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La breve reunión fue interrumpida por el carraspeo de una mujer. John se giró para mirar a Rowan Smith por primera vez.

Le sorprendió su propia reacción. Él no era del tipo atracción a primera vista. Sin embargo, la imagen que tenía de Rowan por la foto de su libro no era nada comparada con la mujer en persona. Tenía el mismo aire rígido y distante que había visto en la foto. Una mujer elegante, con clase. Una mezcla de mujer provocadora de los años treinta y profesional del siglo veintiuno que ponía sus distancias. Sin duda una mujer bella y atractiva. Sin embargo, había algo más. Sus ojos azules inteligentes y atormentados, observadores y curiosos. John se fijó en cómo se mantenía distante de ellos, con el cuerpo levemente girado, como si estuviera preparada para dar un salto aunque lo estuviera mirando fijamente a los ojos.

Era cautivadora.

John miró a Michael y vio esa mirada familiar en la expresión de su hermano. Estaba totalmente embrujado. Michael lo miró y frunció el ceño, casi imperceptiblemente. Quizá viera en John a un rival, al menos en lo que se refería a la señorita Rowan Smith.

Se miraron por un instante, y John intentó calcular hasta dónde había caído Michael. Sin duda, su hermano ya estaba bastante prendido, pero disimulaba bien sus emociones. Si John no conociera tan bien a Michael, no habría visto el brillo de la rivalidad en su mirada.

Cuando iban al instituto, inventaron la regla de «Yo la Vi Primero», para no pelearse por las chicas. Sólo se llevaban un año, y a menudo sucedía que les gustaban las mismas chicas. Para que la paz reinara en la familia, decidieron que el primero en ver a una chica tenía derecho a ser el primero en exponerse a un rechazo.

Esta vez no.

John olvidó la regla en ese preciso instante. Por cómo lo miraba Michael, él también lo sabía.

Ya se lo compensaré.

Por otro lado, no tenían tiempo para diversiones ni juegos mientras un asesino anduviera suelto. Y la primera responsabilidad de John era proteger a los suyos. Y ahora, también a Rowan Smith.

Capítulo 6

Ella se encontraba frente a la pintoresca casa blanca de dos plantas de estilo colonial, con el corazón desbocado, y la espalda bañada en sudor. Sentía la piel húmeda y pegajosa. ¿No estaría incubando alguna enfermedad?

La casa le era familiar, aunque ella nunca había estado en esa parte de Nashville. Le lanzó una mirada al agente de policía local Tom Krause, un veterano curtido que había trabajado con ella hacía dos años en otro caso de homicidio múltiple.

En esta parte del jardín crecían unos árboles ya viejos y grandes, plantados a intervalos regulares. Unos setos bien cuidados hacían de centinelas, marcando la parte baja de todas las ventanas, ahora cerradas, de cada una de las persianas de color rojo sangre. Las cintas amarillas de la policía en la escena del crimen destacaban en aquel sereno paisaje, un indicio siniestro de lo que le esperaba en el interior.

Rowan había visto cientos de escenas de crímenes. Había visto lo Peor que el hombre podía hacerle a sus congéneres. Siempre dueña de sus emociones, sabía sepultarlas en lo más profundo de sí misma, más allá de su alma. Sin embargo, esta vez le estaba costando mucho tomar distancias con la escena del crimen. Por algún motivo, este asesinato era diferente. Familiar.

Se detuvo en el vestíbulo de la impecable casa. Limpia, cómoda, muebles caros, maderas lustrosas. Reinaba una perturbación general asociada a la presencia policial pero, aparte de eso, la casa estaba perfectamente ordenada. El olor de un detergente con esencia de limón se mezclaba con ese olor a cobre que ella conocía demasiado bien, el olor metálico de la sangre ya insinuándose en su olfato, en su boca. Cerró los ojos y se armó de valor.

¿Por qué le costaba tanto seguir adelante?

– Agente Smith, ¿se encuentra bien?

La voz de Tom interrumpió su vacilación. Enseguida abrió los ojos y asintió con un gesto de la cabeza.

– Claro que sí, sólo estaba pensando. ¿Quiénes eran las víctimas?

Tom consultó su bloc de notas.

– Karl y Marlena Franklin y sus hijos. Se sospecha que los asesinatos precedieron a un suicidio, pero por ahora los técnicos sólo han inspeccionado la escena para fotografiarla.

Ella asintió con un gesto y siguió su inspección del lugar. La escalera empezaba en el vestíbulo, y subía en una elegante curva hacia la segunda planta. Distribuidas por la pared, había fotos de una familia conforme iba creciendo, dispuestas peldaño a peldaño y año tras año. La madre y el padre, de pelo oscuro y ojos azules. Juntos con un bebé. Juntos con un pequeño y un bebé. Con un pequeño y otro en su primer día de parvulario. Con dos pequeños y un bebé. Con dos niños mayores, otro que daba sus primeros pasos, y un bebé. Pelo castaño, ojos azules, una familia atractiva.

Con tres niños y la pequeña, todavía bebé.

En lo alto de la escalera se encontraba el último retrato de familia. Tres niños, el mayor de unos doce años. Una pequeña, de unos tres años, con coletas oscuras y cintas rojas en el pelo.

Coletas y cintas.

¡Corre! Fue su mente la que gritó, pero ella se sentía obligada a avanzar. Oía hablar a Tom, pero no escuchaba lo que decía.

¡Corre!

Tenía los pies clavados en aquella casa demasiado familiar.

En la primera habitación sólo había sangre en la cama. El hijo mayor, seguidor de los Packers, tenía trofeos en las estanterías y las paredes. Segunda habitación. Literas, más sangre. El olor y el sabor se le metían en los pulmones y tuvo una arcada.

– Rowan.

La voz venía de lejos. Ella se adelantó para apartarse de Tom.

– ¡Rowan!

Empujó la última puerta, sabiendo qué encontraría antes de abrirla.

La habitación de la pequeña, decorada con cortinas rosadas y blancas, llena de osos de peluche y muñecas. Alguien había dejado algo de comer en el suelo, junto con un juego de té del elefante Babar con sus invitados. Un oso de peluche, una jirafa y Babar tomando el té alrededor de la mesa. Era el juego del día anterior.

Una silla vacía, donde se habría sentado la pequeña.

Dani.

La pequeña quizá dormía. Habría dormido hasta que le arrebataron la vida. La sangre empapaba su edredón blanco. Dios mío, ¿Cómo podía haber tanta sangre en un cuerpo tan pequeño?

Coletas.

Dani.

Gritó.

John tomaba el café en el comedor escuchando lo que le contaba Michael acerca de la investigación de la policía y el papel del FBI. Menos de media hora antes, Rowan se había quedado dormida sobre el sofá en el salón contiguo. Cuando John la vio por primera vez, parecía agotada. Seguramente no había conseguido conciliar el sueño las últimas noches por culpa de la presión que el asesino ejercía sobre ella.

Rowan dejó escapar un gemido y él y Michael se levantaron al unísono. Se quedaron mirando un momento, John suspiró y volvió a sentarse.

– Es tu caso -dijo, aunque no estaba seguro de que su decisión fuera la más indicada. Michael se había ocupado de las medidas de seguridad como el profesional que John veía en él, pero cada vez que miraba a Rowan una suavidad se adueñaba de su rostro. Una expresión familiar, pensó John, de no hacía mucho, cuando Michael se había enamorado de Jessica Weston, la embustera.