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– Erica Falck. ¿Sí? No, no quiero hacer ningún comentario. Y no volváis a llamar. -Colgó furibunda el auricular.

– ¿Quién era? -preguntó Anna.

– Uno de los diarios vespertinos. Querían que hiciera unas declaraciones sobre la muerte de Christian. Ya empiezan otra vez. Y eso que no lo saben todo. -Dejó escapar un suspiro-. Pobre Sanna, me da una pena…

– Pero, entonces, ¿cuándo enfermó Christian? -Anna seguía desconcertada y, desde luego, Erica la comprendía. También ella acribilló a preguntas a Thorvald, que las respondió con mucha paciencia.

– Su madre era esquizofrénica. Y es una enfermedad hereditaria. Suele aparecer en la adolescencia y, seguramente, Christian empezó a notarlo entonces, sin saber en realidad de qué se trataba. Los síntomas son muy variados: nerviosismo, pesadillas, voces, alucinaciones. No creo que los Lissander se dieran cuenta, porque Christian se mudó por entonces. O lo echaron, más bien.

– ¿Que lo echaron?

– Sí, eso decía la carta que Christian dejó en la cabaña. Los Lissander dieron por hecho, sin preguntar siquiera, que fue él quien violó a Alice. Y él no protestó. Lo más probable es que se sintiera tan culpable por no haber intervenido para protegerla que pensó que tanto daba. Pero eso son especulaciones mías -confesó Erica.

– Así que lo echaron de la casa, ¿no?

– Sí, y no sé decirte en qué medida eso influyó en el desarrollo de su enfermedad, pero Patrik iba a buscar informes médicos y esas cosas. Si Christian recibió algún tipo de atención médica cuando llegó a Gotemburgo, debería figurar registrado en alguna parte. Se trata de dar con la información.

Erica hizo una pausa. Le resultaba tan duro pensar en todo lo que había sufrido Christian. Y en todo lo que había hecho.

– Patrik cree que retomarán el caso de los asesinatos de la pareja de Christian y su hijo -continuó-. Después de todo lo que hemos averiguado…

– ¿Cree que Christian los mató a ellos también? ¿Por qué?

– Existe el riesgo de que nunca lo sepamos -dijo Erica-. Ni tampoco por qué lo hizo. Si la otra mitad de su personalidad, la sirena o Alice, como queramos llamarla, estaba enfadada con la mitad de Christian, quizá no soportara verlo feliz. Esa es la teoría de Thorvald, y puede que tenga razón. Es posible que la felicidad de Christian fuese el detonante. Pero ya te digo, no creo que lleguemos a saberlo nunca con certeza.

En realidad, ella no tenía nada en contra ni de la mujer ni del niño. No quería causarles ningún daño. Pero no podían seguir existiendo. Habían conseguido algo que nadie consiguió jamás: hacían feliz a Christian.

Ahora se reía más a menudo. Una risa liviana, sentida, que nacía de las entrañas y que subía burbujeante. Y ella odiaba aquella risa. Además, ella ya no era capaz de reír, se sentía vacía y fría y muerta por dentro. Él también había estado muerto, pero volvió a la vida gracias a la mujer y al niño.

A veces Christian los observaba a escondidas. A la mujer con el niño en brazos. Bailaban y él sonreía cuando veía reír al niño. Era feliz, pero no merecía serlo. Él le había arrebatado todo, la había hundido en el agua hasta que casi le estallan los pulmones, hasta que el cerebro se quedó sin oxígeno y, lo que era ella, se apagó despacio mientras el agua le envolvía la cara.

A pesar de todo, ella lo quería, lo era todo para ella. A los demás no les prestaba atención, ni se preocupaba por cómo lo veían. Para ella, él fue el más guapo y el mejor del mundo entero. Su héroe.

Pero la había abandonado. Había permitido que ellos la tocaran, la mancillaran y la golpearan hasta quebrarle los huesos de la cara. La dejó allí, con las piernas abiertas y los ojos clavados en el cielo estrellado. Y después huyó.

Ahora ya no lo quería y ella se encargaría de que nadie más lo quisiera. Ni él tampoco podría querer a nadie. No como quería a la mujer del vestido azul, con aquel niño que ni siquiera era suyo.

