Выбрать главу

– Eso mismo. Así es. A lo mejor estamos emparentados. -Rió suavemente y me dirigió una mirada traviesa a través de los anteojos. Yo me había calmado y estaba totalmente cómodo con ella-. Explícales a los oyentes cómo era tu vida en Francia.

– Vivíamos en un château,en un pueblito llamado Maurilliac.

– Y para que lo sepan los oyentes, un château es un castillo, ¿no?

– Es una casa grande -le corregí.

– Qué distinguido. Nos sentimos muy orgullosos de tener entre nosotros a un auténtico aristócrata francés. Háblanos del château,Mischa.

– Teníamos viñedos y hacíamos vino.

– Seguro que era muy bueno.

– A mí me criaron a base de vino -dije, recordando la risa que mi comentario había provocado a la señora Slade. Gray Thistlewaite rió y movió la cabeza. Yo estaba cada vez más lanzado.

– ¿Echas de menos Francia?

– Ahora no pienso mucho en eso. Echo de menos los viñedos y el río, y a mi amiga Claudine. Desde el pabellón se ve el valle. Es muy bonito, sobre todo cuando se pone el sol. Allí vi a Jacques Reynard y a Yvette besándose.

– ¿Quiénes son?

– Jacques cuida de los viñedos e Yvette es la cocinera. Están enamorados.

– El amor es muy bonito en Francia. Cuéntanos cómo conoció tu madre a Coyote.

– Cuando él llegó a Maurilliac con su guitarra y su magia, se enamoró de él. -Me puse rojo nada más decirlo. Ojalá mi madre no se enfadara.

– ¿Llegó con su magia?

– Oh, sí, él puede hacer magia.

– ¿Cómo lo sabes?

– Lo sé, simplemente. -No quería traicionarlo.

– Cuéntanoslo. Coyote es uno de los personajes más queridos de Jupiter, pero ignoraba que fuera capaz de hacer magia.

– Tiene un poder especial.

– ¿En serio? ¿Qué tipo de poder?

– Bueno… -dije dubitativo.

– ¿Y bien? -Adelantó la mandíbula con gesto decidido-. Estamos deseando saberlo.

– Me devolvió la voz.

– ¿La habías perdido? -Me dirigió una mirada de incredulidad.

– No podía hablar.

Gray arrugó la frente.

– ¿Eras mudo?

– Sí. Y cuando llegó Coyote recuperé la voz.

– ¡Increíble! ¿Cómo lo hizo?

– Me dijo que podría volver a hablar, y así fue.

Gray no sabía si creerme.

– ¿Así, sin más?

– Así sin más. Ya le he dicho que hace magia. -Estuve tentado de hablarle de Pistou, pero lo deseché. Si no creía en la magia de Coyote, no creería en Pistou, ni tampoco en el poder del viento, aunque ella misma fuera una abuela-. En Maurilliac todos pensaron que había sido un milagro, y a lo mejor lo fue, pero yo no soy un santo. Maman dijo que Dios me había devuelto la voz, pero en realidad fue Coyote con su magia.

Gray decidió cambiar de tema.

– Háblanos de la boda.

– Fue en París. -Habíamos entrado en un terreno pantanoso, así que desenvainé mi espada por si las moscas.

– ¡Qué romántico! Y seguro que tú fuiste el padrino -comentó con una afectuosa sonrisa.

– No lo sé. -Nunca había estado en una boda y no sabía lo que era un padrino-. Supongo que yo estaba en un lugar secundario, * porque Coyote era el protagonista.

Gray rió y yo me reí con ella. Me gustaba hacerla reír.

– Y dinos, ¿qué le pasó a tu padre?

– Murió en la guerra.

– Lo siento mucho. -Se inclinó hacia mí y me acarició la mano.

– Yo también. Seguro que Coyote le habría gustado -dije con toda inocencia.

– Estoy convencida de que sí -dijo ella con una risita-. No sé si me has estado tomando el pelo, Mischa, pero ha sido una charla muy interesante. ¿Volverás otro día al programa?

– Sí, por favor -dije con candor.

