– ¿Lo viste?
– Sí, señor.
– ¿Por qué estaban discutiendo? -preguntó Bell, con escepticismo.
– Por drogas o algo así, dijo Mary Beth. Sonaba como que Billy le estaba vendiendo drogas a los chicos del equipo de fútbol. Digamos, ¿esos esteroides?
– Sí -dijo Jesse Corn, con una risa irónica.
– Garrett -dijo Bell-. Billy no andaba en la droga. Lo conocí bien y nunca tuvimos información acerca de esteroides en el instituto.
– Sabemos que Billy te molestaba mucho -dijo Jesse-. Billy y un par de otros muchachos del equipo.
Sachs pensó que no era correcto que dos policías adultos se asociaran para hacerlo hablar.
– Se burlaban de ti. Te llamaban Chico Bicho. Una vez le diste un golpe a Billy y él y sus amigos te dieron una paliza.
– No recuerdo.
– El director Gilmore nos lo contó -dijo Bell-. Tuvieron que llamar a los de seguridad.
– Quizá. Pero no lo maté.
– Ed Schaeffer murió, sabes. Lo picaron esas avispas que estaban en el refugio y murió.
– Lamento que haya sucedido. No fue culpa mía. Yo no puse allí ese nido.
– ¿No era una trampa?
– No, se encontraba allí, en el refugio de caza. Yo iba allí muchas veces, hasta dormía ahí, y no me molestaban. Las avispas de chaqueta amarilla sólo pican cuando temen que hagas daño a su familia.
– Bueno, cuéntanos de ese hombre que dices que mató a Billy -dijo el sheriff-. ¿Lo has visto antes por los alrededores?
– Sí, señor. Dos o tres veces en los últimos dos años. Caminaba a través de los bosques que circundan Blackwater Landing. Una vez lo vi cerca de la escuela.
– ¿Blanco, negro?
– Blanco y era alto. Quizá de la edad del señor Babbage…
– ¿Alrededor de los cuarenta años?
– Sí, creo. Tenía el pelo rubio; usaba un mono de color marrón y una camisa blanca.
– Pero sólo encontramos tus huellas dactilares y las de Billy en la pala -señaló Bell-. Las de nadie más.
Garrett dijo:
– Ya. Creo que llevaba guantes.
– ¿Por qué llevaría guantes en esta época del año? -preguntó Jesse.
– Probablemente para no dejar huellas digitales -respondió Garrett.
Sachs volvió a pensar en las huellas de fricción encontradas en la pala. Ni ella ni Rhyme las habían tomado personalmente. A veces es posible obtener imágenes de huellas de fibras en guantes de cuero. Las huellas de guantes de lana o algodón eran mucho menos detectables, si bien las fibras de tela se pueden desprender y quedar atrapadas en las minúsculas astillas de una superficie de madera como el mango de una herramienta.
– Bueno, lo que dices puede haber sucedido, Garrett -dijo Bell-. Pero a nadie le parece que sea la verdad.
– ¡Billy estaba muerto! Yo sólo levanté la pala y la miré. Lo que no debería haber hecho. Pero lo hice. Eso es todo lo que pasó. Sabía que Mary Beth estaba en peligro, así que me la llevé para que estuviera segura -dijo, lanzando a Sachs una mirada suplicante.
– Volvamos a ella -dijo Bell-. ¿Por qué estaba en peligro?
– Porque estaba en Blackwater Landing -hizo sonar de nuevo sus uñas. Es una costumbre diferente a la mía, reflexionó Sachs. Yo me hinco las uñas en la carne, el las hace sonar. ¿Cuál es peor? Se preguntó. La mía, decidió, es más destructiva.
El chico volvió sus ojos húmedos y encendidos hacia Sachs. ¡Para! ¡No puedo aguantar esa mirada! pensó ella, mirando hacia otro lado.
– ¿Y Todd Wilkes? ¿El chico que se colgó? ¿Lo amenazaste?
– ¡No!
– Su hermano te vio gritándole la semana pasada.
– Estaba arrojando cerillas encendidas en un hormiguero. Eso es malo y mezquino y le dije que parara.
– ¿Qué pasó con Lydia? -dijo Bell-. ¿La secuestraste?
– Estaba preocupado por ella también.
– ¿Porque estaba en Blackwater Landing?
– Correcto.
– Ibas a violarla, ¿no?
– ¡No! -Garrett comenzó a llorar-. No le iba a hacer daño. ¡Ni a nadie! ¡Y no maté a Billy! ¡Todos tratan de hacerme decir que hice algo que no hice!
Bell consiguió un kleenex y se lo alcanzó al muchacho.
La puerta se abrió de repente y entró Mason Germain. Probablemente era la persona que observaba a través del espejo simulado y por el aspecto de su rostro era obvio que había perdido la paciencia. Sachs olió su colonia barata; había llegado a detestar aquel perfume persistente.
– Mason… -comenzó Bell.
– Escúchame, muchacho, ¡dinos donde está esa chica y dínoslo rápido! Porque si no lo haces te vas a Lancaster y te quedarás allí hasta que te rompan el culo… ¿Has oído hablar de Lancaster, no? Porque en caso de que no lo hayas hecho, déjame decirte…
– Muy bien, ya es suficiente -ordenó una voz aguda.
Un hombre pequeño, pero de aspecto combativo entró en el cuarto. Era más bajo que Mason, con el pelo cortado a navaja y perfectamente peinado. Vestía un traje gris, con todos los botones abrochados, una camisa azul bebé y una corbata a rayas. Llevaba zapatos con tacones de seis centímetros.
– No digas una palabra más -le indicó a Garrett.
– Hola Cal -dijo Bell, poco complacido por la presencia del visitante. El sheriff presentó a Sachs y a Calvin Fredericks, el abogado de Garrett.
– ¿Qué demonios estáis haciendo interrogando a mi cliente sin estar yo presente? -señaló a Mason con la cabeza-. ¿Y qué demonios es toda esa charla sobre Lancaster? Tendría que hacer que tú fueras detenido por hablar así a mi cliente.
– Él sabe dónde está la chica, Cal -murmuró Mason-. No lo quiere decir. Le leyeron sus derechos…
– ¿Un muchacho de dieciséis años? Bueno, me inclino a desechar por completo este caso, así llegaré a casa temprano para la cena. -Se volvió hacia Garrett-. ¿Qué tal, jovencito, cómo te va?
– Me pica la cara.
– ¿Te han rociado con Mace [8]?
– No señor, me pasa así, sin más.