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– Sí, claro -convino Gösta. En un impulso, le puso a Annika la mano en el hombro, pero la retiró con la misma rapidez-. Ahora tengo que trabajar. No tengo tiempo de quedarme aquí desbarrando -masculló levantándose algo turbado.

Los tres colegas le dedicaron una mirada jocosa mientras salía de la cocina.

– ¡Christian! -La directora de la editorial se le acercó y le dio un abrazo impregnado de un denso perfume.

Christian contuvo la respiración para no tener que aspirar aquel aroma tan empalagoso. Gaby von Rosen no era célebre por sus maneras discretas. Todo en ella era excesivo: demasiado pelo, demasiado maquillaje, demasiado perfume y, además de todo eso, una manera de vestir que, para ser amable, podía describirse como sorprendente. En honor de la celebración, llevaba un traje de un rosa impactante y una enorme rosa de tela verde en la solapa, y, como de costumbre, unos tacones de alto riesgo. Sin embargo, pese a lo ridículo de su aspecto, nadie dejaba de tomar en serio a la directora de aquella editorial nueva y tan de moda. Tenía más de treinta años de experiencia en el sector y el intelecto tan agudo como afilada tenía la lengua. Aquellos que, alguna vez, cometieron el error de despreciarla como adversario, jamás repitieron.

– ¡Cómo nos vamos a divertir! -Gaby lo sujetaba por los hombros con los brazos estirados y le sonreía-. Lars-Erik y Ulla-Lena, los del hotel, han sido fantásticos -continuó-. ¡Qué personas más encantadoras! Y el bufé tiene un aspecto maravilloso. Verdaderamente, es el lugar perfecto para el lanzamiento de ese libro tuyo tan brillante. Y tú ¿cómo te sientes?

Christian se zafó con cuidado de las manos de Gaby y dio un paso atrás.

– Pues mira, un poco en una nube, si he de ser sincero. He pensado tanto en lo de la novela y… bueno, aquí estoy. -Miró de reojo la pila de libros que había en la mesa, junto a la salida. Podía leer desde allí su propio nombre, y el título: La sombra de la sirena. Se le encogió el estómago: aquello era real.

– Habíamos pensado lo siguiente -dijo Gaby tirándole de la manga de la camisa, y él la siguió abúlico-. Empezamos con una reunión con los periodistas que acudan, así podrán hablar contigo tranquilamente. Estamos muy satisfechos con la respuesta de los medios. Vendrían el GP, el GT, el Bohusläningen y Strömstads Tidning. Ninguno de los periódicos nacionales, pero la reseña tan estupenda que ha sacado hoy el Svenskan lo compensa con creces.

– ¿Qué reseña? -preguntó Christian mientras lo arrastraban a una pequeña tarima junto al estrado donde, al parecer, recibirían a la prensa.

– Ya te enterarás luego -dijo Gaby sentándolo en la silla más próxima a la pared.

Christian intentó recuperar el control sobre la situación, pero era como si lo hubiera absorbido una secadora y no tuviese la menor oportunidad de salir, y ver que Gaby se alejaba reforzó aquella sensación. Dentro de la sala el personal corría de un lado para otro poniendo las mesas. Nadie se fijaba en él. Se permitió cerrar los ojos un instante. Pensó en el libro, en La sombra de la sirena, en tantas horas como había pasado delante del ordenador. Cientos, miles de horas. Pensó en ella, en la sirena.

– ¿Christian Thydell?

Aquella voz lo arrancó de su cavilar y Christian alzó la vista. El hombre que tenía delante aguardaba tendiéndole la mano, como esperando que él la cogiera. Así que Christian se levantó y se la estrechó.

– Birger Jansson, del Strömstads Tidning. -El hombre colocó en el suelo una gran cámara.

– Claro, bienvenido. Siéntate -dijo Christian, inseguro de cómo debía comportarse. Echó un vistazo a su alrededor en busca de Gaby, pero no vio más que un destello rosa chillón que aleteaba de acá para allá cerca de la entrada.

