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Lo cierto es que no piensa. No le da tiempo de tomar ninguna decisión.

Sin embargo, en su interior sabe que a los individuos que huyen allí abajo les dispararán si ella no hace nada. Y que en el coche que gira a un lado y a otro, buscando con su asesina luz como una máquina con vida propia, en ese coche hay un niño muerto.

Hay una furia desesperada en sus pasos cuando corre hacia el coche con su arma desenfundada. Los pies se hunden en la tierra. Es como en una pesadilla cuando corres y corres y nunca llegas al final.

Pero ella llega, en realidad tarda apenas unos segundos.

No la han descubierto. Su concentrada atención está dirigida hacia otra parte. Dispara al tirador de precisión en la espalda. Cae hacia delante. Dos rápidos pasos más y dispara al conductor en la cabeza, a través de la ventanilla.

El coche se para pero la luz sigue fluyendo. No piensa en que puede haber más, no hay miedo. Corre por el haz de luz hacia la terraza, hacia la arboleda. Entre los árboles. Sigue al hombre de la metralleta que persigue a quien lleva a un hombre a cuestas.

Le quedan siete balas. Eso es todo.

Sven-Erik Stålnacke se agacha en la oscuridad cuando el Hummer sube marcha atrás hasta la casa. Ve cómo sigue hacia la terraza y se para delante del manzanar, va hacia atrás y hacia adelante, hacia atrás y hacia adelante. No ve a la persona que tiene el valor de atravesar el manzanar con otra en la espalda, pero ve al hombre con la metralleta que disparara contra algo y después corre por la terraza. Ve al tirador de precisión dispuesto a disparar buscando al lado del Hummer. Mira el reloj y se pregunta cuánto tiempo tardarán en llegar los compañeros.

Apenas le da tiempo a entender lo que ve cuando oye el disparo y el tirador de precisión cae hacia delante y después alguien dispara al conductor. No entiende que es Anna-Maria hasta que la ve correr hacia el manzanar a la luz del coche.

Sven-Erik se pone de pie. No se atreve a llamarla.

«Dios mío, está totalmente expuesta con esa luz. Completamente loca.» Se pone furioso.

Con esa sensación ve que el tirador de precisión se pone de pie. El miedo actúa como un electroshock en Sven-Erik. ¡Si ella le ha disparado! Después entiende que el hombre debe llevar chaleco antibalas.

Y allí corre Anna-Maria como una diana viva en medio de la luz.

Sven-Erik se pone en marcha. Para su edad y peso se mueve muy silencioso y rápido. Y cuando el tirador levanta su arma contra Anna-Maria, Sven-Erik se para y levanta la suya. No ha podido acercarse más.

«Se puede», se convence a sí mismo.

Coge el arma con las dos manos, respira hondo, siente que todo él tiembla de miedo, esfuerzo y tensión. Aguanta la respiración cuando aprieta el gatillo.

Una bala de la ametralladora le da a Ester. Nota cómo la bala se introduce en el hombro. Es una descarga y parece una quemadura. No toca el hueso. No toca ninguna vena importante. Atraviesa sus tejidos girando.

Son sólo unos cuantos vasos capilares que se han roto y se contraen con el impacto. Pasará un rato antes de que empiecen a sangrar. La bala pasa por el brazo y se queda justo debajo de la piel, al otro lado. Como un callo. No habrá agujero de salida.

Se desangrará con aquella lesión. Uno tiene que cuidarse de las pequeñas heridas y de los amigos pobres. Pero aún tardará un rato. Tiene que llevar a Mauri un trozo más.

«Me llamo Ester Kallis. Este no es mi destino. Es mi elección. Llevo a Mauri a cuestas y dentro de muy poco estaremos en el bosque. Quedan cuatrocientos metros.

»Está completamente callado pero no estoy preocupada. Sé que vivirá. Cargo con él y es aquel niño que vi la primera vez a quien llevo a mis espaldas. El niño de dos años que estaba encima de la espalda de un hombre adulto que montaba a mi madre. Su pequeña y pálida espalda allí en la oscuridad. A ese niño lo llevo yo a cuestas.

