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Uno se pasa la vida oyendo diatribas, no muy bien argumentadas, contra el nocivo «individualismo» juvenil. Los mismos teólogos e ideólogos que las propalan son por lo visto contrarios a intentar remedios escolares que distingan la autonomía moral de las personas de la insolidaridad o la despreocupación por lo social que nos vincula. Como dijo hace tiempo Marcel Gauchet «nuestros modos de educación y de escolarización, ciegamente, fabrican individuos cada vez más indiferentes a lo colectivo, y por tanto a lo político. […]. La verdad de la pedagogía hoy es que tiende a fabricar ciudadanos incívicos». No veo que tal perspectiva preocupe radicalmente ni siquiera a quienes con mayor truculencia suelen deplorar sus efectos cotidianos.

Fanáticos sin fronteras

Mala racha llevamos con las reacciones suscitadas por el conflicto de intolerancia frente a permisividad suscitado por las caricaturas mahometanas publicadas en un periódico danés. [138] Nuestros mentores ideológicos estaban un poco adormilados y el estruendo feroz que les ha despertado ha sido tan súbito que no les ha dado tiempo a despejarse. Jean Daniel nos informaba en estas mismas páginas de que él acepta la blasfemia siempre que vaya acompañada de buen gusto y dignidad artística: es de los que sólo disfrutan los strip-teases cuando se realizan con música de Mozart, que para eso estamos en su aniversario. Sami Nair se empeña en que se trata de una provocación de la extrema derecha, explicación que padece el doble defecto de que no viene a cuento (¿acaso debe carecer de libertad de expresión la extrema derecha?) y de que es falsa (mejor informado, el corresponsal de El País, Antonio Caño, aclara -6-II-06- que el Jyllands Posten es «una publicación de centro derecha, seria y respetada»). El presidente Zapatero, junto con el premier turco Erdogan, comunican al universo su reprobación de las insultantes caricaturas (por cierto, ¿oiremos a nuestro mandatario comentar la excarcelación dentro de unos meses del serial killer Henri Parot diciendo que «puede ser perfectamente legal, pero no es indiferente, y debe ser rechazada desde el punto de vista moral y político»?). El flamante premio Cervantes Sergio Pitol opina que los insultos a Mahoma son enormemente irreverentes y agresivos, lo que me recuerda que John le Carré consideró la fatua contra Salman Rushdie como consecuencia de la arrogancia irresponsable del escritor (cuando conozco los dictámenes de ciertos escritores comprometidos sobre problemas concretos, me hago partidario del arte por el arte). Por supuesto, diversos teólogos, algún cardenal y algún gran rabino, han hecho oír su solidaridad gremial con los piadosos y feroces ofendidos: todas las iglesias conservan cierta envidiosa nostalgia de las fes que aún tienen fanáticos como cuerpo de guardia, porque sólo se resignan a inspirar respeto cuando ya no pueden inspirar miedo… ¡ah, los buenos tiempos! Etc., etc.

Desde luego, también hemos escuchado a muchos defender con vehemencia la sacrosanta libertad de expresión. Y hablar de que no debe utilizarse para faltar al respeto debido al prójimo. ¿Por qué lo llaman respeto cuando quieren decir miedo? Uno respeta mucho más a otro cuando le hace bromas o críticas, incluso de mal gusto, porque le considera un ser civilizado que no va a asesinarle por ello… que cuando guarda pío silencio y baja los ojos ante quien considera un loco furioso, capaz de partirle la cabeza a hachazos. Pero tampoco tengo claro dónde está la falta de respeto de esas caricaturas. Ya sé -me lo dijo Cioran- que todas las religiones son cruzadas contra el sentido del humor, pero me niego a creer que mil quinientos millones de musulmanes tengan forzosamente que sentirse ofendidos por ellas: sería tomarles a todos por imbéciles, lo que me parece sumamente injusto. Si yo fuera musulmán, hipótesis ahora improbable pero nunca se sabe, consideraría el dibujo de Mahoma con una bomba escondida en el turbante como una sátira contra quienes utilizan bárbaramente su doctrina para justificar atentados de inspiración política. Y me preguntaría, como hizo el semanario jordano Shihane, «qué perjudica más al Islam, esas caricaturas o bien un secuestrador que degüella a su víctima ante las cámaras». Desgraciadamente no tendremos ya respuesta ni debate, porque el semanario fue de inmediato cerrado y su director despedido. Sin embargo, como escribe en «Charlie-Hebdo» Tewfik Allal, portavoz de la asociación del Manifiesto de las libertades (creada en 2004 por franceses de cultura musulmana) «hay ciertamente mucha gente que piensa lo mismo en tierras del Islam, pero no tienen derecho a decirlo: es a ellos a quienes falta más gravemente la libertad de expresión». Quizá esas caricaturas no ofenden ni a todos los musulmanes ni a quienes viviendo en teocracias no comparten esa religión pero tienen que disimular: al contrario, quizá expresan el más secreto y sincero pensamiento de tantos que están hoy reprimiendo por temor sus ganas de desahogarse intestinalmente sobre los mahomas de pacotilla que les oprimen…

