Pero la había notado, ya que al poco tiempo de regresar se presentó para invitarla a dar un paseo. Aunque por fuera se lo veía tan elegante y sereno como siempre, Ashdowne no era el mismo, ya que Georgiana percibía que algo bullía bajo la superficie de su expresión educada, una tensión que nunca antes había sentido en él. ¿Habría descubierto una pista importante? ¿O quería despedirse antes de volver a la mansión con su cuñada?
Cuando al fin lograron escapar de sus hermanas con la ayuda evidente de su padre, Georgiana no supo si quería estar a solas con su ayudante.
Durante largo rato caminaron en silencio, por lo que ella se preguntó para que la había invitado. Intentaba serenar los pensamientos para decir algo, cualquier cosa, cuando al fin él dijo:
– Podrías haberme comentado que te ibas de Bath -la voz áspera hizo que sus palabras sonaran como una acusación, sorprendiéndola.
– Quería realizar algunas investigaciones en la casa de mi tío abuelo -explicó.
– ¿Ese en quien no se puede confiar para que te escolte por Londres?
– Bueno, sí, pero ni siquiera salimos de la casa. Dediqué todo mi tiempo a repasar periódicos viejos.
– ¿periódicos viejos? -mostró escepticismo, lo que obligó a que ella se detuviera y le mirara a la cara.
– Sí, periódicos viejos. ¿Qué diablos te sucede?
– Supuse que podría dar por hecho que me notificarías tus movimientos. Según recuerdo, hace tres días debíamos encontrarnos en el Pump Room, pero no apareciste. ¿Has llegado a pensar que podría estar preocupado por ti?
Se ruborizó al recordar su cobardía cuando lo vio con su hermosa pariente.
– Bueno, yo… en realidad no se me ocurrió que lo pudieras notar -musitó.
– No pensaste que lo notaría -repitió con calma mortal, al tiempo que enarcaba las cejas. Georgiana tuvo la creciente sospecha de que estaba enfadado, quizá incluso furioso.
– Te pido disculpas. Debería haberte dicho que me marchaba, pero la idea se me ocurrió de repente -lo cual era verdad-. ¡He tenido la revelación más asombrosa sobre el caso!
– ¡El caso!
Aunque no habría considerado que fuera posible, la expresión de Ashdowne se tornó más ominosa.
– Vaya, sí. Es magnífico, y supongo que tendría que habértelo notificado de inmediato, ya que eres mi ayudante…
– Tu ayudante -repitió con un brillo de virulencia tan inusitado en los ojos, que Georgiana no fue capaz de entender.
– Sí -convino, no preparada para la emoción descarnada que parecía emanar de él. Acostumbrada a tratar con hechos y lógica, hacía poco había empezado a comprender sus propios sentimientos y le costaba justificar la súbita ferocidad de Ashdowne.
– Bueno, quizá yo quiera ser algo más que tu maldito ayudante. Para variar, quizá me gustaría ser un hombre. Tal vez… -giró y alzó las manos-. Oh, demonios. Ni siquiera sé lo que quiero. ¡Desde que te conozco apenas soy capaz de pensar con claridad!
– ¿No quieres ser mi ayudante?
La miró como si tuviera dos cabezas, y luego, como era costumbre en él, soltó una carcajada.
– Georgiana, no sé si estrangularte o arrastrarte a la cama, pero te he echado de menos.
A ella se le caldeó el corazón al oír sus palabras, junto con otras partes del cuerpo que prestaron atención a su amenaza de arrastrarla a la cama. Ashdowne se acercó y Georgiana lo miró con cautela, sin olvidar que se hallaban en la calle.
– Oh, Ashdowne, no deberías decir esas cosas -murmuró.
– ¿Por qué no? -le tomó los dedos y los depositó en su brazo, poniéndose a caminar otra vez.
– Porque no puedo pensar cuando las dices -“y porque me hacen desear cosas que no puedo tener”, añadió mentalmente.
– ¿Y yo sí? -enarcó una ceja.
– Claro que sí. No he hecho ni dicho nada para perturbarte -protestó desconcertada.
