Выбрать главу

—El mal se vuelve contra sí mismo —declaró Laurana en actitud ausente. Contemplaba la escena sobrecogida, apoyada su mano en el hombro de Tanis.

—No comprendo. ¿Qué significa? —preguntó él.

—Es una frase que Elistan repetía a menudo.

—¡Elistan! —repuso el semielfo con amargura—. ¿Dónde están sus dioses ahora? Quizá instalados en sus castillos estelares, gozando del espectáculo. La Reina de la Oscuridad ha sucumbido, el Templo se halla al borde de la destrucción y nosotros hemos quedado atrapados. No sobreviviríamos más de tres minutos en ese infierno.

Se le hizo un nudo en la garganta cuando, tras apartar a Laurana con dulzura, se inclinó hacia adelante para inspeccionar los tesoros de Tasslehoff que se había llevado consigo. Desechó sin vacilar un fragmento de cristal azul, una corteza de vallenwood, una esmeralda, una pequeña pluma de pollo, una rosa negra ya marchita, un colmillo de dragón y una rama donde aparecía tallada con habilidad enanil la efigie del kender. Entre todos estos objetos, no obstante, atrajo su atención una dorada joya que refulgía bajo la luz del destructivo fuego.

La recogió del suelo, bañados sus ojos en lágrimas, y cerró la mano hasta sentir que las afiladas puntas se clavaban en su carne.

—¿Qué es? —indagó Laurana con la voz entrecortada por el miedo.

—Perdóname, Paladine —suplicó Tanis al dios del que tanto había dudado. Rodeó con el brazo a la atónita elfa y extendió la palma.

Descansaba en ella un delicado anillo, de exquisita filigrana, confeccionado con hojas de enredadera que se entrelazaban entre sí. Envolvía su círculo un Dragón Dorado, sumido en un mágico sueño.

14

El fin. Para bien o para mal.

—Bien, ya hemos traspasado las puertas de la ciudad —susurró Caramon a su gemelo sin apartar la mirada de los draconianos, que lo observaban expectantes—. Quédate junto a Tika y Tas mientras yo voy en busca de Tanis. Me llevaré a esta cuadrilla.

—No, hermano —respondió Raistlin con destellos rojizos en sus dorados ojos debidos al influjo de Lunitari—, no puedes ayudar a Tanis. El es el único dueño de su destino. —El mago hizo una pausa para contemplar el llameante cielo atestado de dragones—. Aún corres peligro, tanto tú como quienes de ti dependen.

Tika se hallaba al lado del guerrero, marcado su rostro por los surcos del dolor. Por su parte Tasslehoff aunque exhibía una sonrisa tan jovial corno de costumbre, tenía la faz muy pálida y sus pupilas delataban una pesadumbre que nunca antes se había visto en un kender. Caramon se entristeció al percibir el aspecto de sus compañeros.

—De acuerdo –accedió—. ¿Dónde iremos ahora?

Estirando el brazo, el hechicero señaló un punto lejano. Su negra túnica brillaba en torno a la mano que mantenía erguida contra el cielo nocturno, lívida y enjuta como si ninguna carne cubriera los huesos.

—En aquel cerro brilla una luz.

Todos se volvieron en la dirección que indicaba, incluso los draconianos. En el otro extremo de la yerma llanura Caramon distinguió el oscuro contorno de una montaña, que se destacaba en el iluminado desierto. En efecto, en su cima fulguraba un resplandor tan blanco y tan puro que se asemejaba a una estrella.

—Alguien os aguarda allí —anunció Raistlin.

—¿Quién Tanis? —inquirió ansioso el guerrero.

El mago lanzó una furtiva mirada a Tasslehoff, que estaba absorto en la contemplación de la luz.

—Fizban —afirmó el kender más que preguntarlo.

—Sí —corroboró Raistlin—. Ahora debo abandonaros.

—¿Cómo? —protestó Caramon—. Ven conmigo, con nosotros. ¡Debemos ir juntos a ver a Fizban!

—Un encuentro entre él y yo no resultaría agradable para nadie. —Meneó la cabeza, y al hacerlo flotaron a su alrededor los pliegues de su capucha.

—¿Qué me dices de ellos? —El hombretón señaló a los draconianos.

