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Pero poco a poco la visión transparente de Carla en color cuyo nombre no se sabe se torna tan cercana, pero tan cercana, que Johann de repente piensa que si él le pregunta como se llama ese color que no existe sobre la tierra, ella lo va a oír y ls va a contestar.

XIV Anónimo dirigidlo al regente del internado del colegio «George Washington», 1947

Me parece que esta vez te equivocaste feo, jefe. Porque no está bien que propongas, como se chimenta, al santito Casals para mejor alumno del año.

Permitime que te abra un poco los ojos, los libros te están dejando chicato de tanto leer, vaya a saber. La cosa es que el quilombo que se está armando vos no te lo imaginas, porque la piba de sexto grado primario Leticia Souto está que no sabe dónde esconderse, lo mismo que la otra, Beatriz Tudalian, desde que Casals y Colombo les dieron una cita en el Parque un sábado a la tarde, después de anunciarles a todos los muchachos del internado que las pibas habían dado ya el sí tan suspirado, ¿junás, pibe? las susodichas habían prometido dejarse pirovar, según los dos caballeros nombrados. La cuestión es que la cita tuvo lugar y las pibas no se dejaron tocar la epidermis ni por equivocación, a pesar de lo cual los dos canallitas a la noche contaron de que se las habían morfado.

El lunes a la mañana, en la clase de alguno de los ilustres maestros que vos conoces, a las mentadas les pasaron el cuento y ahí nomás la Souto se largó a llorar. La cuestión se está poniendo fea, pibe. Porque el chisme se está corriendo, y si el hermano más grande de la Tudalian se llega a enterar, SE ARMA. Y ya de esto hace unos cuantos días, la bombita de tiempo puede estallar en cualquier minuto.

Así que ese es el candidato tuyo para mejor alumno, que a todos nos daba lástima por su amor no correspondido hacia la rusa cosaca que nos cayó este año, y que niega ser judía pero debe ser más israelita que la sinagoga, porque difícil que sea rusa y no judía, ¿no te parece? Bueno, pero volvamos al pendejo Casals, ese degeneradito que además es adicto a costumbres raras, y si no pregúntale a Adhemar, que está podrido de que el pibe le diga que quiere ser igual que él, y el grandulón qué más quiere que le digan que es lindo. Y el pibe Casals lo mira y le pregunta cómo hizo para desarrollar el pecho y los músculos y le pregunta a Adhemar cuántas pajas hay que hacerse por semana para que le crezca la pija igual que a él. Y el pibe se estará haciendo tantas pajas que por eso se le está perdiendo la razón. Cuando empezó el colegio no lo niego que era un pendejo inteligente pero ahora está como Colombo, que vos sabés bien que no necesita presentación. Te felicito con ganas, vos que sos el padre espiritual de los muchachos del internado, por los hijos que te están saliendo…

XV Cuaderno de pensamientos de Herminia, 1948

«Mary Todd de Lincoln fue una de las mujeres más admiradas y envidiadas de América, hecho natural ya que pocas mujeres como ella, encontraron campo tan favorable al desarrollo de la personalidad. Mientras fue sólo Mary Todd se desenvolvió en círculos intelectuales de la entonces incipiente cultura americana, en los que se la conocía por su inteligencia así como por su carácter impetuoso, podía ser profunda en la reflexión y repentinamente apasionada en las decisiones. Después de un noviazgo borrascoso con Abraham Lincoln pasó a ser Primera Dama de los Estados Unidos, dando evidencia de su vitalidad y raro poder intuitivo, por lo cual se le atribuyeron injustamente actos de brujería. Pero era amada como mujer y respetada como esposa del presidente, se puede decir que para ella el mundo tenía siempre todas las luces encendidas, como en días de fiesta. Fue precisamente durante una celebración, una función de teatro, que el Presidente Lincoln, sentado al lado de su esposa en un palco, fue asesinado por un tiro de revólver. Mary Todd de Lincoln vio apagarse todas las luces aquella noche, y algunos años después una junta de médicos la declaraba víctima de insania total y por consiguiente la desposeía del uso de sus bienes.»

Esta breve referencia periodística me apena y al mismo tiempo me hace reflexionar. No sé en este momento si es mejor ver todas las luces encendidas aunque sea por poco tiempo, y con el peligro de pasar a la oscuridad de un momento para el otro, o como en mi caso -caso tedioso y vulgar de la solteronía- ver apenas una luz débil aUá por la primera juventud, que se va apagando poco a poco. Tengo treinta y cinco años y ya estoy arrumbada en un rincón. Creo que a los cuarenta perderé el poco de esperanza que me queda y eso será la oscuridad total.

En un artículo de la edición dominical de La Prensa el pensador dinamarqués Gustav Hansen, cuya obra tengo que confesar que ignoro, pero que ya ha escrito para la misma sección de rotograbado, como decía, Gustav Hansen, habla de la inmensidad de lo material en contraposición a la insignificancia de lo espiritual.

