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Orr negó con la cabeza. Se lo veía receloso, pero no hizo ninguna objeción. Había cierta actitud pasiva, abierta, que parecía femenina, o infantil. Haber reconoció en sí mismo una reacción protectora y al mismo tiempo intimidatoria hacia ese hombre físicamente débil y dócil. Dominarlo, protegerlo, era tan fácil que resultaba casi irresistible.

—Lo uso con la mayoría de mis pacientes. Es rápido, seguro, de lejos el mejor método para inducir la hipnosis, y el que presenta menos problemas tanto para el hipnotista como para el sujeto —seguramente Orr habría oído ciertas historias alarmantes de individuos que recibieron lesiones cerebrales o murieron por una inducción v-c muy prolongada o mal realizada, y si bien esos temores no tenían sentido ahí, debía desviarlos y calmarlos, no fuera a ser que Orr se resistiera a la inducción. De modo que siguió con su charla, describiendo la historia de cincuenta años del método de inducción v-c y luego, apartándose del tema de la hipnosis y volviendo al dormir y a los sueños, para desviar la atención de Orr del proceso de inducción y dirigirla al objetivo de la hipnosis—. La brecha que debemos salvar es la separación que existe entre el estado de vela o de trance hipnotizado y el estado de sueño. Esa separación tiene un nombre común: el dormir. El dormir normal, el estado, el nombre que usted prefiera darle. Ahora bien, existen, en líneas generales, cuatro estados mentales que nos interesan: el estado de vela, el trance, el dormir s y el estado d. Si pensamos en los procesos de acción mental, el estado s, el estado d, y el estado hipnótico, todos tienen algo en común: el dormir, el sueño y trance, todos ellos liberan la actividad del subconsciente; tienden a emplear una pensamiento de proceso primario, mientras que la acción mental del estado de vela es un proceso secundario, racional. Ahora veamos los registros del electroencefalógrafo de los cuatro estados. Ahora son el estado d, el trance y el estado de vela los que tienen mucho en común, mientras que el estado s, el dormir, es totalmente diferente. Y no se puede pasar directamente del trance a los sueños del verdadero estado d. Debe intervenir el estado s. Normalmente sólo se entra en el estado d cuatro o cinco veces por noche, cada una o dos horas, y sólo por un cuarto de hora por vez. El resto del tiempo se encuentra en uno u otro estado del dormir normal, y se sueña, pero en general no de manera vivida; la acción mental en el dormir s es como un motor que funciona en mínima, una especie de firme balbuceo de imágenes y pensamientos. Lo que nos interesa son los sueños vividos, memorables, cargados de emoción, del estado d. Nuestra hipnosis, más la Ampliadora, asegurara que los obtengamos, que crucemos la separación neurofisiológica y temporal del dormir hacia los sueños. De modo que es necesario que usted se acueste aquí, en el diván. Los pioneros en este campo fueron Dement, Aserinsky, Berger, Oswald, Hartmann y el resto, pero el diván nos llega directamente de papá Freud… Claro, nosotros lo usamos para dormir (cosa a la que él se oponía). Ahora, para empezar, lo que deseo es que se siente aquí, a los pies del diván. Sí, así. Estará allí por un rato, así que póngase cómodo. Usted dijo que había intentado la autohipnosis, ¿verdad? Muy bien, adelante, use las técnicas que usted conoce. ¿Que tal la respiración profunda? Cuente hasta diez mientras inhala, contenga el aliento hasta cinco; sí, bien, excelente. ¿Quiere mirar el cielo raso, directamente sobre su cabeza? Perfecto.

Mientras Orr, obediente, echaba la cabeza hacia atrás, Haber, muy cerca de él, tendió rápida y silenciosamente sus brazos, oprimiendo con firmeza con el pulgar y el anular detrás y debajo de cada oreja; al mismo tiempo, con el pulgar y el anular derechos, oprimió con fuerza sobre la garganta desnuda, debajo de la barba suave y rubia, sobré el nervio neumogástrico y la carótida. Haber tenía conciencia de la piel fina y pálida bajo sus dedos; sintió el primer movimiento sorprendido de protesta, luego vio que los ojos claros se cerraban. Sintió un estremecimiento de alegría por su propia capacidad, su inmediato dominio sobre el paciente, aun mientras murmuraba suave y rápidamente:

—Usted va a dormir ahora; cierre los ojos, duerma, relájese, ponga su mente en blanco, se va a dormir, está relajado, se afloja; relájese…

Orr cayó hacia atrás sobre el diván como si lo hubieran baleado de muerte, su mano derecha pendiente al costado, relajada.

