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Apuntes

Los aspirantes a caballeros han de poseer la destreza básica de guerrero requerida para cada una de las tres Órdenes de los Caballeros de Takhisis. Todos comienzan en la Orden del Lirio y más adelante, a medida que progresen, pueden incorporarse a otra de las Órdenes si así lo eligen.

Todos los aspirantes cuentan con un protector (en la Orden del Lirio), un patrocinador (en la de la Calavera) o un mentor (en la de la Espina), que es un caballero que presenta al aspirante. Los Caballeros de Takhisis no se limitan a «firmar» o a alistarse. Siempre tienen que estar patrocinados por un caballero mayor perteneciente a un rango de medio a superior de cualquiera de las tres órdenes.

Este patrocinador se convierte en fiador y padrino del aspirante. Las órdenes y juicios del padrino son ley y siempre se obedecen incuestionablemente. Es responsabilidad del padrino promover el avance de su protegido en la caballería, o matarlo si es desobediente.

El padrino asume el papel de padre, juez, ejecutor y, dependiendo de la relación, puede ser también de vez en cuando amante. Dejando a un lado la relación, el padrino perseguirá y destruirá a su protegido sin compasión si él o ella demuestra el menor atisbo de desobediencia a la Orden. No hacerlo acarrearía la muerte al padrino en sustitución de su protegido.

Al igual que con los Caballeros de Solamnia (en la actualidad), las mujeres pueden entrar en las filas de los Caballeros de Takhisis. Una de las más renombradas cabecillas durante la Guerra de la Lanza fue la Señora del Dragón Kitiara Uth Matar, y a pesar del hecho de que fue, en gran parte, responsable de la muerte del padre de lord Ariakan, a Kitiara se la considera como una de las heroínas de los caballeros por su valor y osadía en la batalla. Las mujeres pueden entrar en cualquier orden sin restricciones y pueden ascender hasta donde las lleven sus habilidades.

El acceso a los Caballeros de Takhisis está o no restringido dependiendo de la raza del aspirante. Los humanos no tienen cortapisa alguna, al igual que los minotauros. Todo lo contrario que los kenders, los gnomos y los Irdas. En cuanto a los elfos, no se admiten qualinestis, silvanestis, kalanestis, dimernestis ni dargonestis (o dragonestis), pero sí tienen acceso los elfos oscuros. De la raza enana, ninguna de la subrazas (Enanos de las Colinas, de las Montañas y gullys) es admitida, excepto los denominados Parias o Sin Padre, pero éstos no pueden convertirse en Caballeros de la Espina.

Historia

La captura y subsiguiente encarcelación de Ariakan, hijo del poderoso Señor del Dragón Ariakas y de —según los rumores— la diosa del mar Zeboim, fue uno de los secretos mejor guardados de la Guerra de la Lanza. Hasta su propia existencia era desconocida por las fuerzas del oeste hasta la caída del Templo de la Reina de la Oscuridad, en Neraka.

Los Caballeros de Solamnia descubrieron al joven durante la ocupación del maligno templo. Se había escondido en uno de los niveles inferiores, donde lo había dejado su padre bajo la protección de una numerosa fuerza de draconianos dirigida por nueve de los tenientes más dignos de confianza de lord Ariakas. En el feroz combate que tuvo lugar a continuación, el joven no aceptó la clemencia que se le ofreció y se negó a rendirse. Luchó valerosa y diestramente, acabando con cinco de los Caballeros de Solamnia antes de que lo redujeran a la fuerza.

Al ser capturado, Ariakan no ocultó su linaje, sino que reveló su origen con orgullo. Aunque los caballeros no creyeron al osado joven, quedaron impresionados por su evidente destreza, su valor y su inteligencia. El hecho de que lo hubiera protegido una fuerza tan importante indicaba que era alguien por quien el difunto Señor del Dragón había sentido gran interés. Los caballeros trasladaron a Ariakan a la Torre del Sumo Sacerdote para recluirlo e interrogarlo. A la larga, creyeron su historia y comprendieron que había caído en sus manos un prisionero valioso. Ariakan permaneció cautivo más de seis años.

