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Es notable cómo se pueden sentir cosas distintas por una misma persona o por una casa o por un lugar. Si yo pienso en esta pieza miserable y su separación de tabiques, la odio, por ejemplo cuando algún chico está dando la lección de solfeo y se distrae porque oímos a mamá detrás del tabique que abre ia puertita de la mesa de luz para sacar las chancletas y las deja caer en el suelo, indicando sin querer que se va a levantar y va a encender la hornalla para el mate. Los chicos parece que supieran lo nerviosa que eso me pone porque hasta que no oyen la hornalla que se prende no retoman el ritmo del solfeo. Quiero explicar que en ese caso detesto esta pieza, pero si en cambio pienso en esta misma pieza cuando me sorprende una lluvia por la calle, me la imagino como un refugio, aterrada por mojarme y tomar un enfriamiento. Pero este no es un ejemplo muy bueno, mucho mejor es el caso de Toto para ilustrar lo que quiero decir.

Toto es un chico que tiene el poder de irritarme como nadie. Debe ser por la presunción de opinar, sobre todo y todos, teniendo sólo quince años. Lo odio verdaderamente cuando critica a las gentes que no piensan más que en comer, dormir y comprar un auto. Lo subleva que nadie lea, cuando él lee casi un libro por día, y que nadie escuche música. Él no sale con nadie, no es amigo de nadie en Vallejos, dice, porque no tiene nada de qué hablar con nadie. La excepción debo ser yo, porque todas las tardes se me aparece a charlar. Pero también a mí me critica porque me gustan los músicos románticos, no sé quién le habrá inculcado ese odio a Chopin. A lo mejor es la moda en Buenos Aires ahora.

Pero yo también tengo parte de culpa en esto, porque nunca me he animado a decirle que me cambiaría con gusto por cualquiera de las amas de casa de Vallejos. Es notable, pero cada vez que se lo voy a decir, hay algo adentro mío que no me deja. Me cambiaría por cualquier ama de casa, y tener mi casa, mi radio, mi baño, y un marido no demasiado bruto, que sea soportable, nada más. Del auto no me importa. Además si una vez por año pudiera ir a Buenos Aires a ver alguna ópera bien cantada o una buena obra de teatro, ya sería más que feliz.

Pero por otro lado a veces Toto me da una lástima que me demuestra que le tengo cariño. Por ejemplo cuando vino Paquita a decirme que no tendría que tratarme con Toto porque es una basura. No hay duda de que es cierto lo que me contó: Toto una noche salía del cine y caminando para la casa se puso a charlar con el novio de Paquita, que a veces charla con los estudiantes. Y Toto le contó de que Paquita había estado enredada con Raúl García hace años y que etc., etc. El novio le dijo a Paquita que no le importaba nada lo pasado, pero que no le hablara más a Toto, ni le fuera a la casa. Yo comprendo que estuvo mal Toto en hablar, pero el chico tiene celos de que Paquita se case, tan compañera de él que era, y lo comprendo porque si yo no tuviera los años que tengo, que me frenan los impulsos, en el caso de haberme encontrado por ejemplo con la madre del novio durante los días que estuvo de visita en Vallejos, a lo mejor me hubiese largado a decirle que en Vallejos hay mujeres mejores que Paquita, con otra madurez, otra sensibilidad, algunas de mis alumnas de piano ya recibidas, que pueden alegrarle la casa con música. Que un chico inteligente como Toto tuviera necesidad de rebajarse tanto con un chisme me prueba que el pobre se siente muy mal, lo sé por experiencia propia. A propósito, tengo una curiosidad enorme por conocer a la rusita, ya que Toto es tan exigente la chica que ha elegido debe valer mucho. Pero no me quiere mostrar las cartas, lo que me hace pensar que a lo mejor es todo un invento.

