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Åsa Larsson

La Senda Oscura

Rebecka Martinsson,3

© Åsa Larsson, 2006

Título originaclass="underline" Svart stig

Traducción del sueco por Mayte Giménez y Pontus Sánchez

¿Recuerdas la historia?

Rebecka Martinsson descubrió a su amigo muerto sobre la grava, allí en Poikkijärvi. Y el mundo se vino abajo. La tuvieron que sujetar para que no se tirara al río.

Éste es el tercer libro.

PRÓLOGO

Extracto de las anotaciones del historial clinico del 12 de septiembre de 2003 referente a la paciente Rebecka Martinsson

Motivo del contacto: La paciente fue ingresada en el hospital de Kiruna con heridas en la cara por caída y traumatismo en la cabeza. En el momento del ingreso se encuentra en estado sicótico agudo. Es necesario el tratamiento quirúrgico de las heridas de la cara por lo que se anestesia a la paciente. Al despertar de la anestesia se mantienen claros síntomas sicóticos. Decisión de asistencia obligatoria según el § 3 de la Ley de Tratamiento Obligatorio, la LTO. Traslado a la clínica de psiquiatría del Hospital de Sant Göran, de Estocolmo y encierro en el departamento de admisiones. Diagnóstico preliminar: psicosis SME (sin mayor especificación). Tratamiento: Risperdal mix 8 mg/dia y Sobril 50 mg/dia.

Es últimamente.

Mira, viene con las nubes y cada ojo debe verlo.

Es la última hora.

Es el momento del caballo rojo fuego. Ella llega con la larga espada para que las gentes se maten entre ellas.

Y aquí. Me cogen de los brazos. No escuchan. Obstinados se niegan a alzar la mirada hacia el cielo que se abre sobre ellos.

Es el momento del caballo amarillo pálido.

Y araña con su afilada pezuña. Patea la tierra en su trayectoria.

Llegó un gran terremoto y la tierra se volvió negra como un saco de crines y la luna entera parecía sangre.

Me quedé allí. Somos muchos los que nos quedamos. Caemos de rodillas ante nuestro viaje entre la oscuridad y vaciamos nuestras tripas por el miedo. Camino del mar que arde por el fuego y por el azufre, y ésta es la segunda muerte. Sólo quedan unos minutos. Te coges a lo primero que encuentras. Te agarras fuerte a lo que está más cerca.

Oigo la voz de las siete tormentas. Por fin las palabras son nítidas.

Dicen. Que el momento. Ha llegado.

Pero aquí nadie escucha.

Extracto de las anotaciones del historial clinico del 27 de septiembre de 2003 referente a la paciente Rebecka Martinsson

Contacto con la paciente, responde cuando se le habla, puede describir los acontecimientos que le provocaron la psicosis depresiva. Muestra síntomas vitales de depresión: pérdida de peso, apatía, sueño nocturno alterado con despertar precoz. Inminente riesgo de suicidio. Continúa el tratamiento ETC. Cipramil en grageas 40 mg/dia.

Uno de los cuidadores (soy yo la que tiene cuidador, qué cosas) se llama Johan. ¿O Jonas? ¿Johnny? Me saca fuera de paseo. No puedo estar sola. No vamos lejos. Sin embargo, me siento incomprensiblemente cansada. Quizá se da cuenta cuando volvemos. Aparenta no notar nada. Habla todo el tiempo. Mejor, así no tengo que hacerlo yo.

Habla del combate por el título entre Muhammad Alí y George Foreman, en 1974, en Zaire.

– Le dieron una buena paliza. Estaba contra las cuerdas y dejaba que Foreman le pegara. Foreman era tan cruel. Estamos hablando de pesos pesados y casi todo el mundo ya lo ha olvidado pero la gente, antes del combate, estaba preocupada por Alí. Creía que Foreman podría matarlo. Y allí estaba Alí ¡como una puta… piedra! Aguantando la paliza durante siete asaltos. Mofándose de Foreman. En el séptimo se inclinó sobre el hombro de Foreman y le susurró al oído: «Is that all you got, George?» Y así era. Después el octavo y Foreman apenas se aguantaba en pie. Fue cuando llegó aquel cañonazo. Alí hizo: ¡Chum! -su mano derecha da un gancho en el aire-. Foreman cayó como un pino. ¡Prracash!

Ando callada. Noto que los árboles empiezan a oler a otoño. Y él sigue hablando. Ahora de Rumble in the Jungle. I am the greatest. Thrilla in Manilla.

