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las maravillas o los prodigios que, según se dice, acompañan al yoga? En uno de sus libros habla de la juventud que el yogui conserva mucho tiempo: la meditación de un tiempo diferente, ampliado, que llega a producir en el cuerpo una longevidad extraordinaria…

– Uno de mis vecinos, un monje que iba absolutamente desnudo, un naga, había pasado de los cincuenta años y tenía un cuerpo de treinta. No hacía otra cosa que meditar durante todo el día y tomaba muy poco alimento. Yo no llegué a esa etapa en que son posibles tales cosas. Pero cualquier médico puede decirle que el régimen y la vida sana que se llevan en un eremitorio prolongan la juventud.

– ¿Qué hay de esas historias que se cuentan de paños mojados y helados que se colocan sobre la persona entregada a la meditación y que se secan varias veces a lo largo de la noche?

– Muchos testigos occidentales lo han visto. Alexandra David-Neel, por ejemplo. Es lo que se llama en tibetano gtumo. Se trata de un calor extraordinario que produce el cuerpo y que es capaz de secar una tela. A propósito de este «calor místico» o, más exactamente, generado por lo que se llama la «físiología sutil», hay documentos muy serios. La experiencia de los paños helados que se secan rápidamente al ser colocados sobre el cuerpo de un yogui es una cosa ciertamente real.

UNA VERDAD POÉTICA DE LA INDIA

– Su experiencia de la India no aparece únicamente en sus estudios, sino también en sus novelas: Medianoche en Serampore, La noche bengalí… y en Isabel y las aguas del diablo, inédita en francés, que escribió, según me dijo, como un desahogo durante su intensa dedicación al aprendizaje del sánscrito.

– Efectivamente, después de seis o siete meses de gramática sánscrita y de filosofía india, me detuve, ansioso de soñar un poco. Me encontraba en Darjeeling y allí dí comienzo a esa novela, un poco autobiográfica, un poco fantástica. Quería penetrar y conocer aquel mundo imaginario que me obsesionaba. Escribí la novela en unas cuantas semanas. De este modo recuperé la salud y el equilibrio.

– En ese relato aparece un joven rumano que atraviesa Ceylán, Madrás y se detiene en Calcuta, donde se encuentra con el diablo.

– Llega a Calcuta, se instala en una pensión anglo-india, como aquélla en que yo vivía. Hay allí muchachas, jóvenes fascinados por toda clase de problemas. Viene luego la presencia del «diablo» y toda una serie de cosas que suceden porque el personaje principal está obsesionado por el «diablo»…

– En Medianoche en Serampore, lo mismo que en El secreto del doctor Honigberger, aparece también la fantasía.

– Son dos novelas escritas diez años más tarde. Entre Isabel y estas dos novelas hay otra más o menos autobiográfica, La noche

– Me gustaría que nos detuviéramos algo más en Medianoche en Serampore… ¿Hasta qué punto pueden creerse los hechos que en ella se narran? ¿Son puramente fantásticos esos personajes que reviven un pasado? ¿O es que cree un poco en tal posibilidad? Porque, en efecto, a veces se escuchan historias extrañas contadas por personas dignas de crédito…

– Yo creo en la realidad de las experiencias que nos hacen «salir del tiempo» y «evadirnos del espacio». Durante estos últimos años he escrito varias novelas en que se plantea esta posibilidad de salirse de un determinado momento histórico… de situarse en un espacio distinto, como ocurre a Zerlendi. Al describir los ejercicios yóguicos de Zerlendi en El secreto del doctor Honigberger, he aportado ciertos indicios basados en mis propias experiencias, que he silenciado en mis libros sobre el yoga. Pero al mismo tiempo he añadido algunas inexactitudes, justamente para enmascarar los datos reales. Por ejemplo, se habla de un bosque de Serampore, pero en Serampore no hay ningún bosque. Por tanto, si alguien pretendiera verificar en concreto la trama de la novela, se daría cuenta de que el autor no se limita a hacer un reportaje, puesto que ha inventado el paisaje. Esto llevaría a la conclusión de que también el resto ha sido inventado, cosa que no es verdad.

– ¿Cree que pueden ocurrir efectivamente las cosas que les suceden a los personajes de Medianoche en Serampore?

– Sí, en el sentido de que alguien puede tener una experiencia tan «convincente» que se vea obligado a considerarla real.

– Al final de El secreto del doctor Honigberger -un investigador que efectivamente ha existido, al que cita al principio de Patañjali y el Yoga- el lector puede dudar entre varias claves para resolver el enigma. ¿Cuál es la suya?