Recapitulando entonces, a veces Toto me irrita y otras me da lástima. Y hay otras veces en que ni una cosa ni la otra, rne resulta totalmente indiferente, un extraño, sobre todo cuando se viene con rarezas que no comprendo, porque son propias de un loco. Sucedió el otro día. Tenía en la mano El loco de Chejov, y le pregunté de qué trataba, a ver si lo había entendido. Yo no lo leí nunca pero sé que es un enfermo internado en un hospital de tuberculosos, y nunca lo quise leer porque me entristecen esos temas. Bueno y empieza a contarme que es de un muchacho en Rusia que está enamorado de una chica que vive en la capital y él se siente muy solo en su aldea (aquí empecé a sospechar) y obsesionado por la soledad una noche espera en la plaza el paso de la sirvienta de los vecinos de enfrente, que todas las noches va a llevar las sobras de la comida a la casa de ella, que está lejos después de cruzar la plaza. Y al encontrarla empiezan a conversar, y el muchacho sabe que la sirvienta gusta de él, porque siempre lo mira, y la acompaña en la oscuridad hasta el portón de la casa de los patrones. Allí en la total oscuridad empieza a besarla a la sirvientita, y pese a que su ilusión era que la primera mujer que poseyera no sería otra que su amada lejana, se siente tentado a poseer a la sirvienta. Esta se niega al principio, y él comienza a acariciarla, ya con suavidad, ya con fuerza, tratando de seducirla. Pero algo extraño sucede: la está tocando y no la está tocando, porque apoya las yemas de sus dedos contra la carne de la sirvienta y no siente el tacto, como si sus dedos fueran de aire. Y queda allí contra el cuerpo de la sirvienta, durante una hora, y vuelve a la noche siguiente, pero sucede lo mismo. Entonces saca un fósforo y lo acerca encendido al dedo índice para ver si siente algo, y se quema, y grita de dolor. Lo oyen y empieza a correr el rumor de que está loco, la gente lo dice canallescamente, alegrándose de que en el pueblo haya un loco.

Entonces el muchacho se prepara para ir a ver a la amada lejana y terminar con las pesadillas. Para eso le escribe anunciándole la visita y cuando está por partir con su atado de ropas al hombro recibe un mensaje de ella diciendo que no lo espera porque pronto será la esposa de otro hombre. Este es el golpe final, y el protagonista se vuelve loco, de modo que los del pueblo, llevados por la maldad, habían adivinado sin querer la verdad. Y fin.

¿Qué necesidad hay de mentir de modo semejante? Yo no me explico cómo un chico que tiene todo en la vida, o que lo va a tener, se pone a pensar esas tonterías de dedos de aire y demás disparates, inventándole una trama diferente y triste a un cuento que ya bastante triste es de por sí. Es eso lo que me hace sentir indiferente a Toto, alejada, como si no habláramos el mismo idioma. Es cierto que la adolescencia es la edad del desequilibrio.

Bueno, pero veo que no he dicho qué es lo que me hizo pensar en todo eso. Fue que ayer domingo Toto vino a decirme que tenía la radio libre porque el partido de River se había suspendido y el padre no lo iba a escuchar. Entonces sugirió que era la ocasión perfecta para ¡escuchar la transmisión de los domingos de Ópera del Teatro Colón, la única transmisión del Colón que se hace por onda corta ¡y que se puede escuchar en Vallejos. Bien, transmitían la matinée del «II trovatore» con nada menos que Beniamino Gigli. Nos sentamos y se escuchaba divinamente, como adentro del teatro mismo, yo hacía años que no escuchaba ópera transmitida directamente. El primer acto fue una maravilla, y estábamos en el principio del segundo acto cuando llegó el señor Casals y nos dijo que se había arreglado lo de River y empezaban a transmitir el partido. Todo con muchas sonrisas pero tuvimos que irnos, para dejarle la radio a él, y pasamos de la sala al patio porque la mamá me quería cortar unas flores y estaba el hermanito de Toto jugando con un tren armado con vías, estación, luces, etc. Un juguete carísimo y hermoso. Las vías forman un círculo y el tren va dando vueltas y al pasar por las diferentes estaciones, los puentes y los pasos a nivel, se encienden luces de diferentes colores.