O habla de la Segunda Guerra Mundial (¿puede hablarme a mí de eso?, me pregunto para mis adentros. ¿No estaré demasiado sensibilizada, es decir, delicada? ¿Qué diría el jefe médico?):

– Los japoneses, ésos sí son auténticos guerreros. ¿Sabes que cuando a los pilotos de combate se les acababa el combustible en medio del Océano Pacífico y tenían un portaaviones americano a la vista, se dejaban caer sobre ellos? ¡Pow! O hacían un elegante aterrizaje sobre el mar, sólo para demostrar lo increíbles pilotos que eran. Después, los que sobrevivían saltaban al agua y se hacían el harakiri. No dejaban que el enemigo los cogiera vivos. Lo mismo pasaba cuando luchaban en Saipán. Se tiraban desde los acantilados como una fila de lemmings cuando veían que los habían derrotado. Los americanos se quedaban con sus megáfonos esperando a que se rindieran.

Cuando volvemos a la unidad, de pronto siento miedo de que me pregunte si me ha gustado el paseo. ¿Me preguntará si me ha gustado? ¿Si querré volver a hacerlo mañana?

No soy capaz de responder ni «sí» ni «me gustaría». Es como cuando era pequeña y unas señoras del pueblo me invitaban a helado o a un refresco. Siempre preguntaban: «¿Está bueno?» Aunque ya lo veían. Una estaba allí dándole lengüetazos, callada y expectante. Pero se les tenía que dar algo. Un premio. «Sí» o mejor «gracias». Pobrecilla la niña de la madre loca. Ya no tengo nada que dar. Si me pregunta tendré que decirle que no. Aunque ha sido agradable tomar el aire. La sección huele a sudor de medicina, humo, suciedad, hospital y a detergente de limpiar el suelo de linóleo.

Pero no pregunta. Al día siguiente me saca también a dar una vuelta.

Extracto de la epicrisis del 30 de octubre de 2003 referente a la paciente Rebecka Martinsson

La paciente ha respondido bien al tratamiento. Se considera que ya no existe riesgo de suicidio. Las últimas dos semanas ha sido atendida según la Ley de Sanidad y Salud. Afligida pero no gravemente deprimida. Se la traslada a su vivienda en Kurravaara, localidad en las afueras de Kiruna, lugar donde se ha criado. Contacto continuado con atención sanitaria abierta en Kiruna. Medicación continuada Cipramil 40 mg/dia.

El jefe médico me pregunta cómo estoy. Le respondo: bien.

Se queda callado y me mira. Casi sonríe. Me estudia. Puede estar callado todo el tiempo del mundo. Es un experto en ello. Los silencios no le provocan. Al final digo: suficientemente bien. Es la respuesta correcta. Asiente con la cabeza.

No me puedo quedar aquí. He ocupado una cama demasiado tiempo. Hay mujeres que la necesitan más que yo. Esas que le prenden fuego a su propio pelo. Que llegan a la sección y se tragan trozos de espejos en el lavabo y tienen que llevarlas a urgencias en menos de dos segundos. Yo puedo hablar, responder, levantarme por la mañana y cepillarme los dientes.

Lo odio por no obligarme a quedarme aquí para siempre. Por no ser Dios.

Después me siento en el tren camino hacia arriba. El paisaje pasa deprisa en rápidos parpadeos. Primero aparecen grandes árboles de hoja caduca en tonos rojos y amarillos. El sol de otoño y un montón de casas. En todas vive su vida la gente. De alguna manera siguen adelante.

Después de Bastuträsk hay nieve. Y después, por fin: bosque, bosque, bosque. Voy camino de casa. Los abedules van encogiéndose, enjutos y negros contra lo blanco.

Presiono la frente y la nariz contra la ventanilla.

Me siento bien, me digo a mí misma. Esto es estar bien.

SÁBADO

15 de Marzo de 2005

Noche a finales de invierno en el lago de Torneträsk. La capa de hielo es gruesa, más de un metro. Por todo el lago, que tiene 70 kilómetros de largo, hay cabañas flotantes donde la gente se resguarda para pescar, casitas de cuatro metros cuadrados con cuchillas debajo para deslizarse sobre el hielo. Al final del invierno, los habitantes de Kiruna suben hasta el lago de Torneträsk en motonieves con las que remolcan las casitas flotantes.