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La señora Sanderholt bajó los escalones y posó una mano vendada sobre el peludo brazo de Gratch.

— Gratch,… gracias. —La mujer se volvió hacia Richard y le confesó, bajando la voz—: Creí que iba a matarme. He visto a gars hacerlo —dijo, mirando los cuerpos destrozados en el suelo—. Cuando me levantó del suelo de esa manera, estaba convencida de que iba a matarme. Pero me equivoqué; Gratch es diferente. Me has salvado la vida —añadió, alzando los ojos hacia el gar—. Gracias.

Gratch sonrió dejando al descubierto las dos hileras de sangrientos colmillos. La mujer ahogó un grito.

Richard miró aquella sonriente cara de siniestro aspecto.

— Deja de sonreír, Gratch. La estás asustando otra vez.

Los labios del gar descendieron hasta cubrir sus prodigiosos colmillos increíblemente afilados. Su arrugado rostro presentaba un aspecto enfurruñado. Gratch se consideraba un ser adorable y no comprendía que para los demás no fuese así.

Pero la señora Sanderholt le acarició un brazo y dijo:

— No pasa nada. Es una sonrisa sincera y, por tanto, hermosa. Es sólo que… no estoy acostumbrada a ella.

El gar volvió a sonreír a la señora Sanderholt, añadiendo además un súbito y animado aleteo. Sin poderlo evitar la mujer retrocedió un paso. Empezaba a comprender que Gratch era distinto de los demás gars, que eran una amenaza para la gente, pero sus instintos aún eran más fuertes. Gratch avanzó hacia la mujer con la intención de darle un abrazo. Richard estaba seguro de que la pobre señora Sanderholt se moriría del susto antes de darse cuenta de cuáles eran las verdaderas intenciones del gar, por lo que lo detuvo poniéndole un brazo delante.

— Usted le gusta, señora Sanderholt, y solamente quería darle un abrazo, eso es todo. Pero creo que con un gracias es suficiente.

La mujer recuperó rápidamente la compostura.

— Tonterías. Me encantaría que me abrazaras, Gratch —declaró con una cálida sonrisa, y abrió los brazos hacia la bestia.

Gratch gorjeó encantado y la alzó en vilo. En voz baja, Richard le advirtió que fuese delicado. La señora Sanderholt no pudo evitar soltar una risita ahogada. De nuevo en el suelo, retorció su huesudo cuerpo para recolocarse el vestido y torpemente se cubrió los hombros con un chal. Se veía radiante.

— Tenías razón, Richard. Gratch no es ninguna mascota. Es un amigo.

El gar asintió con entusiasmo y agitó las orejas al tiempo que batía de nuevo sus correosas alas.

Richard cogió una capa blanca que le pareció bastante limpia de uno de los mriswith caídos, y le pidió a la señora Sanderholt el favor de que se colocara frente a una puerta de roble que permitía el acceso a un pequeño edificio de techo bajo. Entonces le puso la capa sobre los hombros y le tapó la cabeza con la capucha.

— Ahora quiero que se concentre en el color marrón de la puerta que tiene detrás. Mantenga la capa cerrada sujetándola bajo el mentón y cierre los ojos, así se podrá concentrar mejor. Entonces imagínese que se funde con la puerta, que es del mismo color que la puerta.

La mujer lo miró con el ceño fruncido.

— ¿Por qué he de hacer eso?

— Quiero comprobar si se vuelve invisible, como ellos.

— ¡Invisible!

Richard le sonrió para infundirle coraje.

— Sólo para probar.

La mujer suspiró y, finalmente, asintió con la cabeza. Lentamente cerró los ojos. Su respiración se serenó y se hizo más lenta. Nada. Richard esperó un ratito más, pero seguía sin suceder nada. La capa continuaba siendo blanca, sin ni pizca de marrón. Por fin, la mujer abrió los ojos.

— ¿Me he vuelto invisible? —preguntó, como si temiera escuchar que sí.

— No —admitió Richard.

— Ya me lo parecía. ¿Cómo lo consiguen entonces esos repugnantes hombres serpiente? —La señora Sanderholt se desprendió de la capa y se estremeció con asco—. ¿Y qué te hizo pensar que yo también podría?