Así es, el mismo trencito enciende luces rojas de peligro, verdes de paso libre y amarillas de no sé qué, del mismo modo que pensando en Toto que critica a los burgueses, o que denuncia a Paquita o que inventa tonterías de dedos de aire, yo siento por él respectivamente rabia, cariño o indiferencia.

Hoy tuve ganas de ir al cine pero por suerte se hizo tarde con las lecciones y no fui, de lo cual me alegro porque si no había mucha gente se sufre el frío sentada dos horas en la sala, y sentándose cerca de las estufas al salir a la calle hace mal al pecho.

No conocía a ninguno de los actores de la película, me había tentado el título, simplemente. Y aquí va el título: «Lujuria». Para mí es como si la película se hubiese llamado «Atlántida» o «El Dorado» es decir algo que significa una cosa prometedora pero totalmente desconocida. Pensándolo bien, la palabra «Lujuria» siempre me resultó algo dudosa, como si designara, exagerando, algo que existe pero en proporción mucho menor. ¿Qué es eso de Lujuria? Un momento de tontería de alguna sirvientita que se deja hacer el amor por el patrón.

Pero si recapacito veo que no puedo juzgar, no puedo hablar de algo que no conozco. Además si abro un poco los ojos a mi alrededor voy a ver que estoy diciéndole buenos días todas las mañanas a un tropel de lujuriosos. Empecemos por mis vecinos, y ya con ellos habrá bastante. Delia por ejemplo. Yo creo que el marido es el único en Vallejos que no sabe que Deiia se acuesta con medio pueblo. Y ahora con Héctor ¡ese muchacho enredarse con una mujer casada!

¿Pero qué estoy escribiendo hoy? Esto es pura chismografía. Basta, no tengo nada edificante que decir así que mejor será callarme. Y hago muy mal en abrir juicio, sí, hago muy mal, para poderlos juzgar tendría que ser como ellos, es decir que tendría que tener salud. Debe haber algo en la Lujuria que la hace irresistible a la gente de buena salud, yo ni sé el significado de la palabra Lujuria, debe ser algo que se siente cuando, la sangre es rica, cuando además de no tener asma se come bien, sobre todo mucha carne y frutas, que son los artículos más caros.

Literalmente imposible asomar la nariz afuera, el viento y la tierra que soplan no permitirían ni siquiera caminar las dos cuadras de distancia hasta el cine. Mi máxima favorita es «no hay mal que por bien no venga». De ese modo ahorro los veinte centavos de entrada. Dicha máxima es mi favorita porque la puedo aplicar siempre, según la necesidad del momento. Porque soy asmática nunca podría haberme embarcado en el «Titanic», pues en alta mar hay bruma y se me humedecen los bronquios. Los bronquios míos deben ser como de papel, si el papel se moja se deshace en jirones con sólo tocarlo.

Aunque no hubiera sido asmática dada mi falta de solvencia tampoco podría haber estado en el «Titanic». Por lo tanto soy una mujer doblemente afortunada. Siendo hoy el único día de la semana que no tengo alumnos a la tarde decidí pasar el tiempo dásasmándome leyendo el diccionario, en un primer momento pensé en empezar La montaña mágica que me prestó Toto, pero me agobia empezar una novela tan larga. Bastante paciencia le debo a mis alumnos, no la puedo derrochar en leer novelas.

Volviendo al diccionario, pese al exotismo de la letra «w», hubo un vocablo que empieza con esa letra al que siempre rechacé instintivamente. ¿Cómo es posible que se rechace una palabra sin saber su significado? Es algo que me ha ocurrido varias veces. Pese a que la palabra «wyllis» figuraba en el ballet «Giselle», tan famoso, siempre rehusé leer el argumento, algo me había puesto en guardia contra «Giselle», sabía sólo que Giselle era una wyllis.

