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Rowan sintió el corazón en la garganta. Ésta podría ser la oportunidad que esperaban. Puede que hubiera cometido su primer error. ¿Podría reconocerlo? ¿Sería alguien de su entorno? ¿Alguien de quien ella había sospechado, un pariente, un admirador? ¿Un amigo? La idea le hacía temblar. Tenía pocos amigos, y esa traición le dolería.

No podía ser un amigo. ¿Acaso no sería capaz de verlo en sus ojos?

– Quizás os convenga ampliar la búsqueda a San Diego, al condado de Orange y a Ontario -dijo-. Es un tipo inteligente. No hará lo que nosotros esperamos. Y hay que comparar con los vuelos de vuelta. No necesariamente desde el mismo aeropuerto, pero esta noche no estará lejos. Querrá observar, estará pendiente. Para ver si me ha afectado. Es una intuición.

Maldita sea, qué bella era.

John sintió que se tensaba en cuanto la vio bajar las escaleras con ese sencillo vestido negro que le ceñía el cuerpo delgado y atlético. Su pelo largo y rubio le caía como seda líquida por la espalda, y el collar de perlas le acariciaba el cuello desnudo como la mano de un amante. Se preguntó si su piel sería tan suave como parecía, si su duro interior de hielo se fundiría cuando el hombre indicado la tocara en el lugar indicado.

La deseaba.

Pero era una mentirosa.

No era una mentirosa en el sentido tradicional, pero ocultaba algo, y eso le inquietaba mucho. Lo había visto a menudo en su oficio. El engaño no sólo como una técnica usada por criminales como Pomera, sino en su propio gobierno. Ya fuera en la lucha contra el crimen o en la búsqueda de la justicia, los secretos mataban.

Sin embargo, seguía deseándola. Y sentía que ella también lo deseaba a él.

John miró a su hermano y vio a Michael que no le quitaba el ojo de encima. Lo sabía. Lo sabía, y John no tenía la menor intención de decirle que no la tocaría. No iba a poder cumplir esa promesa, y él no le mentía a su familia. Se sentía como un hipócrita, y eso no le gustaba. ¿No acababa de decirle a Michael que no se dejara llevar por sus sentimientos?

Observó con interés que Rowan había dejado de apoyarse en Michael. Se preguntó por qué había hecho eso. Si no se refugiaba en la comprensión tranquila de Michael, John sabía que conseguiría que confesara los secretos que mantenía ocultos en su linda cabecita. Si eran o no relevantes para el caso, él necesitaba saberlo.

Rowan lo rozó al pasar hacia la cocina. Él se giró para seguirla, pero Michael fue más rápido. Y en ese momento sonó su móvil.

Se disculpó y se metió en el estudio de Rowan para hablar a solas cuando vio que era una llamada restringida de Washington.

– Soy Andy.

John se enderezó y se acercó a la ventana para mirar hacia la entrada sin un motivo especial.

– ¿Has encontrado algo?

– Me debes una grande.

– Ya sabes que te la pagaré.

Andy soltó un bufido.

– Me podrían despedir. Esto llega hasta Roger Collins.

– Mierda. ¿Es algo malo?

– No lo sé. Sólo los hechos. Roger y su mujer Grace fueron los apoderados legales de Rowan desde que tenía diez años. -A John se le tensó todo el cuerpo cuando Andy siguió-: Lo tenían muy escondido, pero lo he encontrado en los documentos de cambio de nombre. Se cambió el nombre a los diez años.

– ¿A los diez años? -preguntó John.

– Su nombre de nacimiento es Lily Elizabeth MacIntosh.

– ¿Y sus padres?

– Me pediste que revisara crímenes similares a los del asesinato de los Franklin. Y bien, al principio encontré los típicos casos de asesinato con suicidio -dijo, e hizo una pausa-. De verdad que me debes una grande, Flynn.

– Sigue -dijo éste, con los dientes apretados. Le empezaba a latir la cabeza, como intuyendo lo que había descubierto Andy.

– Todos los informes juveniles de Rowan Smith están sellados, pero encontré el cambio de nombre y empecé a buscar por MacIntosh. Era una corazonada.

– ¿Y?

– Hace unos veinticinco años, Robert MacIntosh mató a su mujer. Dos niños menores fueron acogidos en custodia. Sus nombres fueron suprimidos, pero adivina a quién asignó el caso el FBI.