– Vaya, vaya, sí que apuestan fuerte -dijo Birger Jansson mirando a su alrededor.

– Sí, eso parece -contestó Christian. Luego se hizo el silencio y ambos se retorcieron en la silla.

– ¿Empezamos? ¿O prefieres que esperemos a los demás?

Christian miró abstraído al reportero. ¿Cómo iba a saberlo él? Era la primera vez que hacía aquello. Jansson pareció interpretarlo como un sí, colocó una grabadora encima de la mesa y la puso en marcha.

– Bien… -dijo mirando alentador a Christian-. Esta es tu primera novela.

Christian se preguntaba si el reportero esperaba de él más que una afirmación.

– Sí, es la primera -contestó carraspeando un poco.

– Me ha gustado mucho -aseguró Birger Jansson con un tono agrio que casaba mal con el elogio.

– Gracias -respondió Christian.

– ¿Qué has querido decir con ella? -Jansson comprobó la grabadora para cerciorarse de que la cinta iba pasando.

– ¿Qué he querido decir? No lo sé exactamente. Es una historia, un relato que tenía en la cabeza y que tenía que salir.

– Es muy serio. Incluso diría que es lúgubre -aseguró Birger observando a Christian como si quisiera ver hasta lo más recóndito de su ser-. ¿Es esa tu visión de la sociedad?

– No sé si es mi visión de la sociedad lo que he intentado reflejar en el libro -confesó Christian, buscando como un loco algo inteligente que decir. Jamás había pensado en su obra de aquel modo. El relato llevaba allí mucho tiempo, existía en su interior y, finalmente, se vio obligado a plasmarlo en el papel. Pero si quería decir algo sobre la sociedad… ni se le había pasado por la cabeza.

Finalmente, Gaby acudió en su auxilio. Llegó con una tropa de periodistas y Birger Jansson apagó la grabadora mientras todos se saludaban y se sentaban a la mesa. Transcurrieron unos minutos y Christian aprovechó la ocasión para serenarse.

Gaby intentaba captar la atención de todos.

– Bienvenidos a este encuentro con la nueva estrella del firmamento literario, Christian Thydell. En la editorial nos sentimos terriblemente orgullosos de haber podido publicar su novela La sombra de la sirena y creemos que será el principio de una larga y fructífera carrera literaria. Christian no ha tenido tiempo de leer las reseñas, de modo que es para mí un placer inmenso comunicarte que has recibido críticas maravillosas en el Svenskan, DN y Arbetarbladet, por mencionar algunos diarios. Permitid que lea una selección de fragmentos muy significativos.

Se puso las gafas y extendió el brazo en busca de un montón de papeles que había en la mesa. Sobre el fondo blanco destacaban, aquí y allá, los subrayados en rosa.

– «Un virtuoso de la lengua que narra la indefensión del ser humano sin perder la profundidad de la perspectiva», dice el Svenskan -explicó Gaby con un gesto de asentimiento hacia Christian, antes de pasar al siguiente documento-. «Leer a Christian Thydell resulta a un tiempo placentero y doloroso pues, con su prosa desnuda, desvela la vacuidad de las esperanzas que sobre la seguridad y la democracia abriga la sociedad. Sus palabras cortan como un cuchillo la carne, los músculos y la conciencia y me impulsan a seguir leyendo con ansiedad febril para, como un faquir, experimentar más en profundidad ese dolor tormentoso pero, al mismo tiempo, catártico.» Esto era del DN -continuó Gaby quitándose las gafas al mismo tiempo que le entregaba a Christian el montón de recensiones.

Christian las cogió incrédulo. Oía las palabras y resultaba agradable dejarse envolver por los elogios pero, sinceramente, no entendía de qué hablaban. Lo único que él había hecho era escribir sobre ella, contar su historia. Sacó a la luz las palabras y lo que ella era en una operación de descarga que, en ocasiones, lo dejaba totalmente vacío. Él no quería decir nada de la sociedad. Quería hablar de ella.

Pero las protestas no pasaron de la garganta. Nadie más lo comprendería y tal vez debiera ser así. Él no podría explicarlo jamás.