—Las mutaciones que son gramaticalmente correctas —dijo ella—. Enunciados fisiológicos que no violan ninguna regla estructural importante en un organismo.
Miller sonrió beatíficamente, se agarró la rodilla y comenzó a balancearse suavemente adelante y atrás. Su gran cráneo cuadrado brillaba reflejando el rayo rojizo de una luz indirecta.
Estaba divirtiéndose.
—¿Dónde se almacenaría la información evolutiva? ¿Por todo el genoma, holográficamente, en sitios diferentes en diferentes individuos, sólo en las células germinales, o… en otro lugar?
—Identificadores almacenados en una sección de reserva del genoma en cada uno de los individuos —dijo Kaye, mordiéndose la lengua de inmediato. Miller, y Saul también, consideraban una idea como una especie de alimento que había que compartir y masticar bien para obtener algo útil de ella. Kaye prefería asegurarse antes de hablar. Buscó un ejemplo cercano—. Como la respuesta al calor en las bacterias, o la adaptación climática en una sola generación en las moscas de la fruta.
—Pero una reserva humana tiene que ser enorme. Somos mucho más complejos que las moscas de la fruta —dijo Miller—. ¿Puede que lo hayamos encontrado ya y no sepamos qué es?
Kaye le dio un toque en el brazo a Saul, exigiéndole prudencia. En ese momento disfrutaban de cierto reconocimiento, e incluso con un científico de la vieja guardia como Miller, con suficientes logros en su haber como para una docena de carreras, la ponía nerviosa hablar demasiado sobre sus últimas teorías. Podría difundirse: Kaye Lang dice esto y lo otro…
—Nadie lo ha encontrado todavía —dijo.
—¿No? —dijo Miller, examinándola con mirada crítica. Se sintió como un ciervo deslumbrado por los faros de un coche.
Miller se encogió de hombros.
—Puede que no. Mi suposición es que se expresa sólo en las células germinales. En las células sexuales. Haploide a haploide. No se manifiesta, no empieza a funcionar a menos que exista confirmación por otros individuos. Feromonas. Contacto visual tal vez.
—Nosotros tenemos otra opinión —dijo Kaye—. Creemos que la reserva sólo transporta instrucciones para las pequeñas alteraciones que conducen a una nueva especie. El resto de los detalles siguen codificados en el genoma, instrucciones estándar para todo lo que está por debajo de ese nivel… Probablemente, funcionando igual de bien para los chimpancés que para nosotros.
Miller frunció el ceño y dejó de balancearse.
—Tengo que darle vueltas a eso un minuto. —Miró al techo—. Tiene sentido. Protege el diseño que se sabe que funciona, como mínimo. Así que pensáis que los cambios sutiles almacenados en la reserva se expresarán como unidades —dijo Miller—, ¿un cambio cada vez?
—No lo sabemos —dijo Saul. Dobló la servilleta junto al plato y le dio golpecitos con la mano—. Y esto es todo lo que vamos a contarte, Drew.
Miller sonrió ampliamente.
—He estado hablando con Jay Niles. Opina que el equilibrio puntuado se tambalea, y cree que se trata de un problema de sistemas, un problema de red. Inteligencia selectiva de red neuronal en acción. Nunca he confiado mucho en la cháchara sobre redes neuronales. Es sólo una forma de empañar el asunto, de no describir lo que tienes que describir —y añadió, con toda ingenuidad—: Creo que puedo ser de ayuda, si queréis.
—Gracias, Drew. Puede que te llamemos —dijo Kaye—. Pero por ahora nos gustaría probar hacerlo nosotros mismos.
Miller se encogió de hombros expresivamente, se golpeó la frente con los dedos y volvió al otro extremo de la mesa, donde tomó un palito de pan e inició otra conversación.
Durante el vuelo a La Guardia, Saul se desplomó en su asiento.
—Drew no tiene ni idea, ni idea.
Kaye levantó la vista de la copia de Threads que había tomado del compartimento del asiento.
