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Los cinco compañeros siguieron al condestable fuera del edificio. Al salir a la calle, Tanis vio moverse a alguien tras una de las ventanas del piso superior. Era Laurana, quien con expresión de terror en el rostro, levantó la mano y debió pronunciar algunas palabras porque el semielfo alcanzó a verla mover los labios. Tanis recordó la despedida de Raistlin y se sintió desalentado. Le dolía el corazón. La mera posibilidad de no volver a encontrarse con ella de nuevo le hacía ver el mundo repentinamente triste, vacío y desolado. Comprendió lo que Laurana había llegado a significar para él en aquellos últimos meses, en los que —al contemplar las tierras arrasadas por los malignos ejércitos de los Señores de los Dragones —, hasta la esperanza había muerto. En cambio, ¡qué fe tan firme tenia la elfa, qué inagotable y perenne confianza! ¡Qué diferente de Kitiara!

Uno de los guardias le dio a Tanis un empujón en la espalda.

—¡Mira hacia delante! ¡Deja de hacer señales a tus amigos! —le gritó.

El semielfo volvió a pensar en Kitiara. No, la mujer guerrera nunca hubiese actuado tan desinteresadamente. No hubiese podido ayudar a la gente como Laurana. Kit se hubiera impacientado y enojado, y les hubiera dejado elegir entre la vida y la muerte. Despreciaba y detestaba a aquellos más débiles que ella misma.

Tanis se sorprendió al darse cuenta de que al evocar a Kitiara ya no sentía la vieja punzada de dolor. No, ahora era Laurana —aquella tonta muchacha que pocos meses antes no era más que una niña mimada la que le hacía hervir la sangre. Y ahora, tal vez fuera demasiado tarde.

Al llegar al final de la calle, volvió a mirar atrás, esperando poder hacerle algún tipo de señal. Hacerle saber que comprendía. Hacerle saber que había sido un tonto. Hacerle saber que...

Pero la cortina estaba echada.

5

El tumulto. La desaparición de Tas. Alhana Starbreeze.

—Caballero inmundo...

Un pedrusco golpeó a Sturm en el hombro. El caballero vaciló, a pesar de que la piedra no le había hecho mucho daño debido a la protección de la cota de mallas. Tanis, al ver su pálida expresión y su tembloroso bigote, comprendió que el dolor era mucho mayor que el que pueda infligir un arma.

A medida que los compañeros avanzaban por las calles escoltados por los soldados, el gentío era cada vez mayor, pues ya se había corrido la voz de su llegada. Sturm caminaba dignamente, con la cabeza bien alta, haciendo caso omiso de burlas e insultos. A pesar de que, de tanto en tanto, los soldados intentaran apartar a la muchedumbre, lo hacían con tan poca convicción, que la gente lo notaba. Siguieron arrojando piedras y cosas aún más humillantes. Al poco rato todos ellos tenían heridas, sangraban, y estaban cubiertos de despojos.

Tanis sabía qué Sturm no arremetería vengativo, no contra esa gentuza, pero el semielfo se vio obligado a sujetar firmemente a Flint. Incluso manteniéndolo agarrado, no podía dejar de temer que el irritado enano se abalanzara sobre el populacho y comenzara a partir cabezas. Su preocupación por Flint era tal, que se olvidó de Tasslehoff.

Los kenders, además de ser bastante «despreocupados» en relación a las propiedades ajenas, poseen otra curiosa característica conocida con el nombre de «provocación». Todos los kenders poseen ese talento en mayor o menor medida. Así es como esa diminuta raza se las arregla para sobrevivir y prosperar en un mundo lleno de guerreros y caballeros, trolls y goblins. La provocación es la habilidad para insultar al enemigo y llevarle a un estado de rabia tal que pierda la cabeza y comience a luchar salvaje y equivocadamente. Tas era un maestro en este arte, a pesar de que, viajando con sus amigos guerreros, raras veces necesitara utilizarlo. Pero en esta ocasión, el kender decidió sacarle partido.

Comenzó a insultar a la gente.

Cuando Tanis se dio cuenta de lo que pasaba, ya era demasiado tarde. Intentó acallarlo en vano. Tas caminaba entre los primeros, en cambio el semielfo era uno de los últimos, y no había forma de silenciar al kender.