Tal aserción provenía de las impresiones que había tenido en una visita a los alaoríes, raza indígena de la Polinesia. Allí había sido acompañado hasta una de las viviendas reliquias de la tribu, en la que estaba intacto el trozo de pan cortado por el patriarca momentos antes de abandonar la casa a causa del terremoto que asoló a la población y sepultó la nombrada casa, hasta que un mismo alaorí la descubriera siglos después. Dice Hansen que había detalles conservados con una frescura impresionante: el doblez de una especie de mantel, las formas humanas impresas en almohadones, manchas en ios mismos almohadones, etc. Aquí Hansen apunta que se vio tentado, en un momento en que el guardián no lo vigilaba, a dejar la propia huella de su paso por ese lugar, e hincó los dientes en una repisa de madera y clavó la uña del pulgar derecho en una mesa, en la que describió un torpe círculo. Y pensó en las impresiones tan profundas que le habían causado esas ruinas y el vibrar de su espíritu, ¿pero qué más?, esas emociones pasarían, y aunque las recordara mientras viviera, después de muerto pasaría su ser a fundirse en un orden divino desconocido, mientras que esos garabatos y ese mordisco impresos en algo material permanecerían indelebles por siglos y siglos.

Bien, me molestó mucho esa digresión, no porque no sea verdadera, lo es, pero ahora que hace unos días que leí el artículo, se me han ocurrido cosas que si bien no me permiten rebatir a Hansen por lo menos me hacen ver que en no todos los casos tiene razón. Este año se cumplen 17 años que recibí la Medalla de Oro del Conservatorio, después de tocar el preludio de «Tannhauser» en la versión arreglada para piano. Si yo los hubiera escuchado a todos, y les hubiese creído los elogios y las predicciones, me habría llevado la desilusión más dura.

Pero hubo una razón que no me permitió ilusionarme, no es que yo me dejé vencer antes de luchar, porque ya el médico había dicho que con mi asma había que dejar Buenos Aires. De asma en realidad no se muere nadie, pero puede atacar al corazón si no se toman cuidados, y del corazón se puede morir cualquier concectista. Como compensación el aire seco de la pampa vallejense hace vivir hasta los noventa a las profesoras de piano, aunque sufran de asma.

Pero no me había dado cuenta de que el aire seco me había secado tanto el cerebro; Toto se asombra de que no me gusten los compositores modernos. Él hace muy mal en reírse de los románticos, una petulancia propia de sus pocos años, y descarta de plano a un Chopin, un Brahms, un Liszt. Tiene rabia de haberse quedado en Vallejos, con todos los exámenes para preparar por su cuenta en vez de ir pupilo otro año más.

Claro que es posible que hace tanto que no escucho música nueva que los discos que trajo me chocan. Vallejos tiene la culpa, -porque ni siquiera la radio se puede escuchar, fuera de las estaciones tangueras que pueden pagarse antenas fuertes para que el pueblo se eduque escuchando cómo el compadrito le dio una puñalada a la negra de al lado.

Sin querer me he ido por las ramas. Quería solamente señalar uno de los días antes de mi examen final, luchando con los trémolos de «Tannhäuser» que no salían limpios, y los acordes en octavas y novenas que realmente son para manos de hombre, y pese a la tos que me había venido a hacerle compañía en la agitación de pecho acostumbrada, yo seguía encorvada sobre el piano, y de repente al toser me cayó saliva con sangre sobre las teclas y la pollera. No alcancé a llevarme el pañuelo a la boca y escupí sin querer. Como susto fue suficiente, ya me sentía tuberculosa encima de todo lo demás. En realidad se trataba de una falsa alarma, un derrame debido a una irritación laríngea, los pulmones no tenían nada que ver, pero en ese momento me decidí por dentro a dejar Buenos Aires.

Ahora bien, a las manchas de sangre en las teclas las limpié enseguida, y a las manchas de la pollera las refregamos bien en la batea y también desaparecieron. Pero en mi recuerdo están intactas, me basta pensar en aquel momento para ver de nuevo la saliva veteada de sangre. Materialmente la mancha tuvo una existencia corta, mientras que en mi espíritu sigue viva como entonces. Claro que yo, como profesora de piano, a los noventa me voy a morir lo mismo y ahí terminaré con mis trémolos y mi mancha, pero señor Hansen, permítame presentarle este pequeño triunfo de lo espiritual.

Nada de lo que he leído sobre los sueños me satisface plenamente. Todas las suposiciones de los espiritistas y astrólogos baratos son completamente inatendibles y las interpretaciones de Sigmund Freud, por lo poco que me ha llegado de él, me suenan un poco acomodaticias, cataloga todo de modo de confirmar sus teorías. Modestamente se me ocurre que todo es mucho más complicado de lo que ellos pretenden, aunque algún significado debe haber en el soñar.

Hacía tiempo que no soñaba tan fuertemente como anoche. Me veía en mi cama en una noche de calor y me estaba por aplastar una locomotora, pero que me caía del techo, y caía despacio como si no tuviera peso, se me iba acercando infinitamente despacio, como a veces se ve una hoja caer lentamente de un árbol, y meciéndose en el aire, pero de más está decir que al tocarme me iba a aplastar. Y esa visión se repetía y repetía, me despertaba y al dormirme volvía a soñar lo mismo. Hasta que me di cuenta de que estaba durmiendo del lado del corazón y cambié de posición, poniendo fin así a la pesadilla. Gracias a Dios pude volver a dormirme porque no tenía el pecho muy congestionado.