– No es necesario. Lo único que tienes que hacer es respirar -frunció el ceño como si considerara algo desagradable-. Solo veo una solución. Un modo para garantizar que en el futuro no vayas a ver tu tío sin informarme.
– Aguarda un momento -protestó ella-. Fui a estudiar el caso -de pronto se dio cuenta de que no le había preguntado nada sobre la investigación-. Por si quieres saberlo, he descubierto algo importante.
– ¿De verdad? -su tono reflejó frustración más que entusiasmo.
– Sí, de verdad, Claro está que si ya no te interesa… comenzó, callando cuando él se detuvo.
– De acuerdo. Háblame de ese gran descubrimiento antes de que explotes.
Sonrió y se acercó más para darle la información que no había compartido con nadie.
– ¡Creo que nuestro ladrón no es otro que El Gato! -susurró, retrocediendo sorprendida. Ashdowne, quien rara vez revelaba lo que sentía, la miró con una expresión próxima al horror-. ¿Has oído hablar de él? -inquirió desconcertada.
– Claro que he oído hablar de él. Pero…
– Entonces debes saber que sus métodos son los mismos que emplearon en el hurto de lady Culpepper -explicó ella.
– No creo…
– ¿Sabes? -lo cortó entusiasmada-, jamás lo apresaron y estoy convencida de que se escondía en el campo a la espera de encontrar un nuevo escenario de acción. ¡Y ese escenario es Bath! -concluyó con voz triunfal.
En contra de lo esperado, Ashdowne no pareció impresionado. De hecho, se frotó la cara con una mano enguantada, como si intentara despertar de una pesadilla.
– Georgiana, no imaginarás que el señor Hawkins es El Gato, ¿verdad? -inquirió exasperado.
– ¡Oh, no! ¡He encontrado un sospechoso aún mejor en el señor Savonierre!
Por desgracia, Ashdowne no dio la impresión de compartir su entusiasmo. La miró con las facciones rígidas.
– No -movió la cabeza-. NO, Georgiana. Esto ha ido demasiado lejos.
– ¿A qué te refieres? -preguntó decepcionada porque no compartiera sus deducciones. Ella sola había establecido las similitudes entre el caso y los de El Gato, y no le importaría recibir una palmada en la espalda por las molestias que se había tomado.
– Ya fue bastante malo perseguir a Whalsey y a Cheever y a ese descarriado vicario, pero Savonierre es peligroso. Debes poner freno a estas tonterías ahora mismo.
– ¿Tonterías? -¿eso era lo que creía de su investigación?- ¿Qué quieres decir? -exigió-. Tú me pediste que te aceptara como mi ayudante, por lo que pensé que eras distinto a los otros hombres. ¡No me digas que eres un hombre condescendiente y arrogante como el resto de tu género!
– No, no lo soy. Te admiro, Georgiana, de verdad, pero pienso que eres demasiado inteligente para tu propio bien. ¡No puedes acusar al hombre más poderoso de este país de ser un ladrón de joyas!
– ¿Y por qué no? Te digo que he dedicado días a rastrear sus movimientos en periódicos antiguos, y siempre estaba en el lugar adecuado en el momento adecuado.
– Georgiana, eso no significa nada. Estoy seguro de que hay docenas de miembros de la nobleza que van a las mismas galas.
– En realidad no -contradijo, a punto de perder la paciencia. ¿Es que la consideraba estúpida?- De hecho, noté que solo dos personas parecían estar allí donde aparecía El Gato. Una era el señor Savonierre y la otra tú.
Ashdowne la miró fijamente largo rato antes de encogerse de hombros.
– Gratifica saber que mis movimientos son cubiertos con tanto entusiasmo por los periódicos. No obstante, no deberías creer todo lo que lees -ante los ojos de ella pareció transformarse en el Ashdowne del principio, distante e intimidador-. Mi querida joven, eres inteligente, pero poco cosmopolita -añadió con auténtico desdén-. Yo no le daría mucha credibilidad a las apariciones fortuitas presentadas por fuentes poco fiables -aconsejó con tanta arrogancia que ella tuvo ganas de abofetearlo-. En cuanto a El Gato, ha desaparecido. Probablemente muerto y enterrado, abatido mientras robaba. ¿O has descubierto otra cosa? -enarcó una ceja.