– Para algunos lectores puede resultar evidente. Como el personaje que narra esa historia afirma ser Mircea Eliade, un hombre que ha pasado algunos años en la India, que ha escrito un libro sobre el yoga…

– Ese es el narrador, pero no se nombra como Eliade…

– No, pero Mme Zerlendi le escribe: «Como ha pasado muchos años en la India…». Pero, en aquella época, ¿quién podía ser ese rumano que había marchado a la India, que había escrito un libro sobre el yoga? El narrador, por consiguiente, es Eliade. Y Zerlendi, un hombre dotado de clarividencia, se da cuenta de que, por un accidente lamentable, el documento extraordinario que había ocultado con la esperanza de que un día lo descifrara alguien y se convenciera de la realidad de algunos hechos relacionados con el yoga, ese documento acababa de ser descifrado por alguien que conocía el sánscrito y el yoga y que además era un novelista, que no dejaría de sentirse tentado -justamente lo que yo hice- por la idea de narrar aquella historia extraordinaria. Entonces, para suprimir cualquier peligro de que alguien verificara la autenticidad del relato -pues no resultaría difícil identificar la casa y encontrar su biblioteca y los manuscritos-, en una palabra, para probar que no se trata sino de una fantasía literaria, Zerlendi transforma su casa, hace desaparecer la biblioteca y su familia afirma no conocer al narrador. Y todo esto para evitar que el documento que me disponía a resumir en mi novela no fuera considerado auténtico.

– No estoy seguro de que esta conversación haya de resultar clara para quienes no hayan leído el libro. Mejor así, pues espero que esa misma oscuridad les anime a descubrirlo… Por mi parte, ya no sé qué pensar. Me siento en la misma situación que los personajes de su último libro que escuchan al «viejo». El suyo es un arte diabólico a la hora de desconcertar a sus oyentes a través de unas historias en las que ya no es posible distinguir lo verdadero de lo falso, la izquierda de la derecha.

– Es verdad. Incluso pienso que ésa es una parte característica de mi prosa.

– ¿No habrá un tanto de malicia en el placer que le produce la idea de confundir un tanto a su interlocutor?

– Eso, quizá, forma parte de una especie de pedagogía; no debe entregarse al lector una «historia» perfectamente transparente.

– ¿La pedagogía y el gusto por el laberinto? -Sí, una prueba iniciática al mismo tiempo.

– Dejemos, pues, a sus lectores ante la puerta del laberinto, a la entrada del bosque de Serampare y de la biblioteca india de Zerlendi. En compensación, nada hay de fantástico en La noche bengalí. Cuando recuerdo este libro -porque, efectivamente, es un libro sobre el que se ha de reflexionar, pues se abre a la lectura menos que al recuerdo de la lectura- hay algo que me llama la atención sobre todo: la imagen y la evocación de aquella muchacha, la presencia del deseo mismo.. La historia es sencillísima, pero irradia hasta abrasar una belleza codiciable como los frescos de Ajanta y como la poesía erótica de la India… ¿Cómo ve este libro con la distancia?

– Bien, se trata de una novela medio biográfica. Comprenderá que…

– Entiendo que quiera guardar el mismo silencio sobre los secretos de la gnosis y los secretos del amor… Pero, puesto que acabamos de evocar el arte de Ajanta, ¿se le ha ocurrido a alguien relacionar la figura, tan sensual, de Maitreyi (La noche bengalí) y los frescos de Ajanta? ¿Qué le ha hecho pensar esto?

– Cierto, ya se ha hablado de ello. En una carta encantadora que me envió después de leer mi novela, Gastón Bachelard hablaba de «mitología del placer». Creo que tenía razón, pues, en cierto sentido, la sensualidad se transfigura…

– Lo que ahora me dice enlaza directamente con una nota de su Diario del 5 de abril de 1947 a propósito de los frescos de Ajanta: «¡La sensualidad de estas imágenes fabulosas, la importancia inesperada del elemento femenino! ¿Cómo es posible que un monje budista pudiera "liberarse" de las tentaciones de la carne, rodeado de tantas, desnudeces soberbias, y triunfantes en su plenitud y en su belleza? Sólo una versión tántrica del budismo podía aceptar semejante elogio de la mujer y de la sensualidad. Algún día se comprenderá la función importante del tantrismo, que ha revelado e impuesto a la conciencia india el valor de las "formas" y de los "volúmenes" (el triunfo del antropomorfismo más lánguido sobre el aniconismo original)». El componente erótico de La noche bengalí, su interés por el tantrismo y su visión del arte indio: esta nota permite envolverlos en la misma mirada.