Hoy no pude menos que enterarme. Las wyllis son simplemente las vírgenes que se suicidan y van después de muertas a habitar los bosques donde de noche bailan hasta el amanecer tomadas de la mano para no perderse, repitiendo los pasos de danza de la reina de las wyllis, quien para impedir que las desdichadas escapen con algún pastor extraviado en la floresta, inventa pasos más y más extenuantes, y obliga a todas las wyllis a danzar y danzar hasta agotar las fuerzas. Llegada la luz del día sus cuerpos se desvanecen, sólo la luz de la luna las podrá tornar corpóreas, nuevamente, al caer la noche.

Vaya destino, ¿pero cómo yo sin saber el significado rechacé la palabra? Una voz interior me avisaba que no me convenía enterarme del significado.

Pero «no hay mal que por bien no venga», esta noche cuando me ataque la agitación del pecho y me empiece a revolcar en la cama sin poderme dormir voy a pensar menos en que encima de la canilla del patio, debajo del espejo y sobre la repisa, detrás del jabón, está la hojita de afeitar, que pese a estar un poco desafilada de haberme afeitado las piernas ya varias veces con ella, como decía, pese a estar desafilada, bastaría para abrirme las venas y terminar con la agitación y el insomnio. Pero no me convendría. Por eso voy a pensar menos en la hojita de afeitar, mientras me acuerde de la wyllis, porque algo de cierto debe haber en esa leyenda. No quiero pasar a otra vida para seguir sufriendo.

Por asmática no sé si la reina de las wyllis me haría bailar, posiblemente tendría más indulgencia conmigo, además como soy tan linda, ella pensaría que ningún pastor se animaría a raptarme y me dejaría sentada en un rincón, sin hacer tanta pirueta. Ya sé lo que me haría hacer; me haría tocar el piano para que las otras bailen.

A la noche se paga por lo que se ha hecho en el día. Se me ocurre que esta noche voy a dormir mal. Todo por haber salido al aire libre esta mañana, con tanto viento y tierra, apenas para lavarme la cara en la canilla, y después un ratito a lavar los platos del mediodía. El viento y la tierra irritan las vías respiratorias y después hay que dar vueltas y vueltas en la cama, horas y horas antes de que se ablande el pecho. Pero me parece que lo peor, para una persona que sufra mi misma enfermedad, es después de dormir tres o cuatro horas, tal vez destapada, porque se le corrió la frazada sin darse cuenta, despertarse a la madrugada con el pecho tomado y que no se pueda dormir más. Era lo que me pasaba el invierno pasado. Tal vez será porque ahora al poner el brasero delante de la puerta el aire se calienta al entrar y el brasero no se apaga en toda la noche porque la ventolera que se cuela por las rendijas de la puerta mantiene las brasas prendidas. Mamá antes insistía en ponerme el brasero cerca de la cama, y se apagaba a las dos o tres de la madrugada. No sé por qué, pero prefiero decididamente tardar en dormirme -se me cierra el pecho y apenas pasa un hilo de aire, que silba- en lugar de dormir unas pocas horas ni bien me acuesto y después despertarme a la madrugada -porque a ese hilo de aire parece que yo tuviera que ayudarlo a llegar a los pulmones- y sin siquiera la esperanza de volver a dormirme.

Hacía tiempo que no tenía una discusión como la del otro día. Es propio de vanidosos enojarse por perder una discusión pero a veces no puedo evitarlo.

Toto empezó hablando del hombre bruto, que ni siquiera tiene noción del absurdo de la propia vida, pues come y duerme para poder llevar a cabo sus largas horas de trabajo, y trabaja para poder pagar lo que come y la casa donde duerme, cerrando así su círculo vicioso. Yo por primera vez me animé a decirle que con gusto me habría casado con alguien así, pues esa simpleza es la base de la felicidad, y nada mejor que vivir al lado de alguien feliz.