Me gustaría consultar a un médico, tuve la ocurrencia de que al dormir del lado izquierdo, oprimiendo el corazón, la sangre corre con dificultad y al lograr salir del corazón se abre paso de a chorros, y al irrigar la corteza cerebral lo hace con tanta potencia, no sé si me explico, que alcanza a las zonas más escondidas, esas especies de surcos o circunvoluciones ennegrecidas. Ahí pienso yo que están como arrinconadas en un sótano todas las reminiscencias malas que la gente logra olvidar por un tiempo.

Ahora bien, me gustaría interpretar mi sueño, pero durante todo el día he pensado y pensado sin resultado, aun durante las lecciones de la mañana y de la tarde. Después del último alumno me sentí abrumada y pensé en que me haría bien un baño, y me decidí a calentar dos ollas de agua y después encender un poco el brasero para calentar el aire, pues si se toma frío a la noche se cierra el pecho y prefiero cualquier pesadilla a no poder dormir. Es terrible no tener un cuarto de baño, bañarse en una tina de madera es una tortura.

Al final me decidí por lavarme la cabeza e higienizarme un poco en general pero sin meterme en la tina y sin esperar más de una hora hasta que se calentaran las dos ollas. Me miré al espejo antes de lavarme la cabeza y no podía creer lo sucio que tenía el pelo. Me he vuelto abandonada, tenía el pelo untado de la propia grasitud del cuero cabelludo y realmente me dio asco. Si no me miro al espejo no me doy cuenta de lo sucia que ando. Todo se debe en realidad a la falta de comodidad. Es muy difícil vivir en una pieza y no tener más que un excusado al fondo del patio y una canilla de agua fría, al aire libre, sobre todo ahora en invierno. Mamá no lo siente tanto porque está tan viejita y ya a esa edad se transpira menos y se aceptan las cosas de otro modo. Esta es la suerte que me trajo el amor a la música. Hubo una frase que papá dijo tal vez una sola vez pero que a mí me volvió a la mente infinidad de veces cuando estudiaba en el Conservatorio: «La vida de Schubert tiene un significado sublime.» No creo que papá me engañara cínicamente, él estaría convencido de lo que decía. En cambio para mí Schubert fue un músico excelso pero que murió sin tener el menor reconocimiento, después de pasar sus pocos años de vida en buhardillas heladas y lavando las tinas que quedan con una capa grasosa gris de suciedad después de un baño. Schubert sí murió tuberculoso, y quién sabe si no habrá empezado por tomar un frío al bañarse. Yo creo que el sueño de la locomotora tiene un significado, con alguna relación a dormir del lado izquierdo. Ayer todo el día fue malo, en parte probablemente por la noticia del compromiso de Paquita. Yo nó soy envidiosa en general, pero saber que esa chica de diecisiete años, pero que para mí es una criatura, ya está construyendo su vida, con un muchacho que parece excelente persona, me dejó mal. Toto me dijo que al principio pensó que el muchacho sería casado, como la mayoría de los empleados del Banco que llegan trasladados a Vallejos, pero ahora que vino la futura suegra a conocer a Paquita, quedó todo aclarado. No digo que no le esperen en la vida disgustos, etc, pero es tan distinto teniendo un compañero, y que tiene buen empleo, además Paquita se recibe de maestra el año que viene, y puede emplearse también.

Si yo hubiese estudiado para maestra en vez de darme entera al piano, al menos tendría un empleo fijo. Yo no le echo la culpa a papá, debe ser que él amaba más que yo la música en realidad, la amaba de veras, como buen milanés. Lo que me pone de mal humor es que mamá repita como un loro lo que él decía: «mi hija por la música deja todo». Pensar que cuando gané la Medalla de Oro Paquita sería recién nacida. No debería decir esto, pero cómo envidio a papá que se haya muerto. La última vez que soñé con él, lo veía leyendo un diario de Milán, y me decía que la guerra estaba por terminar. Mejor todavía habría sido que se hubiese muerto antes de la caída de Mussolini y de tantas derrotas italianas. Pero por lo menos ahora está en paz.

El único significado que le encuentro al sueño de la locomotora es que vivo bajo el peso de la pobreza. Porque no hay dinero para ropa voy mal vestida, aunque podría por lo menos ser más prolija para peinarme y cuidarme las uñas, pero aun cuando más joven la vista siempre rojiza se deberá a la irritación por la fatiga del pecho siempre latente, me causa ese efecto en vez de darme color a los pómulos, grises como velas de iglesia.

La locomotora era negra como todas las locomotoras y pensándolo bien, la madera de mi piano es del mismo color renegrido, puede ser que la locomotora era el símbolo del piano. No debería decirlo porque gracias al piano me gano el pan, pero aunque mal esté decirlo, odio al piano.