—¿Sobre qué? A mí me pareció que iba muy bien encaminado.
—Si tú o yo o cualquiera en biología se atreviese a hablar de algún tipo de inteligencia detrás de la evolución…
—Ah —dijo Kaye, estremeciéndose un poco—, el misterioso vitalismo.
—Por supuesto, cuando Drew habla de inteligencia, o de mente, no se refiere a pensamiento consciente.
—¿No? —dijo Kaye, sintiéndose agradablemente cansada y llena de pasta. Volvió a meter la revista en el compartimento situado bajo la bandeja y reclinó el asiento hacia atrás—. ¿Qué quiere decir?
—Ya has trabajado sobre redes ecológicas.
—No fue el más original de mis trabajos —dijo Kaye—. ¿Y qué predicciones podemos hacer con las redes ecológicas?
—Puede que nada —dijo Saul—. Pero me ayuda a organizar mis ideas de forma útil. Nodos o neuronas formando una red y siguiendo los patrones de las redes neuronales, retroalimentando los nodos con los resultados de toda la actividad de la red, consiguiendo aumentar la eficacia de cada nodo y de la red en su conjunto.
—Desde luego queda muy claro —dijo Kaye, con expresión de desagrado.
Saul meneó la cabeza, admitiendo su crítica.
—Kaye Lang, eres más lista de lo que yo seré nunca —dijo. Ella lo observó con atención y sólo vio lo que más admiraba en él. Las ideas se habían apoderado del hombre; no le preocupaba el reparto de méritos, sólo el descubrimiento de una nueva verdad. Se le humedecieron los ojos, y recordó, casi con dolorosa intensidad, las emociones que Saul había despertado en ella durante su primer año juntos. Pinchándola, animándola, volviéndola loca hasta que ella conseguía explicarse con claridad y captaba la totalidad de una idea, de una hipótesis—. Acláralo tú, Kaye. Eso es lo que se te da bien.
—Bien… —Kaye frunció el ceño—. Así es como funciona el cerebro humano, o una especie, o, ya que estamos, un ecosistema. Y también es la definición más básica de pensamiento. Las neuronas intercambian montones de señales. Las señales pueden sumarse o restarse unas a otras, neutralizarse o cooperar para alcanzar una decisión. Siguen las reglas básicas de toda naturaleza: cooperación y competición; simbiosis, parasitismo, depredación. Las células nerviosas son nodos en el cerebro, y los genes son nodos en el genoma, compitiendo y cooperando para reproducirse en la siguiente generación. Los individuos son nodos en una especie y las especies son nodos en un ecosistema.
Saul se rascó la mejilla y la miró con orgullo.
Kaye agitó un dedo en señal de advertencia.
—Aparecerán creacionistas por todos los rincones, cacareando que finalmente hablamos de Dios.
—Todos tenemos nuestra cruz —suspiró Saul.
—Miller comentaba que el SHEVA cerraba el bucle de retroalimentación de los organismos individuales, es decir, de los seres humanos individuales. Eso convertiría al SHEVA en una especie de neurotransmisor —dijo Kaye, reflexionando.
Saul se acercó más a ella, gesticulando con las manos para describir volúmenes de ideas.
—Centrémonos. Los humanos cooperan para obtener ventajas, formando una sociedad. Se comunican sexualmente, químicamente, pero también socialmente, por medio del lenguaje, la escritura, la cultura. Moléculas y memes. Sabemos que hay moléculas olorosas, feromonas, que afectan al comportamiento; las hembras de un mismo grupo entran en estro simultáneamente. Los hombres evitan las sillas donde se han sentado otros hombres; las mujeres se sienten atraídas por esas mismas sillas. Sólo estamos depurando el tipo de señales que pueden enviarse, qué tipo de mensajes y qué pueden contener los mensajes. Ahora sospechamos que nuestros cuerpos intercambian virus endógenos, al igual que lo hacen las bacterias. ¿Es realmente tan sorprendente?