Tras emitir un hondo suspiro Raistlin se situó frente a los soldados y, extendiendo la mano, pronunció unas extrañas palabras. Las criaturas retrocedieron con el semblante retorcido en muecas de espanto pero, pese al grito de horror de Caramon, nada impidió que el relámpago letal surgiera de las yemas de los dedos del hechicero. Entre gritos agónicos, los reptilianos ardieron en llamas y cayeron al suelo convulsionados. Sus cuerpos se tornaron de piedra cuando la muerte los envolvió en su manto.

—No necesitabas hacerlo, Raistlin —le imprecó Tika temblando ante la escena—. Nos habrían dejado tranquilos de todos modos.

—Y la guerra ha terminado —coreó Caramon disgustado.

—¿De verdad? —preguntó el mago con su habitual sarcasmo, al mismo tiempo que extraía un pequeño saquito negro de un bolsillo de su túnica del que extrajo el codiciado Orbe de los Dragones—. Son estos débiles y sentimentales balbuceos los que garantizan la continuidad del conflicto. Los draconianos —apuntó con el índice a las estatuas— no pertenecen a Krynn, fueron creados mediante el más oscuro de todos los ritos arcanos. Lo sé porque presencié su nacimiento. Nunca os habrían dejado tranquilos —concluyó con una voz aguda que pretendía imitar a la de Tika.

El guerrero enrojeció e intentó hablar pero, en vista de que Raistlin no le prestaba atención, resolvió guardar silencio.

Absorto una vez más en su magia, el hechicero se inmovilizó con los dedos cerrados en torno al Orbe. La niebla multicolor se arremolinó en el interior del cristal al son de su enigmático canto, antes de fundirse en un luz pura y radiante que brotó en un único haz.

El enteco nigromante escudriñó el cielo en la actitud del que espera un acontecimiento. Éste no tardó en producirse: pasados unos segundos, eclipsó los astros de la noche una sombra gigantesca. Tika, alarmada, se refugió en el brazo que le ofrecía Caramon, si bien también él se estremeció y de un modo instintivo tomó la espada en sus manos.

—¡Un Dragón! —exclamó Tasslehoff sobrecogido—. ¡Es enorme! Nunca había visto uno de proporciones tan descomunales. ¿O quizá sí? Por algún motivo, me resulta familiar.

—Aparecía en el sueño —explicó Raistlin, restituyendo la cristalina esfera a su saquillo—. Se trata de Cyan Bloodbane, el Dragón que atormentó al infortunado Lorac, rey de los elfos.

—¿Qué hace aquí? —indagó Caramon asaltado por un súbito recelo.

—No te inquietes, tan sólo obedece órdenes —declaró Raistlin—. Ha venido para trasladarme a casa.

El reptil descendió trazando círculos, extendidas sus alas de tal manera que con su envergadura oscurecieron el paraje. Incluso Tas, aunque más tarde se negó a admitirlo, buscó cobijo en Caramon mientras aquel monstruo de escamas verdosas se posaba en el suelo.

Durante unos momentos Cyan observó al grupo de insignificantes humanos que se arrebujaban unos contra otros y sus ojos adquirieron un brillo siniestro, acompañado por las ensalivadas oscilaciones de su lengua que no denotaban sino un odio contenido. Sin embargo, su mirada, sometida a una voluntad más poderosa que la suya y rebosante de rencor y de ira se desvió hacia el mago.

Un leve gesto de Raistlin bastó para que la inmensa cabeza del Dragón descendiese hasta reposar sobre la arena.

Apoyado lánguidamente en su Bastón de Mago, el hechicero avanzó hacia Cyan Bloodbane y se encaramó por su sinuoso cuello.

Caramon fijó sus ojos en el reptil mientras luchaba para desechar el miedo que le había invadido, apenas consciente de las dos figuras que se aferraban a él. De pronto lanzó un áspero grito y, tras despedir de su regazo a Tika y Tas, echó a correr en dirección al animal.

—¡Aguarda, Raistlin! –suplicaba—. ¡Iré contigo!

Cyan enderezó nervioso la testa, espiando los movimientos del hombretón con sus flamígeros globos oculares.

—Estarías dispuesto a acompañarme al reino de las tinieblas —le advirtió el mago sin cesar de acariciar la tensa cerviz de su montura.