– ¿Qué le impulsó a publicar algunos fragmentos de su Diario?
– He querido salvar una parte de este Diario que está formado por cuadernos que llevo siempre conmigo y algunos de los cuales he perdido ya. Había además algunas observaciones útiles, planes, proyectos. Me di cuenta de que ni siquiera iba a tener tiempo de escribir un ensayo sobre esos temas. Publicar este Diario ha sido un medio de comunicar algunas de esas observaciones y notas para iniciar el diálogo.
– Da la impresión de ser un hombre muy reservado, muy discreto, por no decir secreto. ¿Nunca le ha causado problemas esta manera de ser? ¿No se habrá sometido, con la publicación de su Diario, a una especie de prueba como la que Francisco de Asís imponía a sus discípulos, obligándoles a atravesar desnudos la ciudad? ¿No habrá en ello algo de «sacrificial»? ¿La preparación para un nuevo «nacimiento»?
– Fue, en efecto, una acción «sacrificial», cuyos riesgos incluso peligros tuve en cuenta. Pero sentía necesidad de no seguir ocultando mi lado onírico, artístico. Quería además oponerme
a la superstición académica, viva siempre en los países anglosajones, y sobre todo en América, que tiende a menospreciar el acto de la imaginación literaria. Como si una creación espontánea, libre,
no tuviera valor alguno en comparación con una obra puramente científica. Se trata de una superstición muy dañina Recuerdo algunas líneas de uno de los más grandes filósofos de las ciencias americanos, Bronowski, quien afirmaba que la operación mediante la que se llega a descubrir un nuevo axioma no puede ser mecanizada. «Se trata de un juego libre del espíritu, de una invención más allá de los procesos lógicos. Se trata del acto central de la imaginación en la ciencia, semejante desde todo punto de vista a cualquier acto similar de la literatura». Bronowski escribía estas palabras en «The American Scientist», The Logic of the Mind, en la primavera de 1966. La ciencia moderna, por tanto, ha descubierto hace ya tiempo el valor que para el conocimiento posee el acto imaginativo. Por mi parte, me sublevo contra ese positivismo pretendidamente científico de los eruditos para los que la creación literaria no sería otra cosa que un juego sin relación alguna con el acto de conocer. Creo todo lo contrario.
– Las reacciones ante su Diario han sido calurosas…
– En efecto. He recibido un número considerable de cartas de profesores de literatura inglesa o de literatura comparada. Alguno me decía: «Hasta ahora, sus libros sobre el simbolismo me habían ayudado en mi hermenéutica literaria. He leído su Diario y me ha sorprendido descubrir al hombre que ha producido esos instrumentos de que yo me sirvo. He descubierto que ese hombre es a la vez un escritor que se interesa por los hechos históricos…». Esta publicación me ha permitido una relación nueva con mis lectores, que me ha llenado de placer. No esperaba tanto.
– En algún lugar de su Diario dice que «ahora serta preciso, a cualquier precio, escribir, descartando todo otro trabajo, la autobiografía». ¿Está inacabada esta autobiografía?
– Sí, se detiene en el momento de la guerra. La primera parte ha sido publicada en rumano, pero no en Rumania. La segunda parte, con excepción de algunos fragmentos, permanece inédita. He escrito esta autobiografía para dar un testimonio. En Rumania viví la época que ahora se llama allí «prerrevolucionaria», «burguesa», y he visto, leyendo algunos artículos e incluso ciertas obras, que es desfigurada por no presentar de ella sino sus aspectos negativos. Por eso he querido narrar mi propia historia, mi experiencia de la escuela, del liceo. Y con la mayor objetividad posible.
Por otra parte, se trata de un tiempo pasado, de personajes ya desaparecidos: Dasgupta, Tagore, Ortega… He escrito esta autobiografía, en consecuencia, como un deber personal. Para mis amigos futuros.
EL VIEJO Y EL OFICIAL
– En su Diario dice que El viejo y el oficial es la obra más libre que nunca haya escrito.
