un mago contra un nigromante de la talla de Rahl el Oscuro.

Zedd lanzó un vistazo a los hombres que destrozaban a hachazos al aullador atrapado en el hielo.

— ¿Cómo te llamas, comandante?

El soldado se puso firmes y respondió con arrogancia:

— Comandante general Trimack, Primera Fila de la Guardia de Palacio.

— ¿Primera Fila? ¿Y eso qué es?

Orgulloso, el hombre apretó las mandíbulas.

— Es el círculo de acero que rodea a lord Rahl, mago Zorander. Está formado por dos mil hombres, todos dispuestos a dar hasta la última gota de sangre para proteger al amo Rahl.

— Ya comprendo. Comandante general Trimack, estoy seguro de que un hombre de tu posición sabe que una de las responsabilidades que conlleva su rango es soportar en silencio y soledad la carga del saber.

— Así es.

— Pues ahora tu carga, al menos de momento, será saber que esa criatura es un aullador.

Trimack soltó un profundo suspiro antes de replicar:

— Comprendo. ¿Y los heridos, mago Zorander? —preguntó mirando a la gente caída al suelo por todo el patio.

Zedd sentía respeto hacia un soldado que mostraba preocupación por heridos inocentes. Si antes había mostrado indiferencia no había sido por crueldad, sino por cumplir con su deber. Su instinto había sido repeler el ataque.

— ¿Sabes que Rahl el Oscuro ha muerto? —preguntó el mago a Trimack, mientras los dos hombres echaban a andar hacia donde se encontraban los heridos.

— Sí. Esta mañana estaba en el gran salón y vi al nuevo lord Rahl antes de que se marchara a lomos del dragón rojo.

— ¿Y piensas servir a Richard con la misma lealtad con la que servías a Rahl el Oscuro?

— Es un Rahl, ¿verdad?

— Es un Rahl.

— ¿Y posee el don?

— Así es.

— Entonces sí. Yo y mis hombres daremos nuestra vida para protegerlo.

— No será nada fácil servirlo. Es muy terco.

— Todos los Rahl lo son.

Zedd no pudo evitar sonreír.

— También es mi nieto, aunque él no lo sabe todavía. De hecho, ni siquiera sabe aún que es un Rahl, ni el nuevo lord Rahl. Es posible que le cueste aceptar su nueva posición, pero un día te necesitará. Comandante general Trimack, consideraría un favor personal que fueses comprensivo con él.

Trimack recorrió la zona con la mirada dispuesto a afrontar cualquier nuevo peligro.

— Yo daría mi vida por él.

— Creo que, en un principio, necesitará más tu comprensión. Richard cree que no es nada más que un guía de bosque. No ve que es un líder tanto por carácter como por nacimiento. Al principio se negará, pero al fin tendrá que aceptar quién es.

Finalmente, una sonrisa apareció en el rostro de Trimack.

— De acuerdo. —El soldado se detuvo y miró de cara al mago—. Soy un soldado de D’Hara y mi deber es servir a lord Rahl. Pero lord Rahl también debe servirnos a nosotros; debe ser la magia que nos ampare de la magia. Sin nuestras espadas él podría sobrevivir, pero sin su magia nosotros estamos perdidos. Ahora decidme qué está haciendo un aullador fuera del inframundo.

Zedd suspiró y, finalmente, hizo un gesto de asentimiento.

— Tu lord Rahl se dedicaba a una magia muy peligrosa, magia del inframundo, y rompió el velo que separa este mundo del mundo de la muerte.