En el Parque de los Animales convertí, pues, mis sinik en metros. Desde entonces, he sabido exactamente, aunque ande sonámbula o sobre la cuerda floja, o lleve botas y crampones o la falda negra estrecha que me obliga a efectuar pasos de cinco centímetros, qué distancia he recorrido cuando doy un paso.
Cuando me pongo a caminar por el castillo de popa no se trata de un paseo de placer. Estoy midiendo el Kronos. Paseo la mirada por el mar. Pero toda la energía disponible se va en memorizar.
Paseo veinticinco metros y medio, pasando por el puntal de popa y sus dos plumas de carga, hasta llegar a la superestructura de popa. Doce metros a lo largo de la superestructura. Cuando llego a la borda, me inclino hacia delante y calculo que la altura del franco a bordo debe de ser de cinco metros.
Hay alguien detrás de mí. Me doy la vuelta. Hansen rellena el vano de la puerta que da al taller mecánico. Compacto, con enormes botas de suela de madera. En la mano lleva lo que parece ser un puñal corto.
Me contempla con esa satisfacción descansada y brutal que ciertos hombres experimentan al darse cuenta de su superioridad física.
Levanta el cuchillo. Entonces lleva la mano izquierda a la hoja y empieza a pulirla con movimientos circulares con un pequeño trapo. Deja una capa blanquecina y espumosa sobre la hoja.
– Cal de Viena. Tienen que ser pulidas con cal de Viena. Si no lo haces, el filo no aguanta.
No mira el puñal. Sus ojos no dejan de mirarme mientras habla.
– Los hago yo mismo. De viejas sierras para serrar en frío. El acero más duro del mundo. Primero lo afilo con una muela de diamante. Luego lo pulo con carborundo y piedra al aceite. Finalmente, lo bruño con cal de Viena. Muy, muy afilado.
– ¿Como una navaja de afeitar?
– Más afilado -dice satisfecho.
– ¿Más agudo que un limpiaúñas?
– Mucho más agudo.
– Entonces -le digo-, ¿cómo puede ser que vayas tan condenadamente mal afeitado y que te presentes en el comedor que yo he limpiado con unas uñas tan excepcionalmente guarras?
Mira hacia el puente de mando y luego me mira a mí. Se pasa la lengua por los labios. Pero no encuentra ninguna respuesta.
¿Acaso no se repite la historia? ¿Acaso Europa no ha intentado siempre vaciar sus cloacas en las colonias? ¿Acaso el Kronos no es, de nuevo, el barco lleno de presidiarios camino de Australia, la legión extranjera camino de Corea, soldados ingleses camino de Indonesia?
De vuelta en mi camarote, saco los dos folios din A-4 que guardaba en el bolsillo de mi chaqueta. He abandonado la idea de dejar cosas importantes en mi camarote. Mientras todavía los recuerdo, anoto los números de los pasos que he medido en el plano que estoy elaborando del casco del Kronos. En el margen, apunto los demás números que medio conozco, medio adivino.
«Eslora totaclass="underline" 105 metros
Eslora entre perpendiculares: 97 metros
Manga: 15 metros
Puntal de la cubierta superior: 9,5 metros
Puntal de la 2ª cubierta: 6 metros
Capacidad de carga (entrepuentes): 100.000 pies cúbicos
Capacidad de carga (bodegas): 125.000 pies cúbicos
Totaclass="underline" 225.000 pies cúbicos
Velocidad de crucero: 18 nudos, equivalentes a 4500 BHP
Consumo de dieseclass="underline" 14 toneladas diarias
Autonomía: 10.000 millas.»
Intento encontrar una explicación a las limitaciones a las que se someten los movimientos de la tripulación del Kronos. Cuando el esquimal Hans navegó con Peary hacia el Polo Norte, los marineros no podían subir a la cubierta del puente. Sin duda, formaba parte de la instrucción, un intento de transmitir la confianza y seguridad en la jerarquía feudal a la Antártida. Hoy en día, la tripulación de un barco es demasiado reducida como para que puedan instaurarse este tipo de reglamentos. Y, sin embargo, existen a bordo del Kronos.
Pongo en marcha las lavadoras. Luego abandono la lavandería.
Si se forma parte de un grupo aislado de personas, en un internado, sobre el Indlandsis, a bordo de un barco, la individualidad de cada uno se ablanda y es sustituida, en parte, por una sensación de conjunto. Inconscientemente soy capaz, en cualquier momento, de situar a cualquiera de los demás dentro del universo del barco. Por sus pasos en el pasillo, por su respiración durante el sueño tras las puertas cerradas, por su manera de silbar, por su ritmo de trabajo, por el conocimiento que tengo de sus guardias.
De la misma manera que ellos saben dónde estoy yo. Ésa es la ventaja de estar en la lavandería. Por el ruido, parece como si estuviera incluso cuando no estoy.
Urs está comiendo. Ha sacado una mesa plegable y la ha abierto al lado de la cocina de fogones. Después la ha cubierto con un mantel y ha encendido una vela.
– Fraülein Smila, attendez moi one minute.
El comedor del Kronos es una torre de Babel de inglés, francés, tagalo, danés y alemán. Urs se tambalea desvalido entre los fragmentos de idiomas que nunca aprendió. Siento compasión por él. Puedo percibir cómo se está descomponiendo su lengua materna.
Acerca una silla para mí y pone un cubierto más sobre la mesa.
Necesita tener comensales. Come como si quisiera aunar a las gentes de todos los países alrededor de las ollas, con un conocimiento optimista de que, por encima de las guerras, las violaciones, las barreras idiomáticas, las diferencias de temperatura y el ejercicio de la soberanía militar danesa en Groenlandia del Norte, todos tenemos en común la necesidad de comer.
Sobre su plato tiene una porción de pasta lo suficientemente abundante como para repartirla.
Me mira con tristeza cuando rechazo su oferta.
– Está demasiado delgada, Fraülein.
Ralla un gran trozo de queso parmesano y el polvo seco y dorado cae sobre la pasta como una nevada fina.
– Usted es ein Hungerkünstler.
Ha abierto sus propias barritas de pan a lo largo y las ha frito en mantequilla y ajo. Se mete trozos de diez centímetros en la boca y los tritura lentamente, disfrutando de cada bocado.
– Urs -digo-, ¿cómo llegaste a embarcar?
Me es imposible tratarle de usted.
Deja de masticar de golpe.
– Verlaine dice que usted es Polizist.
Sopesa mi silencio.
– Estuve im Gefängnis. Dos años. In der Schweiz. [5]
Esto explica su palidez. La palidez de la cárcel.
– Estuve viajando en coche por Marruecos. Pensé, te llevas un par de kilos y tienes para tu consumo durante dos años. En la frontera italiana me cogieron en un Stichprobekontrol. Ich bekam drei jahre. [6] Fui puesto en libertad tras dos años. En octubre del año pasado.
– ¿Qué tal la cárcel?
-Die beste Zeit meins Lebens. [7]
La emoción hace que cambie a su lengua materna, el alemán.
– Nada de estrés. Sólo Ruhe. Estuve trabajando en la cocina como voluntario. Por eso obtuve Strafermässigung. [8]
– ¿Y el Kronos?
De nuevo sopesa mis intenciones.
– Hice el servicio militar en la marina suiza.