– Sí, porque iba a la aventura, como me ocurrió con La serpiente, pero esta vez sin plazo fijo. Escribí casi todo el libro en dos o tres semanas, pero luego, durante doce años, en vano intenté escribir las veinticuatro últimas páginas. Lo conseguí en unos momentos en que estaba muy ocupado con mis cursos en la Universi dad de Chicago y por los invitados de paso. En cuatro o cinco noches.
– Es una obra por la que siente mucho cariño.
– Todos están de acuerdo en considerarla la mejor rematada. Me dicen que en ella manejo un rumano más sutil que el de las restantes novelas. Sin embargo, escribí esas páginas al cabo de veinte años de exilio durante los que no hablé en rumano sino con mi mujer y con mis amigos… Pero le tengo cariño además por otras razones.
– ¿Resumimos el argumento para empezar?
– Hágalo por mí, ya que acaba de releer el libro…
– Estamos, pues, en Rumanía, es decir bajo un régimen policíaco. Un anciano, antiguo director de escuela, quiere ver de nuevo a uno de sus alumnos de hace treinta años. Pero el hombre con el que se encuentra no es otra cosa que un homónimo del antiguo alumno. El equívoco hace que resulte sospechoso y la policía le detiene para saber más de él. Dócilmente, mansamente, el viejo empieza a contar sus historias, que resultan fabulosas y muy largas, laberínticas. «Es una larga historia -repite a cada momento- y para que la puedan entender tengo que decirles primero…». Lo admirable es que le escuchan y hasta le pedirán que se tome todo el tiempo que quiera y ponga por escrito sus relatos. A medida que avanza con su manuscrito, éste es leído, analizado. Y el viejo va conociendo a personajes cada vez más importantes, hasta llegar al camarada ministro del Interior. Le dicen que aquello es «Las mil y una noches del mundo estaliniano». Y mientras que el relato maravilloso prolifera, la investigación provoca revoluciones de palacio. Tal es la esencia del argumento. Pero hay que añadir que el lector, al igual que la policía, queda seducido, fascinado. Hay esa cueva bajo el agua en la que desaparece el hijo del rabino: se deseca la cueva, pero él no aparece. Y esa joven giganta, bella como una estatua condenada a unos amores extraordinarios, esa giganta que me ha hecho pensar en el protagonista de sus novelas, Le Macranthrope, el hombre que crece y crece hasta convertirse en un gigante, pero que no cambia tan sólo de estatura, sino también de naturaleza, pues entiede lo que dicen los los dioses. ¿Y qué dicen los dioses? Nosotros, los que quedamos aquí abajo, ya no entendemos los sonidos que brotan de su boca… Hay, pues, la giganta y hay también prestidigitadores capaces de encerrar toda una banda de música y hasta una aldea entera en un cofre. Nos hallamos en el universo inagotable de los viejos cuentos, que siempre nos embelesa.
– Sí, es exacto.
– Pero, ¿qué significa todo eso? Más allá del embeleso, se nos invita a buscar un sentido. Nos parece hallarnos ante una «parábola», en el sentido en que Claudel consideraba a Kafka el gran iventor de parabolas de nuestros tiempos.
– He pretendido oponer dos mitologías. La mitología popular, la mitología del folklore, viva y exuberante en el viejo, y la mitología del mundo moderno, de la tecnocracia, algo que desborda a la policía de un Estado totalitario, que está demasiado lejos para las gentes armadas de lógica y de toda clase de instrumentos. Estas dos mitologías se enfrentan. La policía quiere descifrar el significado secreto de todas esas historias. En cierto sentido, no se equivoca, pero se limita a buscar un secreto político. Quieren descifrar el otro universo, la otra mitología, a la luz de su propia mitología. Son incapaces de imaginar que haya sentido fuera del campo político.
La novela es también una parábola del hombre frágil. Farama, el nombre del viejo, quiere decir en rumano «migaja», «fragmento». Pero es él precisamente el que sobrevivirá, mientras que caen los poderosos. Esto quiere decir, al menos, que quien sabe narrar historias puede, en circunstancias difíciles, salvarse. Así ha ocurrido en los campos de concentración rusos. Los que tenían la suerte de contar con un narrador de historias en su barracón han sobrevivido en mayor número. Escuchar historias les ayudó a atravesar el infierno del campo de concentración.