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Llevo, como ves, muchas historietas sabrosas en el zurrón, pero ya te las contaré cara a cara en tu feudo soriano, con música de fondo sanjuanera y frente a un sólido porrón de clarete de Gormaz servido por Hermógenes en el jardín de la Casa del Guarda de Valonsadero. ¡Salud y viva Soria libre, mágica y templaria!

Mi maestro dice que podré abandonar el centro de iniciación y de prostitución, si todo va como hasta ahora, a finales de la próxima semana o a comienzos de la siguiente. Confío en que sea cierto, aunque aquí me lo paso en grande.

Cuando regrese no voy a tener más remedio que escribir una novela pornográfica. ¡Seguro que no hay muchos escritores-y menos de lengua española-que hayan vivido y quieran contar lo que desde hace más de un mes me está sucediendo!

Pero lo cortés no quita a lo libidinoso. Las viejas costumbres tiran de mí y en cuanto llegue a Delhi, camino de Cachemira, voy a pasar dos o tres días bravos, por los menos, en una casa de niñas profanas para recuperar-que no me oiga el maestro- ciertas rutinas sexuales. Pero ojo: allí seré yo quien escoja la postura y lleve la voz cantante. Me muero de ganas.

Un abrazo.

DIONISIO

Srinagar, 5 de septiembre

Fernando: sólo unas líneas… Si es posible.

Te escribo tumbado en la balconada de proa de un lujoso y lujurioso houseboat. [49]

Acaban de traerme un aperitivo -sin alcohol, naturalmente-y el Lago de las Maravillas se despliega ante mí en todo su esplendor.

Cachemira no ha cambiado. Te diría, incluso, que está mejor que nunca, porque gracias a los follones desencadenados por los sikhs-que son los etarras de esta parte del mundo-y al continuo guerrear (o guerrillear) civil y religioso ya no vienen turistas. Sólo lo hacen, con cuentagotas, los travellers, especie casi en extinción.

Llevo aquí diez días. Demasiados o demasiado poco, según se mire. Mañana me voy por tierra hacia Leh, capital del Pequeño Tibet. Tardaré, como mínimo, cuarenta y ocho horas en llegar. La carretera es de aúpa y los precipicios de vértigo. No se bromea con el Himalaya.

Pasé, antes de salir de Orissa, por la poste restante de Puri y encontré tu abultado informe.

Gracias. Los curiosos datos de historia comparada de las religiones que me facilitas en él refuerzan mi postura. Seguiré adelante con renovado brío.

Por cierto: mi virilidad no ha sufrido menoscabo alguno. Sigo siendo el que era. Estuve en el burdel de Delhi y todo salió a pedir de boca. Ningún problema, ningún trauma, ningún titubeo. Al contrario. Ahora entiendo mucho mejor a las mujeres (y ellas también me entienden mejor a mí).

El maestro tenía razón.

¿Recuerdas lo que decía en mi carta anterior a propósito de Jesús y de su posible iniciación en los misterios tántricos? Pues otra vez se ha producido, en lo tocante a ello, el eterno cortocircuito de la casualidad y la causalidad. Anoche encontré en un cajón de la mesa del camarote que se me ha asignado un libro escrito en francés por un tal Alain Danielou, profesor de la Universidad de Benarés y director de la Biblioteca de Manuscritos Sánscritos de Madrás. Alguien se lo dejó allí. El título lo dice casi todo: Shiva y Dionisio (la religión de la naturaleza y del eros) [50]. Empecé a hojearlo después de cenar y cuatro horas más tarde aún seguía despierto. No me resisto a la tentación de entresacar unos párrafos, aunque mejor sería enviarte todo el libro. Pero ya sabes que en la India es muy difícil, si no imposible, hacer fotocopias. Quiero compartir contigo mi entusiasmo. Abre bien los ojos, quítate el cerumen de las orejas y escucha…

El mensaje de Jesús se opone al de Moisés y, más tarde, al de Mahoma. Era un mensaje de liberación y de revuelta contra un judaísmo convertido en monoteísta, desecado, ritualista, fariseo, puritano. El cristianismo, en su forma romana, se opuso inicialmente a la religión del Estado.

