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La mayoría de los crímenes que había investigado eran casos jurisdiccionales, crímenes violentos en cuya investigación participaba el FBI porque los asesinatos ocurrían en más de un estado. No eran muchos los asesinos capaces de orquestar una operación tan detallada como la de estos asesinatos.

¿Y dónde podía buscar? ¿Entre sus familiares? ¿Sus amigos, vecinos o colegas? ¿Gente que sentía una fascinación grotesca con sus crímenes? Por ese camino, aparecerían miles de sospechosos. Le dolía la cabeza. Se frotó los ojos y de pronto se sintió muy cansada.

Lo peor era no saber si tendrían tiempo suficiente antes de que el cabrón volviera a actuar.

Rowan llevaba el pelo suelto, y su postura ahora era menos rígida. Miró un par de veces por encima del hombro, y dio un respingo cuando el guardaespaldas la tocó.

A cierta distancia, él sonrió. Ella estaba agotada y tenía miedo. Bien. Él sentía una terrible emoción al pensar que le hacía pasar noches en blanco. Esperaba que cada vez que conciliara el sueño la despertaran pesadillas de sangre. ¿Sentía ella alguna culpa? ¿Alguna complicidad? Al fin y al cabo, eran sus propias palabras las que determinaban quién vivía y quién moría. Soltó una risilla ahogada mientras la observaba.

Había vuelto a casa con ese guardaespaldas y se había encontrado con ese agente del FBI que la esperaba en la puerta desde hacía una hora. El agente había llamado a la puerta varias veces, y cada cierto rato miraba su reloj mientras se paseaba de arriba abajo. El federal no le preocupaba.

El guardaespaldas, en cambio, le preocupaba un poco. Conociendo a Rowan como él la conocía, no había imaginado que pediría ayuda. Era una mujer tan segura de sí misma, tan serena. No era el tipo de mujer que pediría un guardaespaldas. ¿Su amante? No, no había estado con un tío desde antes de dejar el FBI. ¿Cómo se llamaba ese tío? Ah, sí. Hamilton. También era un federal.

Ay, sí, él la había estado observando, de una manera u otra, desde hacía mucho tiempo.

Del guardaespaldas se ocuparía cuando llegara el momento indicado. Le bastaría con un silenciador, aunque detestaba las armas. Convertía el asesinato en algo tan impersonal.

Eso sería para más tarde.

Primero, había que quebrar a Rowan. Quería que se derritiera, que ardiera. Necesitaba sus emociones, su temperamento. Sobre todo, quería ver su miedo. Entonces, y sólo entonces, se le aparecería.

Hasta entonces, tenía muchas cosas de que ocuparse. Había marcado a los elegidos para morir. Ahora nada podía alterar sus destinos. Él era un dios, y el destino seguiría su curso. Entonces él y Rowan volverían a encontrarse. Ella sabría quién era él, y él le enseñaría qué era el miedo.

Y le imploraría por su vida antes de morir.

Esperó hasta que oscureció, y se marchó. Le esperaba un vuelo a otro destino.

Capítulo 5

Esperó a que Tess cerrara la puerta de su apartamento y, justo en ese momento, le tapó la boca con la mano. Ella reaccionó con la velocidad de un rayo, lanzó el portátil hacia atrás y le dio con fuerza en el hombro, pero él aprovechó el impulso del golpe para doblarle el brazo. La obligó a soltar el portátil y le dobló el brazo hacia atrás sin piedad. La vio hacer una mueca de dolor e intentar darse la vuelta para recuperar el control, pero ya había perdido.

La soltó y encendió las luces.

– Te he dicho mil veces que tu atacante puede aprovechar tu impulso para utilizarlo contra ti.

– ¡John! ¡Qué cabrón! -Tess intentó pegarle, pero él la agarró por el brazo-. ¿Cómo has podido entrar?

Él la miró con un aire misterioso.