»El dolor del brazo me pincha. Está enrojecido. El color es caput montuum y rubia tinctoria en la oscuridad en la que vamos avanzando. Pero no voy a pensar en el brazo. Dibujo una imagen en la cabeza mientras las piernas nos llevan hacia delante, por la senda que conocen de antes.

»Dibujo Rensjön.

»Hago un dibujo sencillo a lápiz de mi madre sentada fuera de la casa preparando pieles. Quita rascando los pelos de la piel que ha estado en agua hasta que los folículos se han podrido.

»Mi madre en la cocina con las manos en el agua de fregar y el pensamiento lejos, de caminata.

»Dibujo a Musta, que, valiente como siempre, divide a la manada como con un cuchillo, corre entre sus patas y a los retrasados los pellizca a escondidas.

»Me dibujo a mí misma. Por la tarde, cuando por fin salgo del taxi que me trae de la escuela a casa, en Rensjön, y el viento me muerde las mejillas y corro desde la carretera hasta la casa. En verano cuando estoy en la playa y dibujo y hasta que se hace de noche no me doy cuenta de lo que me han picado los mosquitos. Lloro y me rasco y mi madre me pone Salubrin por todo el cuerpo, contra las picaduras.

»También tengo imágenes de Mauri. Es por el contacto corporal. Yo lo sé.

»Está en un despacho en otro país. Por el miedo a los hombres que nos persiguen, a los que han enviado a estos hombres, tendrá que vivir escondido el resto de su vida.

»Tiene las manos manchadas por la edad. El sol calienta mucho. No hay aire acondicionado, sólo un ventilador. En el jardín algunas gallinas picotean el polvo rojo. Un delgado gato va deprisa sobre el césped seco.

»Hay una mujer joven. Su piel es negra y suave. Cuando se despierta por la noche, le canta salmos con una voz baja y oscura. Lo tranquiliza. A veces canta canciones infantiles en su propio idioma. Ella y Mauri tienen una niña.

»La niña.

»También la llevo a cuestas. Aún es muy pequeña. No sabe que no está bien abrir y cerrar las puertas de la casa sin tocarlas.

»Veo una comisaría en Suecia. Veo carpetas, unas encima de otras. Contienen todo lo que se sabe de la muerte de Inna Wattrang y los demás muertos de Regla. Pero nadie será juzgado por ello. No se podrá nunca detener a los culpables. Veo a una mujer de mediana edad, con gafas que le cuelgan de un cordón del cuello. Sólo le queda un año para jubilarse. Piensa en ello cuando carga todas las carpetas sobre el caso de los asesinatos en un carro que después baja al archivo.

»Dentro de poco estaremos en el embarcadero.

»Tengo que pararme un momento. La mente se me obnubila por espacio de unos segundos.

«Continúo aunque de pronto me siento muy mareada.

»Me está saliendo bastante sangre de la parte de atrás del brazo. Está pegajoso, caliente, desagradable.

»Esto es pesado. Los pasos se hunden. Tengo frío y miedo de caerme. Es como caminar por la nieve.

»Otro paso, pienso. Igual que mi madre decía cuando yo estaba muerta de cansancio en la montaña y me quejaba. "Venga, Ester. Otro paso más."»

Ebba Kallis se sorprende a sí misma. En la cocina hay una ventana que está entreabierta. Hacía mucho calor cuando el cocinero que habían contratado estaba preparando la cena. Al quedarse a oscuras y oír los disparos, no le da tiempo de pensar en nada. Sale por la ventana de la cocina. Dentro gritan todos presas del pánico. Al cabo de un rato todo queda en silencio.

Entonces ella ya está fuera de la casa, sobre el césped. Se levanta y corre lejos hasta que llega al muro que hay cerca del jardín. Después lo sigue hacia abajo, hasta la playa. Palpando llega hasta el viejo embarcadero. No puede ir deprisa con los zapatos de tacón. Tiene frío con el vestido fino que lleva, pero no llora. Piensa en los niños que están en casa de sus padres y continúa.

Se sube a la lancha y palpa a ver si puede encontrar una linterna para buscar la llave y poner el motor en marcha. Si no, tendrá que remar. Justo cuando su mano encuentra la linterna, oye unos pasos que se acercan al embarcadero, muy cerca.

Oye una voz que dice algo como «Ebba», o «Ebba, él…». O algo así.