No sabemos gran cosa sobre las fuentes de las enseñanzas de Jesús ni sobre los años transcurridos “en el desierto", mirando hacia Oriente. El mito cristiano parece muy vinculado a los mitos dionisiacos. Jesús, como Skanda [51] o Dionisioes hijo del padre, de Zeus. No tiene esposa. Sólo la diosa madre encuentra un hueco a su lado. La gente que le escucha y que le sigue-sus obhaktas-pertenecen al pueblo llano. Su enseñanza se dirige a los humildes, a los marginados. Acoge a las prostitutas y los perseguidos. Su rito es un sacrificio. En la leyenda órfica ocupa un lugar relevante la pasión y la resurrección de Dionisio.

Numerosos milagros de éste se atribuyeron a Jesús. Los paralelismos entre las dos mitologías son evidentes. Los mitos y los símbolos relacionados con el nacimiento y la vida del Nazareno -su bautismo, su entorno, su entrada en Jerusalén a lomos de un asno, la Cena (rito del banquete y del sacrificio), la Pasión, la muerte, la resurrección, las fechas y la naturaleza de las fiestas, el poder de curar y de transformar el agua en vino- evocan inevitablemente el modelo dionisiaco.

Parece, pues, que la iniciación de Jesús revistió carácter órfico o dionisiaco, y no esenio, como a menudo se ha sugerido. Su mensaje, que representa una tentativa de regreso a la tolerancia y al respeto por la obra del Padre Creador, fue desnaturalizado por completo después de la muerte de Jesús. El cristianismo posterior a ella se opone frontalmente al que el Maestro predicó: imperialismo religioso, intereses políticos, guerras, masacres, torturas, hogueras, persecución de los herejes y negación del placer, de la sexualidad y de todas las vivencias del goce de lo divino. Nada de eso era así al principio. Durante mucho tiempo se acusó a los cristianos de celebrar sacrificios sangrientos, ritos eróticos y orgías. No es fácil averiguar qué fundamento tenían estas murmuraciones. Más tarde volvieron a desencadenarse en lo concerniente a los círculos secretos de carácter místico e iniciático que intentaban resucitar y perpetuar el cristianismo de los orígenes.

Encontramos de nuevo el simbolismo ternario hindú en la base del concepto de la Trinidad cristiana. El Padre representa el principio generador del mismo modo que Shiva representa el Falo. El Hijo es el dios protector que se encarna y desciende al mundo para salvarlo, como Vishnú y sus avatares. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, es la chispa que une ambos polos y equivale a Brahma (la inmensidad). El Hijo-y lo mismo sucede con Vishnú- tiene muchas cosas en común con Shakti (el principio femenino, la diosa) y representa, por lo tanto, al Andrógino. Su culto se mezcla y confunde constantemente con el de la Virgen Madre.

Los esfuerzos realizados por la Iglesia para disimular las fuentes órficas y shivaitas de la doctrina de Jesús han arrinconado en el olvido la verdadera y profunda significación del mito cristiano y desembocado en interpretaciones materialistas y pseudohistóricas carentes de sentido ecuménico.

El politeísmo, sin embargo, aún sigue presente tanto en el mundo católico como en el protestante, cuyos teólogos e ideólogos se han limitado a reemplazar los nombres de los antiguos dioses por los inscritos en el santoral. No existe prácticamente ningún templo cristiano dedicado a Dios.

Todos están bajo la égida de la Virgen Madre o de esas divinidades menores a las que llaman santos.

En un medio politeísta el cristianismo se funde fácilmente con la religión tradicional, como sucede -por ejemplo-en la India, donde lo mismo se invoca a la Virgen que a Kali, donde se confunden los cultos del Niño Krishna con los del Niño Jesús y donde el espíritu bhuta que se apodera de los participantes en ciertas ceremonias de danza extática toma el nombre de los santos cristianos.

¿Se puede recuperar el mensaje de Jesús? Quizá si. Para ello seria necesario el retorno a un evangelio mucho menos selectivo y el redescubrimiento de cuanto la Iglesia, cuidadosamente, ha ocultado o destruido en lo tocante a sus fuentes y a su historia, prestando especial atención durante esa tentativa de rescate a los llamados evangelios apócrifos, algunos de los cuales son más antiguos que los canónicos. Eso permitiría regresar a lo que pudo ser la verdadera enseñanza de Cristo, fruto del esfuerzo realizado por éste para adaptar su mundo y su época a la gran tradición humana y espiritual de los cultos shivaitas y dionisiacos.

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[49] Vid. p. 114 de este libro. (N. del e.)

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[50] Hay edición española (Ed. Kairós, Barcelona, 1986).

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[51] Nombre del Niño Krishna. (N. del e.)