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– ¿Qué? -pregunta Maria-. ¿Es que estás aquí?

– Sí, estoy aquí. Pero no quiero ver a nadie, sólo a él. Por favor, ve a pedírselo.

– De acuerdo -responde Maria vacilante a la vez que se da cuenta de que se ha perdido algo o que no lo ha entendido-. Voy a buscarlo.

Tarda un par de minutos.

«Ojalá no venga nadie aquí», piensa Rebecka.

Tiene ganas de hacer pipí. Debería haber ido antes al baño. Y mucha sed. ¿Cómo va a poder articular palabra cuando tiene la lengua pegada al paladar?

Se ve a sí misma reflejada en el espejo y entonces descubre, para su horror, que lleva el viejo anorak de su abuela. Tiene aspecto de vivir en el bosque, de hacer cultivo ecológico, de enfrentarse a todo tipo de autoridad y de hacerse cargo de los gatos abandonados.

Está a punto de salir corriendo hacia el coche y desaparecer de allí pero entonces suena el teléfono. Es Maria Taube.

– Va para allí -le dice concisa y cuelga.

Y va.

Rebecka se siente como en un acuario con una morena dentro.

No la saluda con el «¿Qué hay, Martinsson?», o algo así. Es como si se diera cuenta de que ahora va en serio. Está tan guapo. Tiene el mismo aspecto de antes. Casi nunca se le ve llevar tejanos.

Ella toma la iniciativa e intenta olvidarse de su pelo largo que necesita ser cortado y teñido. Intenta olvidar su cicatriz. ¡Y el jodido anorak!

– Vente conmigo -le dice-. He venido para llevarte a mi casa.

Piensa que debería decir algo más pero no tiene fuerzas para articular otras palabras que aquéllas.

Él sonríe pero después se pone serio y antes de que le dé tiempo de decir nada, aparece Malin Norell por detrás de él.

– ¿Måns? -lo llama mientras mira a Rebecka-. ¿Qué es lo que pasa?

Él sacude la cabeza con pesar.

Rebecka no sabe por qué mueve la cabeza. Por ella o por la mujer que está a sus espaldas. Entonces él le sonríe y dice:

– Tengo que ir a buscar la chaqueta.

Pero ella no lo piensa dejar escapar. Ni un sólo segundo.

– Coge la mía.

Van en el coche. La nieve cae fuera como un telón blanco. No se ve nada. Rebecka conduce con cuidado. No hablan mucho. Nada, en realidad. Måns estudia las gastadas mangas del anorak que lleva puesto. Seguro que es la chaqueta más fea que ha visto en su vida.

Después mira a Rebecka. Realmente es algo diferente. Completamente loca. Y se echa a reír. No puede aguantarse.

Ella también se ríe. Se ríe hasta que le caen las lágrimas.

Mucho más tarde, cuando descansa sobre su brazo empieza a llorar. Desbordada. Es cuando él le hace una broma y dice:

– Qué bien, ¿no?

Y ella tiene que reírse de nuevo, pero le vuelve el llanto.

Entonces él le coge los cabellos. Se los sujeta mientras se los acaricia y le besa la cicatriz que tiene en el labio.

– Está bien -dice-. Déjalo salir.

Y llora hasta hartarse y él está lleno de buenas intenciones. La va a cuidar. Se volverá con él a Estocolmo y a trabajar de nuevo en el bufete. Todo saldrá bien.

Por la noche se despierta y se queda mirándolo. Duerme de espaldas con la boca abierta.

«Ahora está aquí -piensa-. Voy a intentar no atarlo tan corto que se quiera soltar. Voy a disfrutar con ello.

»Que esté aquí ahora.»

Agradecimientos

La mitad de la serie está escrita. Parece raro. Miro los dos libros anteriores y el montón de hojas de este tercero y es como si otra persona los hubiera escrito. Como siempre, es todo mentira. Ciertas personas existen en realidad pero lo que escribo de ellas es inventado.

Muchos me han ayudado y a algunos se lo quiero agradecer aquí: el médico jefe, Lennart Edström, que me ha ayudado, entre otras cosas, con el desarrollo de la enfermedad de Rebecka; los médicos jefe Peter Löwenhielm y Jan Lindberg, que me han ayudado con las heridas y mis muertos; la catedrática Marie Allen, con la que he tenido la satisfacción de hablar de restos de sangre y cabellos, la fiscal Cecilia Bergman, el conductor de perros Peter Holmström y las artistas Anita Ponga, Maria Montner y Camilla Jüllig, por lo que me han hecho compartir. Y quiero recalcar que la familia de Ester no es la de Anita Ponga.

Los errores son siempre míos.

Gracias también a: mi editora, Rachel Åkerstedt, inclemente y maravillosa. Toda la maravillosa gente de la editorial, que me han hecho poner contenta cada vez que he entrado allí. A los de Bonnier Group Agency, que consiguen vender mis libros en el mundo.

Gracias mamá, Eva Jensen, Lena Andersson y Thomas Karlsen Andersson, por haber leído, hecho volteretas y elogiarme. Lo necesito tanto. Me aguantasteis. Gracias papá y Mona que leísteis y comprobasteis los datos sobre Kiruna.

Y por último: Gracias, Per. Finalmente el libro se ha acabado. Ahora voy a buscarte.

Åsa Larsson

Nació en Upssala (Suecia) en 1966; Se educó en Kiruna (una localidad al norte de Suecia, donde la escritora ambienta sus novelas). Estudió derecho en Uppsala y, al igual que su personaje Rebecka Martinsson, durante un tiempo ejerció como abogado tributario en Estocolmo. Pero prefiere la vida rural y actualmente vive en Mariefred con su marido, sus dos hijos y varias gallinas, dedicándose a escribir a tiempo completo.

En 2003 publicó Solstorm (Aurora boreal), por la que le concedieron el Premio de la Asociación de Escritores Suecos de Novela Negra a la Mejor Primera Novela y que fue llevada al cine. Es autora también de Sangre derramada (Det blodsom spillts, 2004), que fue galardonada con el Premio a la Mejor Novela Negra Sueca, y Svart stig (2006). Sus libros han sido un éxito inmediato: han obtenido el elogio de la crítica y han sido publicados en dieciséis países.

En nuestro país sus novelas se han convertido en éxito inmediato y ha sido galardonada con La Pluma de Plata de la Feria del Libro de Bilbao.

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