Tas pensaba que a insultos tales como «caballero inmundo», o «escoria elfa» les faltaba imaginación, y decidió enseñar a esa gentuza toda la extensa gama de variedades que ofrecía el idioma común. Los insultos de Tasslehoff eran una obra maestra de ingenuidad y creatividad. Lamentablemente, tendían a ser extremadamente personales y a menudo bastante crudos, además de ser pronunciados siempre con un aire de encantadora inocencia.

—¿Es ésa tu nariz o un virus? ¿Tienes domesticadas a todas esas pulgas que recorren tu cuerpo? ¿Tu madre era una enana gully? —fueron sólo el principio. Después, la cosa empeoró.

Los soldados, al ver que la muchedumbre se enojaba cada vez más, comenzaron a alarmarse, y el condestable dio la orden de que todos aligeraran la marcha. Lo que él había previsto como una victoriosa procesión, como una exhibición de trofeos, parecía estar trocándose en un tumulto a gran escala.

—¡Que alguien haga callar a ese kender! —gritó furioso el condestable.

Tanis intentó desesperadamente llegar donde estaba Tasslehoff, pero los forcejeantes soldados y la agitada multitud lo hacían del todo imposible. Gilthanas fue derribado; Sturm se inclinó sobre él intentando protegerlo. Cuando Tanis se hallaba ya cerca de Tasslehoff, alguien le lanzó un tomate a la cara, cegándolo momentáneamente.

—Eh, condestable, ¿sabes lo qué podrías hacer con ese silbato? Podrías...

Tasslehoff nunca pudo decirle al condestable lo que podía hacer con el silbato, porque en ese instante una inmensa mano tiró de él, sacándolo de en medio de la reyerta. Otra mano le tapó la boca, mientras dos manos más le sujetaban los pies para que no patalease. Le echaron un saco sobre la cabeza y todo lo que Tas vio u olió a partir de entonces, fue harpillera.

Mientras Tanis seguía limpiándose el tomate de los ojos, oyó un sonido de pisadas, gritos y chillidos. La muchedumbre pitaba y se mofaba de ellos, pero un momento después comenzaron a correr, dispersándose. Cuando pudo ver de nuevo, el semielfo miró rápidamente a su alrededor para asegurarse de que todos estaban bien. Sturm estaba ayudando a Gilthanas a levantarse del suelo, enjugándole la sangre que brotaba de una herida que el elfo tenía en la frente. Flint, maldiciendo fluidamente, se limpiaba la barba impregnada de deshechos.

—¿Dónde está ese maldito kender? —gruñó el enano—. ¡Le voy a... —interrumpió la frase mirando a su alrededor.

—¡Silencio! —ordenó Tanis al pensar que Tas había logrado escapar.

El rostro del enano estaba cada vez más encendido.

—¡Ese pequeño bastardo! ¡Fue él el que nos metió en esto, y ahora desaparece...!

—¡Shhhh! —dijo Tanis mirando fijamente al enano.

Flint carraspeó y guardó silencio.

El condestable siguió empujando a sus prisioneros hacia la Sala de Justicia. Cuando ya se hallaban a salvo en el interior del feo edificio de ladrillos, reparó en que uno de ellos había desaparecido.

—¿Señor, queréis que lo busquemos? —le preguntó uno de los soldados.

El condestable reflexionó unos segundos y luego sacudió la cabeza irritado.

—No perdamos el tiempo. ¿Sabes lo que es intentar encontrar a un kender que no quiere ser hallado? No, dejadlo ir, tenemos a los más importantes. Vigiladlos mientras yo Informo al Consejo.

El condestable desapareció tras una puerta de madera, dejando a los compañeros y a los soldados en un oscuro y maloliente corredor. Tendido en una esquina yacía un calderero que roncaba ruidosamente; obviamente había tomado mucho vino. Los soldados, ceñudos, se sacaban pedazos de calabaza de los uniformes, despojándose, además, de los trozos de zanahoria y otras hortalizas que tenían adheridos. Gilthanas se quitaba la sangre que descendía por su rostro, mientras Sturm intentaba limpiar lo mejor posible su capa.

El condestable regresó, haciéndoles una señal desde la puerta.

—Traedlos.

Mientras los soldados empujaban a sus prisioneros, Tanis se las arregló para acercarse a Sturm.