Haber se arrodilló a su lado de inmediato, manteniendo su mano suavemente sobre los puntos de presión y sin interrumpir sus órdenes rápidas y suaves.

—Está en trance ahora no dormido sino en profundo trance hipnótico, y no saldrá de él ni se despertará hasta que yo se lo ordene. Está en trance ahora, y se interna cada vez más en el trance, pero todavía puede oír mi voz y seguir mis instrucciones. Después, cada vez que lo toque simplemente en la garganta, como estoy haciendo ahora, entrará en trance hipnótico de inmediato —repitió las instrucciones, y siguió—. Ahora cuando le diga que abra los ojos, los abrirá y verá una bola de cristal que flota frente a usted. Quiero que fije su atención en ella, y mientras lo haga seguirá internándose en el trance. Ahora abra los ojos, sí, bien, y avíseme cuando vea la bola de cristal.

Los ojos claros, ahora con una extraña mirada interior, miraron más allá de Haber, a la nada.

—Ahora —dijo muy suavemente el hombre hipnotizado.

—Bien, siga mirándola y respirando en forma regular; pronto estará en trance muy profundo…

Haber elevó la vista hacia el reloj. Todo el proceso había tomado sólo un par de minutos. Bien; no le gustaba perder tiempo con los medios, lo importante era alcanzar el fin deseado. Mientras Orr, tendido, fijaba la mirada en su bola de cristal imaginaria, Haber se incorporó y empezó a colocarle el casco modificado, colocándolo y retirándolo constantemente para reajustar los pequeños electrodos y ubicarlos sobre el cuero cabelludo, bajo el espeso pelo castaño claro. Hablaba a menudo con suavidad, repitiendo órdenes y formulando ocasionales preguntas poco importantes para que Orr no pasara al sueño todavía y permaneciera en contacto. Tan pronto como el casco estuvo colocado, prendió el electroencefalógrafo, y por un momento estuvo observándolo, para ver cómo funcionaba ese cerebro.

Ocho de los electrodos del casco estaban conectados al electroencefalógrafo; dentro de la máquina, ocho marcadores trazaban un registro permanente de la actividad eléctrica del cerebro. Sobre la pantalla que Haber observaba, los impulsos se reproducían directamente, con nerviosos garabatos sobre un gris obscuro. Podía aislar y agrandar uno de los garabatos, o superponer uno a otro, a voluntad. Era una escena de la que nunca se aburría, el cine de toda la noche. No había ninguna de las muescas sigmoideas que buscaba, típicas de ciertos tipos de personalidad esquizoide. No había nada extraño en el modelo total, salvo su diversidad. Un cerebro simple produce un conjunto relativamente simple de caracteres y se complace en repetirlos; éste no era un cerebro simple. Sus movimientos eran sutiles y complejos, y las repeticiones ni eran frecuentes ni muy exactas. La computadora de la Ampliadora los analizaría, pero hasta tanto viera el análisis. Haber no podía aislar ningún factor, salvo la complejidad misma.

Cuando le ordenó al paciente que dejara de ver la bola de cristal y cerrara los ojos, obtuvo casi de inmediato un fuerte y claro trazo alfa a 12 ciclos. Se entretuvo un poco más con el cerebro, tomando registros para la computadora y probando la profundidad hipnótica, y luego dijo:

—Ahora, John… —no, ¿cómo demonios se llamaba el sujeto?— George. Ahora va a dormir en un minuto. Se va a dormir profundamente y va a soñar; pero no se dormirá hasta que yo diga la palabra “Amberes”; cuando yo diga esa palabra, usted se dormirá, y seguirá durmiendo hasta que yo pronuncie su nombre tres veces. Ahora, cuando duerma, va a tener un sueño, un buen sueño. Un sueño claro y agradable; para nada malo, sino agradable, pero muy claro y vivido. Tendrá que recordarlo bien cuando despierte. Será sobre… —dudó un momento; no había planeado nada, confiaba en su inspiración—, sobre un caballo. Un gran caballo bayo que galopa en un campo. Corre de un lado para el otro. Tal vez usted lo cabalgue, o lo atrape, o tal vez sólo lo observe. Pero el sueño será sobre un caballo. Un sueño vívido… —¿cuál era la palabra que el paciente había usado?— y efectivo sobre un caballo. Después de eso no soñará nada más, y cuando pronuncie tres veces su nombre se despertará y se sentirá tranquilo y descansado. Bien, voy a ordenarle que duerma… diciendo… Amberes.