– Roger Collins -dijo John, sintiendo un nudo en el estómago.

– Exactamente.

MacIntosh. No podía ser una coincidencia. Roger Collins acogió en su hogar a Lily MacIntosh y se convirtió en su apoderado. ¿Por qué? ¿Programa de protección de testigos? ¿No tenía más familia?

¿Y qué había pasado con el otro sobreviviente, niño o niña?

– ¿El padre se mató?

– Está en un hospital psiquiátrico en Massachusetts.

– ¿Estás seguro?

– Joder, John, ¿qué querías que hiciera? ¿Qué los llamara para preguntar? Collins tiene marcadores en todos estos expedientes. Si no me he delatado a estas alturas, es por puro milagro.

John tendría que presionar a Rowan. Esa noche. No tenía alternativa.

– Gracias, Andy, te lo agradezco de verdad.

– Si me despiden, iré a pedirte que me des trabajo.

– Y lo tendrás. -John colgó y se quedó pensando en aquella información increíble que Andy le acababa de transmitir. Siempre había confiado en su intuición. Y su intuición le decía que el pasado de Rowan era fundamental para este caso.

Lily. Se había vuelto loca al ver los lirios, y si de verdad Adam había hablado con el asesino, éste conocía su pasado y lo estaba usando para atormentarla. ¿Quién era el otro? ¿Un hermano? Un hermano que quizá fuera tan peligroso como su padre.

John no podía dejar de preguntarse si las coletas tenían algo que ver. O la pesadilla que había tenido con Danny. ¿Su novio? ¿Marido? ¿Hijo? ¿Hermano?

Esa noche Rowan se lo contaría todo. John no dudaba que conseguiría que hablara siempre y cuando Michael no estuviera presente ocupándose de ella como una gallina clueca. Si Rowan no se lo contaba todo y no lo hacía pronto, aquel cabrón iría a por ella.

Con sólo pensarlo, se ponía enfermo.

Capítulo 13

Horas después del estreno de la película de Rowan, Michael entró en un club de North Hollywood con ganas de pelea.

Se arrimó a un taburete cerca del extremo de la barra y le hizo una seña con la cabeza al camarero.

– Un whisky doble. Y una cerveza.

Al fin y al cabo, eran sus horas de descanso, y ahora lo reemplazaba el traidor de su hermano. John le había comentado a Quinn, ese capullo arrogante, que Michael llevaba trabajando sin parar una semana entera, y Peterson se mostró de acuerdo en darle un día libre.

Y en dejar a John a solas con Rowan.

Bebió la mitad del vaso y dejó que el calor del alcohol le calentara hasta la fría boca de su estómago. Le lanzó una mirada rabiosa a una fulana que lo observaba muy interesada desde el otro extremo de la barra y se giró hacia el otro lado.

John se había atrevido a volver a mencionarle el tema de Jessica. Su hermano no tenía ni idea de lo que había sucedido entre él y Jessica. Si supiera, se enteraría de que había sido peor de lo que se imaginaba.

Jessica era una belleza. Pelo largo y negro, enormes ojos color chocolate. Los había contratado porque la acosaba su ex novio, y a Michael lo habían asignado a la tarea.

Jessica estaba muy agradecida por su ayuda ya que temía de verdad por su vida, así que Michael le dio el número de su móvil y le dijo que lo llamara cuando quisiera. Eso fue lo que ella hizo, y Michael acabó visitándola en su casa prácticamente todas las noches.

Acabaron en la cama, y Michael se enamoró. Ella lo necesitaba, se apoyaba en él, y él estaba muy contento de poder protegerla.

Pero Jessica no había sido sincera con él. Michael se dijo que era porque tenía miedo, aunque en el fondo sabía que ella lo utilizaba. Creía que Jessica lo amaba a su manera, pero la verdad era que ella lo necesitaba para algo más que protegerla de un acosador. El hombre que la acosaba no era su ex novio sino su ex marido, el jefe de una banda de delincuentes de poca monta.

Jessica acabó diciéndole a Michael que volver con su marido era la única manera de seguir viva. Michael intentó convencerla de que huyeran juntos, le dijo que podría protegerla, que podrían empezar una nueva vida en otro estado, con nuevas identidades, cualquier cosa. Lo que fuera con tal de no volver con su marido.