– Tus cerraduras son un juego de niños para mí, pero en realidad me colé por la ventana del cuarto de baño. Te he dicho no sé cuántas veces que le pongas un cierre de seguridad. -La miró con una mueca-. Venga, has perdido, digas lo que digas. Déjalo correr ya -dijo, y la abrazó con fuerza-. Te he echado de menos, hermanita.

– Yo también te he echado de menos, hasta hace unos dos minutos. -Tess se echó hacia atrás y lo miró como una madre miraría a su hijo perdido, con el cariño y la preocupación pintados en su bello rostro de duendecillo-. Has perdido unos cuantos kilos.

– Las selvas de América del Sur. Todo lo que puedas comer o beber lo sudas.

– Deja que te prepare algo de comer.

– Pensaba que no me lo ibas a proponer. -La siguió a la diminuta cocina, comprobando las ventanas a su paso-. ¿Tienes un poco de zumo?

– Zumo de naranja -dijo ella, señalando hacia la nevera. Cogió una olla del fregadero y la llenó de agua-. Sabes que lo único que sé cocinar son espaguetis.

– Algunas cosas nunca cambian. Pero me encantan los espaguetis. -En realidad, a John no le importaba tanto el proceso de comer como el hecho de proporcionarle combustible a su cuerpo. Sacó la caja de zumo, la sacudió y engulló el contenido. Luego la tiró al cubo de la basura y volvió a mirar en la nevera. Sacó una botella de agua y se bebió la mitad de un solo trago.

Tess lo miraba con una media sonrisa.

– Sí, hay algunas cosas que nunca cambian.

– Cuéntame más acerca del caso de Mickey. -John cogió una silla y se sentó frente a la pequeña mesa de la cocina apoyándose en el respaldo hasta que la silla quedó tan inclinada que se levantaron las patas.

Ella se encogió de hombros y vació una lata de tomate en una cacerola.

– No hay mucho que contar salvo que ha muerto una segunda mujer. Una florista.

– ¿Una imitación del libro de Smith? -En el aeropuerto de México D.F. había comprado la última novela de Rowan Smith, Crimen de corrupción. Se lo leyó de una sentada en el avión, totalmente enganchado. Le gustó el protagonista, un agente del FBI muy serio, con defectos muy reales, y el malo era la maldad personificada con una cara tan normal como… como la suya.

De no saber que esa maldad existía, habría pensado que exageraba. Pero había conocido a asesinos tan retorcidos y descerebrados que le extrañaba de verdad que fueran capaces de disimular su maldad.

Incluso Satanás había sido un ángel.

– ¿John?

Él sacudió la cabeza y le sonrió.

– Nada, estaba soñando despierto.

– Parecía más bien una pesadilla -dijo Tess-. ¿Estás bien?

– No he logrado pillar a Pomera.

Su hermana lo miró con un brillo de simpatía.

– ¿Ha sido porque te llamé a destiempo? ¿Te saqué de ahí demasiado pronto?

Él negó con un gesto de la cabeza.

– Tenía que encontrar el escondite o resignarnos a que la próxima semana tuviéramos toneladas de droga llegando a nuestras costas. Al menos dimos con un alijo grande. Tardarán un tiempo en recuperar sus pérdidas y rehacer el inventario. Un mes, quizá dos.

– ¿Y después volverán a hacer negocios? -preguntó Tess, que se había quedado boquiabierta-. ¿Después de sólo dos meses? ¿De qué sirve? Hagas lo que hagas, destruyas las toneladas que destruyas, siempre habrá más.

Ésa era la triste realidad de la lucha contra las drogas. Mataran a los hombres que mataran, y por muchas toneladas de cocaína y heroína que destruyeran, siempre habría criminales más osados y legiones de campesinos pobres que se dedicarían al cultivo y, al final, siempre habrá más droga. Pero con tal de que pudiera salvar a un solo chico de cometer la misma estupidez que Denny…

No podía pensar en su amigo muerto ahora. No después de haber estado tan cerca de echarle el guante a Pomera. Sin embargo, el muy hijo de su madre siempre estaba más allá de su alcance. La próxima vez.