– Y a todos los que nos escuchan les diré que seguro que ninguno de nosotros es tan mayor o tan escéptico como para no creer en la magia. Es saludable y divertido tener tanta imaginación. Ahora dejaré que Mischa regrese volando en su alfombra mágica a la Tienda de curiosidades del capitán Crumble para reencontrarse con su padrastro hechicero, Coyote. Si alguien necesita un poco de magia en su casa, ya sabe dónde encontrarla. Se lo hemos contado aquí, en el programa de Gray Thistlewaite. Gracias por oírnos desde sus salones y sus cocinas. Espero haber contribuido a hacer sus vidas más agradables.

María Elena me llevó a tomar un helado. Me gustaba María Elena; era tierna y cariñosa y hablaba con un acento que tenía un timbre exótico.

– Lo has hecho muy bien -me dijo. Estaba orgullosa de mí, y me miraba con ternura casi maternal-. Gray no cree en la magia, pero yo sí. Aunque creo que eres tú el que tiene poderes mágicos, más de lo que te imaginas.

– Pero es cierto que Coyote puede hacer magia -insistí.

– Todos los niños pueden, y él no es más que un niño grande.

– Vio a Pistou, aunque no lo reconoció. -Nunca le había contado esto a nadie.

– ¿Quién es Pistou?

Me arrepentí de haberlo mencionado, pero ya no me podía echar atrás.

– Era mi amigo. Nadie más que yo podía verlo. Vive en el château,y me fui sin decirle adiós -dije con tristeza.

– ¿Y dices que Coyote lo vio?

No se reía, sino que me miraba muy seria.

– Sí, Coyote lo vio, estoy seguro.

– Estoy convencida de que tienes razón. No te preocupes por no haberle dicho adiós, él lo entenderá.

– ¿Deverdad lo crees?

– Lo sé. -Me acarició suavemente la mejilla con los nudillos-. Los espíritus son más sabios que nosotros. -No entendí lo que quería decir. Pistou no era un espíritu, era un niño mágico.

– Y un día regresaré y lo veré, ¿no?

– Por supuesto, Mischa. Francia está sólo a un viaje en avión, lo mismo que Chile. Yo también echo de menos mi país, igual que tú echas Francia de menos. Pero tu país no desaparecerá. Siempre podrás regresar y ver a Pistou, créeme.

Después de mi entrevista por la radio, todos querían saber más sobre la milagrosa recuperación de mi voz. Cuando le preguntaban a Coyote por sus poderes mágicos, él se encogía de hombros y respondía que todo era producto de la «imaginación del niño». Sin embargo, yo sabía la verdad, sabía que tenía poderes aunque lo negara. Y él lo sabía también, lo veía en su mirada de complicidad cuando me sonreía. Mi madre me dijo que lo había hecho muy bien. Me hizo sentar y me explicó lo que era un padrino de boda. Le preocupaba pensar que yo me viera obligado a mentir.

– No creo que debas hablar de nuestra boda si eso implica que digas mentiras -me dijo.

Pero en realidad ya no importaba porque al poco tiempo nadie volvió a preguntarnos por el tema. Todos dieron por sentado que Coyote y mi madre se habían casado en París y punto. En realidad se interesaban más por mí. No había sido mi intención traerme mis propias mentiras de Francia. De hecho, quería empezar de cero, pero me fue imposible. Las gentes de Jupiter no me consideraban un santo, como en Maurilliac. Se limitaban a mirarme sonrientes y a mover la cabeza con gesto comprensivo. Para ellos no eran más que invenciones de un chiquillo que había quedado huérfano de padre en la guerra y que se había visto arrancado de su hogar y trasladado a un país extraño. Eran amables conmigo, pero no me creían.

– Es un niño tan guapo -decían, como si eso lo excusara todo.

Sin embargo, los niños me creían, y de nuevo me vi hablando sobre mi visión en los recreos.

Aquel primer año en Jupiter fue el más feliz de mi vida, o por lo menos el que mejor recuerdo. Cuando la tienda iba bien, mi madre, Coyote y yo íbamos al cine, veíamos una película, cenábamos en un restaurante o pasábamos el día en la playa, además de brindar con champán de importación. Pero Coyote pasaba en un momento de ser rico a no tener nada.

вернуться

* Juego de palabras intraducible: ella le pregunta si fue best man (padrino; lit., el mejor hombre), y el niño dice que (sólo) fue second best,el segundo mejor. (N. de la T.)