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– ¿Además de las que me hizo ya?

– Así es.

– Creo que sí.

– ¿Conoce las torcas Carolina?

– Seguro. Todos las conocen. Las hicieron los meteoros. Hace mucho tiempo. Cuando los dinosaurios desaparecieron.

– ¿Y están cerca de su casa?

– Seguro que sí.

Era lo que Rhyme esperaba que dijera.

Frank continuó.

– Debe de haber cientos de ellas.

Que era lo que Rhyme esperaba que no dijera.

* * *

Con la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados, volvió a ver en su mente los diagramas de las evidencias.

Jim Bell y Mason Germain habían regresado al laboratorio, junto a Thom y Ben, pero Lincoln Rhyme no les prestaba atención. Estaba en su propio mundo, un lugar ordenado donde reinaban la ciencia, las evidencias y la lógica, un lugar donde no necesitaba moverse, un lugar en el cual sus sentimientos por Amelia y lo que había hecho tenían la entrada prohibida, por suerte. Podía ver las evidencias en su mente con tanta claridad como si estuviera mirando las anotaciones de la pizarra. En realidad, las podía ver mejor con los ojos cerrados.

Pintura azúcar levadura tierra canfeno pintura tierra azúcar… levadura… levadura…

Un pensamiento cruzó por su mente y desapareció. Vuelve, vuelve, vuelve…

¡Sí! Lo atrapó.

Sus ojos de repente se abrieron. Miró el rincón vacío del cuarto. Bell siguió su mirada.

– ¿Qué pasa, Lincoln?

– ¿Tienes aquí una cafetera?

– ¿Café? -preguntó Thom, disgustado-. Cafeína no. No, con la tensión arterial que tienes…

– ¡No, no quiero una maldita taza de café! Quiero un filtro de café.

– ¿Un filtro? Conseguiré uno -Bell desapareció y regresó un instante después.

– Dáselo a Ben -ordenó Rhyme. Luego le dijo al zoólogo-: Averigua si las fibras de papel del filtro concuerdan con los que encontramos en las ropas de Garrett en el molino.

Ben frotó algunas fibras del filtro en un portaobjetos. Las miró por los oculares del microscopio de comparación. Ajustó el foco y luego movió las platinas de manera que las muestras estuvieran una al lado de la otra en el visor de la pantalla dividida.

– Los colores son un poco diferentes, Lincoln, pero la estructura y el tamaño de las fibras son casi iguales.

– Bien… -dijo Rhyme, y sus ojos enfocaron ahora la camiseta con la mancha.

Le dijo a Ben:

– El zumo, el zumo de frutas en la camiseta. Pruébalo otra vez. ¿Sabe un poco ácido? ¿Acre?

Ben lo hizo.

– Quizá un poco. Es difícil de decir.

Los ojos de Rhyme se dirigieron al mapa e imaginó que Lucy y los otros se acercaban a Sachs en algún lugar de aquella maraña verde, ansiosos por disparar. O que Garrett tenía el arma de Sachs y podría apuntarle a ella.

O que ella se ponía el arma contra el cráneo y apretaba el gatillo.

– Jim -dijo-, necesito que me consigas algo. Para una muestra de control.

– Bien. ¿Dónde? -sacó las llaves del bolsillo.

– Oh, no necesitarás tu coche.

* * *

Muchas imágenes aparecían en los pensamientos de Lucy: Jesse Corn, en su primer día en el departamento del Sheriff, con los zapatos reglamentarios lustrados a la perfección pero con una media distinta de la otra; se había vestido antes del alba para estar seguro de no llegar tarde.

Jesse Corn, parapetado en la parte posterior de un coche patrulla, hombro con hombro con Lucy, mientras Barton Snell, con la mente incendiada por el PCP [20] disparaba al azar contra los policías. La serenidad burlona de Jesse hizo que el hombrón depusiera su arma.

Jesse Corn, conduciendo con orgullo su furgoneta Ford nueva, de color rojo cereza, llegando al edificio del condado en su día libre y dando una vuelta con unos niños por el aparcamiento. Los niños gritaban, «Huy», al unísono cuando saltaban a causa de los badenes.

Estos recuerdos, y una docena más, la acompañaban ahora mientras ella, Ned y Trey marchaban por un gran bosque de robles. Jim Bell les había pedido que esperaran en el remolque y había mandado a Steve Farr, Frank y Mason para proseguir con la búsqueda. Quería que ella y los otros dos policías volvieran a la oficina. Pero ni se habían molestado en votar la cuestión. Con tanto respeto como era posible, colocaron el cuerpo de Jesse en el remolque y lo cubrieron con una sábana. Luego Lucy manifestó a Jim que iban en persecución de los fugitivos y que nada en la tierra los detendría.

Garrett y Amelia huían con rapidez y no se esforzaban por ocultar su rastro. Marchaban a lo largo de un sendero que bordeaba una tierra pantanosa. El suelo era blando y sus huellas claramente visibles. Lucy recordó algo que Amelia había dicho a Lincoln Rhyme acerca de la escena del crimen en Blackwater Landing, cuando la pelirroja examinó las huellas que se encontraban allí: el peso de Billy Stail se concentraba en los dedos de los pies, lo que significaba que había corrido hacia Garrett para rescatar a Mary Beth. Lucy ahora notó lo mismo en las huellas de las dos personas que perseguían. Andaban a la carrera.

Y por eso Lucy dijo a sus compañeros:

– Corramos -y a pesar del calor y del cansancio trotaron juntos por el sendero.

Siguieron de aquella manera durante un kilómetro y medio, hasta que el suelo se volvió más seco y ya no pudieron ver mas las huellas. Entonces la senda terminó en un amplio claro cubierto de pasto y no tuvieron idea de por dónde había seguido la presa.

– Maldición -musitó Lucy, recuperando el aliento y furiosa por haber perdido el rastro-. ¡Maldición!

Se movieron en círculo por el claro y estudiaron cada metro del terreno. No encontraron ningún sendero ni pista alguna sobre el rumbo que Garrett y Sachs habían cogido.

– ¿Qué hacemos? -preguntó Ned.

– Llamar y esperar -murmuró Lucy. Se recostó contra un árbol, cogió la botella de agua que le tiró Trey y bebió.

Recordando…

Jesse Corn, que le mostraba con timidez una reluciente pistola plateada que planeaba usar en sus torneos de la Asociación Nacional del Rifle. Jesse Corn, que acompañaba a sus padres a la Primera Iglesia Baptista de Locust Street.

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[20] Droga psicodélica, phenylcyclohexylbipbenyl. (N. de la T.)