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No, si la fe religiosa presta servicios a los creyentes en la modernidad, no será primordialmente como espantapájaros moral ni como guía de perplejos en política. En cambio puede tener utilidad para servir de armazón simbólica a la visión del mundo de quienes aspiran a algo más que la rapiña económica o el consumo compulsivo y no tienen paciencia o preparación para hacerse con una filosofía racionalmente más sofisticada. Nietzsche dijo desdeñosamente que el cristianismo era «platonismo para el pueblo» y quizá acertó en todo menos en su desdén, porque no es poca cosa fomentar el número de platónicos en sociedades aparentemente planeadas por y para los cínicos. Esta función del cristianismo -la religión mayoritaria en nuestras sociedades occidentales- no es seguramente un motivo para adoptar esa fe si se carece de ella, pero puede serlo de lamentar en determinadas circunstancias personales su ausencia, tal como expone Roger Scruton: «Sostengo que el declinar del cristianismo implica, para mucha gente, no la liberación de la necesidad religiosa sino la pérdida de conceptos que la alivian y que, al hacerla soportable, abren su conocimiento y su voluntad a la realidad humana. Para ellos la pérdida de la religión es una pérdida epistemológica -una pérdida de conocimiento. Perder tal conocimiento no es una liberación sino una caída». [124] El argumento me parece fundamentalmente atendible en ciertos casos y al menos debería bastar para no engrosar el número de los celosos predicadores de la buena nueva atea en todo momento y ante todo público. Tan recomendable me parece el coraje para enfrentarnos a la mafia clerical en países donde sus desmanes se han padecido demasiado tiempo (España, sin ir más lejos) como repudio la saña de quienes se empeñan en demoler a toda costa las creencias de particulares que encuentran en ellas consuelo, estímulo para la solidaridad y una vía de comprensión en el puzle caótico de los saberes de nuestro siglo. Como en otras ocasiones, es oportuno recordar el dictamen de Madame du Deffand: «Hay que abrirle los ojos a la gente, no sacárselos».

Y al fondo, queramos o no, está la muerte. La «vasta, vaga y necesaria muerte», por decirlo con los precisos y preciosos calificativos de Borges. Es la certidumbre de la muerte la que nos hace pensar y nos transforma en filósofos; es el anhelo de inmortalidad lo que nos hace soñar y nos empuja a la fe religiosa. Si acierta en su punto fundamental el psicoanálisis, los sueños son el cumplimiento de deseos. Yo diría que cumplen ante todo nuestro deseo fundamentaclass="underline" la inmortalidad, es decir, encontrarnos más allá de la muerte, sobrevivir una y otra vez a ella, volver a tratar con los seres queridos que oficialmente hemos perdido para siempre. Recuperar lo perdido y salvarnos de la perdición: en sueños es posible y la religión prolonga ritualmente esa ensoñación gratificante, a veces también sobresaltada por pesadillas (infierno, horrores espectrales escapados de la tumba, etc.). La verdadera divinidad, origen de todas las demás, es lo que en el último trasfondo de nuestro psiquismo rechaza morir: como señaló irónicamente Jacques Lacan, la auténtica fórmula del ateísmo contemporáneo no es «Dios no existe» sino «Dios es inconsciente». ¿Proviene el afán de inmortalidad de un amor desmedido por la vida o más bien de un amor insuficiente, de una aceptación condicional de nuestra existencia que no acepta la finitud como parte integrante de ella? Sabemos que Nietzsche denunció vigorosamente esta pretensión como un inaceptable sabotaje a la vida real y sus valores efectivos: «La gran mentira de la inmortalidad personal destruye toda razón, toda naturaleza en el instinto; todo lo que en los instintos es benéfico, propicio a la vida; todo lo que garantiza el porvenir, despierta desde entonces desconfianza. Vivir de modo que la vida no tenga ningún sentido es ahora el sentido de la vida…». [125] Es decir, según Nietzsche, buscar el sentido de la vida en lo inmortal roba a la vida presente todo su sentido instintivo y espontáneo, que es luchar contra la inminencia de la muerte. Si la verdadera vida no es ésta, transitoria y menesterosa, sino otra imperecedera… cuanto emprendemos o defendemos en este mundo -luchando contra el acabamiento de lo que somos y queremos aquí y ahora- carece de auténtica importancia. Y sin embargo… quizá a fin de cuentas tenga razón -poética razón- William Butler Yeats en su poema titulado precisamente La muerte.

«Ni temor ni esperanza dan auxilio

al animal que muere;

un hombre aguarda su final

con temor y esperanza;

muchas veces murió,

muchas resucitó.

Un hombre en su esplendor,

al dar con asesinos

se toma con desdén

el cambio del aliento.

Sabe de muerte hasta los huesos,

el hombre creó la muerte.» [126]

De cualquier forma, al acabar este breve repaso reflexivo por la fe religiosa y sus consecuencias, quisiera dedicar un último homenaje a quienes se enfrentaron con riesgo de su vida a los fanáticos que en el fondo nada saben pero están dispuestos incluso a matar para ocultar el secreto de su ignorancia y su zozobra, que por lo demás todos compartimos. Una rosa pues para Hipatia, que exponía el pensamiento de los filósofos griegos, a la que los primeros monjes cristianos arrastraron y apalearon por las calles de Alejandría en el año 415 d.J.C. Y también flores de gratitud para Etienne Dolet, ajusticiado en la plaza Maubert de París, o para Giordano Bruno, que ardió en la de las Flores en Roma. Y tantos y tantos otros. [127] Quede claro que, si finalmente hay que elegir campo, estoy de su lado y no del de quienes están en posesión de la autoridad divina. Cuando sea mi hora, que me lleven junto a los réprobos de Santa Clara: ya que no tendré paraíso, que por lo menos me acompañe cerca, muy cerquita, la bahía de la Concha…

Apéndices

Algunas perplejidades sobre lo divino y lo social

«Tu miedo es poderoso

metafísico

el mío un joven empleado

con un maletín

con un archivo

y un cuestionario

cuándo nací

qué medios de vida

qué no he hecho

en qué no creo

qué hago aquí

cuándo dejaré de simular

a dónde iré

luego»

Tadeusz RÓZEWICZ, Miedo [128]

Buscar la verdad

«No tu verdad: la verdad.

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[124] Gentle Regrets, de R. Scruton, Continuum, Londres, 2005, p. 227.

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[125] El Anticristo, de F. Nietzsche, trad. Eduardo Ovejero, Obras Completas t. IV, ed. Aguilar, Buenos Aires, 1967, p. 485.

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[126] Traducción del Taller de Traducción Literaria.

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[127] Puede consultarse la obra Héroes y Herejes, de Barrows Dunham, dos volúmenes, trad. A. Campo y J. A. Matesanz, ed. Seix Barral, Barcelona, 1969. Es una historia de la heterodoxia a través de los siglos, desde Sócrates y Jesús hasta Freud o Einstein, pasando por todo tipo de disidentes de las creencias establecidas. También Ateos clandestinos, de Agustín Izquierdo, ed. Valdemar, Madrid, 2003.

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[128] Traducción de Rafael Cadenas.