— Son mriswith. Es la capa lo que les permite volverse invisibles, por lo que pensé que, si se ponía una, también usted podría. —La mujer lo observaba con expresión dubitativa—. Mire, se lo enseñaré.

Richard ocupó su lugar frente a la puerta y se cubrió con la capucha de la capa que llevaba. Entonces cerró la prenda y se concentró. En un abrir y cerrar de ojos, la capa adquirió exactamente el mismo color de la puerta. Richard sabía que la magia de la capa combinada con la suya propia se combinaban para camuflar también otras partes de su cuerpo, de modo que daba la impresión de que desaparecía.

Cuando se alejó de la puerta, la capa se fue trasformando para imitar lo que la mujer veía detrás. Al colocarse delante de la piedra blanca fue como si los pálidos bloques y las oscuras junturas se deslizaran sobre él, de modo que parecía que se hubiese vuelto transparente y dejase ver lo que tenía detrás. Por experiencia Richard sabía que la capa era capaz incluso de imitar fondos complejos.

Pese a que Richard se iba moviendo, la señora Sanderholt continuaba con la mirada fija en la puerta de roble, en el lugar donde lo había visto por última vez. No obstante, los verdes ojos de Gratch no lo perdían de vista y seguía todos sus movimientos con mirada amenazadora. Un gutural gruñido creció en su garganta.

Richard se relajó y se quitó la capucha. Los colores del fondo se desprendieron de la capa, que recuperó su color negro.

— Soy yo, Gratch —dijo.

La señora Sanderholt se sobresaltó y miró a su alrededor para descubrir dónde estaba. El gruñido de Gratch se apagó, y su expresión se relajó. Primero pareció confundido, pero enseguida sonrió ampliamente y dejó ir una profunda risa gutural ante lo que creía un nuevo juego.

— Richard, ¿cómo lo has hecho? —balbuceó la señora Sanderholt—. ¿Cómo te has hecho invisible?

— Es la capa. En realidad no me vuelve invisible, pero cambia el color para adaptarse al fondo y engaña al ojo. Supongo que solamente funciona si uno tiene magia, y usted no tiene, pero yo nací con el don. —Richard echó un vistazo a los mriswith caídos—. Creo que será más prudente que quememos todas las capas, para evitar que caigan en malas manos.

Richard dijo a Gratch que recogiera las capas de lo alto de la escalinata, mientras él recogía las de abajo.

— Richard, ¿no te parece que podría ser… arriesgado usar una capa que ha pertenecido a uno de esos inmundos seres?

— ¿Arriesgado? —El joven se irguió y se rascó la parte posterior del cuello—. No veo por qué. Lo único que hace es cambiar de color, del mismo modo que algunas ranas y salamandras son capaces de camuflarse con cualquier cosa de su entorno como una roca, un tronco o una hoja.

La mujer lo ayudó a formar un fardo con las capas lo mejor que se lo permitían los vendajes de las manos.

— He visto ranas de ésas y siempre he creído que su habilidad es uno de los milagros de Creador. —La mujer lo miró sonriente—. Tal vez el Creador te ha bendecido con una habilidad similar porque posees el don. Alabado sea el Creador; su bendición nos ha salvado.

Mientras Gratch le iba tendiendo las capas, una a una, para que ella las fuese añadiendo al fardo, una sensación de angustia empezó a oprimir a Richard, como brazos que le rodearan el pecho. Alzó los ojos hacia Gratch y le preguntó:

— Gratch, ya no sientes la presencia de más mriswith, ¿verdad?

El gar tendió a la señora Sanderholt la última de las capas y luego fijó la mirada a lo lejos, con intensidad. Por fin negó con la cabeza. Richard soltó un suspiro de alivio.

— ¿Tienes idea de dónde vinieron, Gratch? ¿Llegaron de alguna dirección en particular?

De nuevo el gar giró lentamente sobre sí mismo, escrutando los alrededores. Durante un largo y silencioso momento su mirada quedó prendida en el Alcázar del Hechicero, pero luego se apartó de allí. Finalmente se encogió de hombros, como si se disculpara.

Richard bajó la mirada hacia la ciudad de Aydindril y estudió las tropas de la Orden Imperial. Le habían dicho que estaban formadas por hombres de muchas naciones distintas, pero él reconoció la cota de mallas, la armadura y el cuero oscuro que llevaba la mayoría: eran d’haranianos.