Durante ese tiempo aprendió cuanto pudo sobre la estructura, organización y mentalidad de los Caballeros de Solamnia. Siendo un joven agradable, apuesto y encantador, no tardó en ganarse tanto el favor como la admiración de sus captores. Los caballeros, ni que decir tiene, se mostraron más que dispuestos a adoctrinarlo en el Código y la Medida, creyendo que esa línea de estudio beneficiaría al joven y le haría ver el error de sus creencias. El error, sin embargo, lo cometieron los caballeros.

Ariakan estudió la caballería como cualquier guerrero habría estudiado a su enemigo: en detalle. Sólo era cuestión de tiempo que supiera todo lo que tenía que decir para convencer a los caballeros de su total rehabilitación y conversión. De hecho, al cabo de dos años se le concedió la libertad anticipada, pero él pidió quedarse en la Torre del Sumo Sacerdote para terminar sus estudios. Su petición fue otorgada de buen grado.

Han corrido rumores de que los caballeros consideraron la posibilidad de ofrecer a Ariakan su ingreso en la caballería. Todos lo niegan ahora, por supuesto, pero todos los mandos de los caballeros se sumen en un llamativo silencio cuando el asunto sale a colación. Si se le hizo tal oferta, Ariakan la rechazó amable y gentilmente. Al finalizar los seis años prescritos y habiendo aprendido todo cuanto era posible sobre los caballeros, se despidió de ellos y se marchó.

Muchos lamentaron verlo partir, ya que Ariakan eran un compañero encantador, un alumno aventajado y un excelente luchador. Sólo después de su marcha se les ocurrió a los caballeros que, durante todos sus años de estancia allí, Ariakan había tenido mucho cuidado en no manifestar ningún tipo de lealtad, hacer ninguna promesa ni prestar juramento alguno.

Cuando Ariakan salió a caballo hacia las Llanuras de Solamnia tenía alrededor de veinticinco años. Llevaba una escolta, caballeros que se dirigían a otras partes del reino, pero enseguida se las ingenió para librarse de aquella compañía no deseada. Inmersos en sus propios asuntos, tratando de reconstruir un país destrozado por la guerra, los solámnicos sólo hicieron un intento —sin poner mucho empeño— de localizar a Ariakan, pero sin resultado. El joven les había hecho creer que tenía intención de trabajar como mercenario y, aunque consideraban que era una ocupación poco digna, llegaron a la conclusión de que debía de encontrarse en algún reino ofreciendo sus servicios como guerrero para ganarse la vida.

Pero Ariakan no había pensado trabajar como mercenario. Había aprendido de los caballeros mucho más aparte de su cultura, sus tradiciones y su historia. Valiéndose de las habilidades que le habían enseñado los caballeros, esquivó su vigilancia y regresó a través de las llanuras. En mitad de una tormenta de nieve, escaló las imponentes montañas de Neraka.

Se perdió enseguida. Helado y hambriento, habría perecido sin ayuda. Se desplomó en un ventisquero y, con su último aliento, rogó a su madre, Zeboim, que lo auxiliara.

No bien acabó su plegaria, vio en la nieve, delante de él, una concha de mar. Aceptándolo como una señal de su divina madre, Ariakan se puso de pie con denuedo. Un rastro de conchas marinas lo condujo hasta una caverna. Allí encontró refugio de la tormenta, provisión de comida y leña para encender fuego. Comió y, exhausto, se quedó dormido.

Despertó de un profundo sueño y vio a un guerrero, vestido con brillante armadura negra, sentado cerca del fuego. El guerrero no le asustó; le resultaba familiar, y en el fondo de su corazón pensó que podría tratarse de una manifestación de su padre muerto. El guerrero le habló, animándole a contar sus experiencias.