El día anterior habían hablado de tener otro hijo. De uno que fuera de los dos. Christian y la mujer hicieron planes, rieron y luego hicieron el amor. Ella lo oyó todo. Con los puños cerrados, los oyó planificando una vida en común, una de esas vidas que a ella le estaban negadas.

Ahora él no estaba en casa. La llave no estaba echada, como de costumbre. La mujer no era muy cuidadosa. Él solía reprenderla por ello cariñosamente, le decía que debía echar la llave, que nunca se sabía quién podría meterse en casa.

Con sumo cuidado, empujó el picaporte y abrió la puerta. Oyó a la mujer tarareando en la cocina. Y el chapoteo en el cuarto de baño. El niño estaba en la bañera y lo más seguro era que la mujer no tardase en entrar en el baño también. Con eso sí era muy cuidadosa. Nunca dejaba al niño solo en el baño demasiado tiempo.

Entró en el cuarto de baño. Al niño se le iluminó la cara al verla.

– Chist -le dijo con los ojos muy abiertos, como si se tratara de un juego. El niño se reía. Mientras ella aguzaba el oído por si se oían los pasos, se acercó a la bañera y contempló al niño desnudo. No era culpa suya, pero hacía feliz a Christian. Y eso no podía permitirlo.

Cogió al niño y lo levantó un poco para tumbarlo boca arriba en la bañera. El niño seguía riendo. Tranquilo y alegre, en la creencia de que nada malo podía ocurrirle en el mundo. Cuando el agua le cubrió la cara, dejó de reír y empezó a agitar brazos y piernas, pero no fue difícil mantenerlo debajo del agua. Ella no tuvo más que presionar ligeramente el pecho hacia abajo. El niño se movía cada vez más angustiado, hasta que los movimientos empezaron a debilitarse y se quedó inmóvil.

Entonces oyó los pasos de la mujer. Ella miró al niño. Se lo veía tan plácido y tranquilo allí tumbado. Se colocó pegada a la pared, a la derecha de la puerta. La mujer entró en el cuarto de baño. Al ver al niño, se quedó petrificada. Luego se acercó corriendo y gritando.

Fue casi tan fácil como con el niño. Ella la abordó en silencio por la espalda, la agarró por el cuello, que tenía inclinado sobre el borde de la bañera. Utilizó su peso para mantenerle la cabeza bajo el agua. Todo sucedió con una rapidez sorprendente.

Ni siquiera miró atrás cuando se marchó. Solo sintió la satisfacción que la embargaba entera. Christian ya no podría ser feliz.

Patrik miraba los dibujos. Y, de pronto, los comprendió perfectamente. El monigote grande y el monigote pequeño, Christian y Alice. Y las figuras negras de uno de ellos, que eran mucho más siniestras que las demás.

Christian cargó con la culpa. Patrik acababa de hablar con Ragnar, que se lo confirmó. Cuando Alice llegó a casa aquella noche, dieron por sentado que Christian la había violado. Los despertaron los gritos y, cuando bajaron a ver lo que ocurría, vieron a Alice tumbada en el suelo del recibidor. No llevaba más que la falda y tenía la cara ensangrentada e inflamada. Los dos se le acercaron corriendo y ella les susurró una sola palabra:

– Christian.

Iréne subió hecha una furia a su habitación, lo sacó de la cama, notó el olor a alcohol y sacó sus conclusiones. Y, a decir verdad, Ragnar creyó exactamente lo mismo. Pero siempre abrigó una sombra de duda. Y quizá por esa razón continuó enviando los dibujos de Alice. Porque nunca estuvo seguro.

Gösta y Martin consiguieron detener a Erik a tiempo. Acababan de informar a Patrik de que ya habían salido de Landvetter. Ya tenían por dónde empezar. Luego verían lo que podían hacer, después de pasado tanto tiempo. Desde luego, Kenneth no pensaba seguir callando, de eso podía dar fe Erica. Y, por otro lado, Erik les debía unas cuantas explicaciones de sus trapicheos económicos. Se vería entre rejas, seguro, al menos un tiempo, aunque a Patrik se le antojara un flaco consuelo.