Pero lo que me extraña, lo que no he leído ni oído a nadie aunque esté implícito en bastantes comentarios, es que lo amenazado en nuestras democracias no es sólo ni a mi juicio principalmente la libertad de expresión. No, lo que nos estamos jugando es precisamente la libertad religiosa. Y ello por una doble vía. En primer lugar, porque la libertad religiosa en los países democráticos se basa en el principio de que la religión es un derecho de cada cual, pero no un deber de los demás ciudadanos ni de la sociedad en su conjunto. Cada cual puede creer y venerar a su modo, pero sin pretender que ello obligue a nadie más. Tal como ha explicado bien José Antonio Marina en su reciente Por qué soy cristiano, cada uno puede cultivar su «verdad privada» religiosa, pero estando dispuesto llegado el caso a ceder ante la «verdad pública» científica o legal que debemos compartir. La religión es algo íntimo que puede expresarse públicamente pero a título privado: y como todo lo que aparece en el espacio público, se arriesga a críticas, apostillas y también a irreverencias. Hay quien se muestra muy cortés con todos los credos y quien se carcajea al paso de las procesiones: cuestión de carácter, cosas del pluralismo.

En segundo lugar, hay personas cuya convicción en el terreno religioso no es una fe en algo sobrenatural, sino un naturalismo racionalista que denuncia como nefastas para la humanidad las supersticiones y las leyendas convertidas en dogmas. Tienen derecho a practicar su vocación religiosa como los demás y son tan piadosos como cualquiera… a su modo. Voltaire o Freud son parte de nuestra historia de la religión ni más ni menos que Tomás de Aquino. Con el valor añadido de que sus creencias racionalistas han colaborado con el fundamento de la democracia moderna, la ciencia y el desarrollo de los derechos humanos en mucha mayor medida que los artículos de fe de cualquier otra iglesia. Las algaradas multitudinarias en las teocracias islámicas están prefabricadas sin duda por sus dirigentes, como las manifestaciones por un Gibraltar español que organizaba cada cierto tiempo el régimen de Franco. Pero lo que pretende el imán Abu Laban en Dinamarca, o los feligreses de la mezquita de Regent Park londinense, que se manifiestan con pancartas en las que se lee «Prepararos para un verdadero holocausto» o «Liberalism go to hell!», es acabar con la libertad religiosa de las democracias y sustituirla por una especie de politeocratismo en el que deberán ser «respetados» (léase temidos) los integristas intocables de cada una de las doctrinas y no tendrán sitio los que se oponen por cuestión de honradez intelectual a todas ellas. Es algo de lo que no faltan signos inquietantes también en las reclamaciones intransigentes de otras confesiones.

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[138] La historia fue del siguiente modo: el año 2005, el escritor danés Káre Blutigen, autor de un libro para niños titulado El Corán y la vida del profeta Mahoma, comunicó a un periodista del Jyllands-Posten (el diario más leído de Dinamarca) sus dificultades para encontrar un dibujante que ilustrase su obra (por temor a represalias, dada la prohibición religiosa existente en algunas ramas del Islam contra la representación de imágenes del Profeta). El periódico convocó a más de veinte dibujantes a enviar trabajos sobre este tema, de los que en septiembre de 2005 publicó doce. Una de las caricaturas representaba a un barbudo (supuestamente Mahoma, cuyo rostro no conocemos) con una bomba escondida en el turbante. Inmediatamente, algunos líderes musulmanes daneses se movilizaron en diversos actos de protesta y algunas amenazas. Al no ser escuchados por las autoridades, que defendieron el derecho a la libertad de expresión del periódico y los caricaturistas, se llegó a una queja oficial de diversos diplomáticos representantes de naciones islámicas en Dinamarca y también de llamadas al boicoteo de productos procedentes de ese país en sus respectivos estados. En febrero del 2006, hubo numerosas manifestaciones de protesta en países europeos e islámicos, quema de banderas danesas, destrucción de embajadas, numerosos disturbios e incluso muertos. Las autoridades danesas y de la Unión Europea pidieron excusas, etc.