– Desde luego, no puedo demostrar que aún esté con vida, pero tú tampoco puedes convencerme de que ha muerto -lo miró perpleja-. ¿Qué es lo que te sucede?
– Supongo que no me gusta que me acusen de ser un vulgar ladrón -repuso con suavidad.
– El Gato no es un ladrón corriente, y yo no te he acusado. Te he dicho que creo que el culpable es Savonierre.
Lejos de parecer apaciguado, su expresión se torno más dura.
– Y yo te he dicho que lo dejes fuera de esto -la tomó por el hombro con fuerza, sobresaltándola-. Si quieres persistir en solucionar este misterio, entonces busca a alguien inofensivo con quien desarrollar tus fantasías. Pero mantente alejada de Savonierre.
¿Fantasías? Se soltó del contacto que otrora había anhelado y que la dejaba aturdida a la espera de sus atenciones y alzó la barbilla.
– ¡No tienes derecho a darme órdenes!
– ¿Ah, no?
Aunque aún mostraba la fachada fría del marqués, ella percibió el torbellino que se agitaba detrás de sus ojos azules, y solo fue capaz de mirarlo desconcertada por su cambio de actitud. Se hallaban tan enfrascados el uno en el otro, que ninguno oyó los pasos que se acercaban hasta que fue demasiado tarde.
– Vaya, vaya, Ashdowne. ¿Es consciente de que se encuentra en público? No sé qué se propone, pero para un espectador casual sin duda da la impresión de que está intimidando a la dama. Vacilo en intervenir, pero mi honor de caballero requiere que lo haga. ¿Hay algo que pueda hacer por usted, señorita Bellewether?
Georgiana tardó un momento en darse cuenta de que ante ella tenía a su principal sospechosos brindándole sus servicios.
– ¡Señor Savonierre! ¡Es usted el hombre al que quería ver! -soltó.
– Qué coincidencia tan afortunada -sonrió levemente-. ¿Quiere que caminemos juntos, entonces? -preguntó, ofreciéndole el brazo.
Se encontraba tan enfadada con su ayudante, que asintió y disfrutó de la expresión indignada que apareció en el rostro de Ashdowne antes de que la ocultara. La había decepcionado y estaba dolida.
– En realidad, la señorita Bellewether y yo manteníamos una conversación privada -anunció Ashdowne, adelantándose como para bloquearles el paso.
Savonierre le lanzó una mirada de absoluta incredulidad. Observó el cuerpo que detenía su marcha y dejó bien claro que sus modales lo irritaban.
– Parece que su conversación ha terminado. ¿Me equivoco, señorita Bellewether?
– No -musitó Georgiana. No tenía nada que decirle a Ashdowne hasta que se sosegara y comenzara a comportarse. Alzó la barbilla y miró a Savonierre.
– Entonces, ¿nos disculpa, Ashdowne?
Durante un prolongado momento ella pensó que el marqués no iba a moverse, que incluso podría llegar a las manos con Savonierre, y en el acto lamentó la postura adoptada, pero muy despacio, con una insolencia que la asombró, Ashdowne se apartó e inclinó levemente la cabeza, lanzándole una mirada de silenciosa acusación.
Aunque no cabía duda de que él era el culpable de lo que había pasado entre ellos, Georgiana tuvo ganas de llorar. Pero movió la cabeza y pasó delante sin mirar atrás, decidida a centrar sus pensamientos en el caso, lejos de los sentimientos confusos que Ashdowne despertaba en ella.
– En realidad, no puedo considerar una coincidencia haberla encontrado, porque la andaba buscando -el tono suave de Savonierre sobresaltó a Georgiana. Lo miró con cierta alarma-. Me preguntaba si había descubierto algo nuevo sobre el caso del robo a lady Culpepper -explicó, como divertido por la cautela que emanaba de ella.
“Solo que usted es el responsable”, pensó Georgiana, conteniendo una risita inapropiada que tenía ganas de salir de su garganta.
En muchos sentidos, Savonierre era como Ashdowne, alto, moreno, atractivo y con sentido innato del poder que suponía que surgía de la riqueza enorme y de las relaciones nobles. Pero en Savonierre había una frialdad que no resultaba aparente en Ashdowne. Sabía que este podía ser peligroso cuando se lo ponía tenso, pero el otro irradiaba peligro en todo momento, incluso en las situaciones más sencillas e inocentes, como si debajo de su exterior pulido acechara un animal primitivo en busca de una presa.
– ¿He de pensar que la investigación se ha atascado, entonces? -preguntó Savonierre, suavemente persistente.
– A menos que usted sepa algo que yo no sé -replicó Georgiana mientras se dirigían hacia el puente de piedra que se alzaba sobre el río.
Savonierre le lanzó una mirada curiosa, pero Georgiana guardó silencio.
– Quizá pueda ayudar una visita a la escena del delito -sugirió él-. En realidad la buscaba para invitarla a una pequeña reunión que lady Culpepper ha preparado para esta noche. Esperaba poder escoltarla allí y luego, tal vez, poder hablar del robo con más detalle.
Savonierre actuaba como si las calles no proporcionaran suficiente intimidad para esa charla, y su actitud despertó la cautela de Georgiana. Sin embargo, no podía negar el deseo de ver una vez más la casa, en particular con la autorización de él. Puede que incluso le permitieran hablar con los criados.
– Sería magnífico, gracias -aceptó mientras cruzaban el puente.
– Muy bien, Entonces será un placer verla allí.
La considerable fuerza de él tiró de ella mientras se acercaban al puente de piedra. Incómoda con semejante proximidad, Georgiana intentó establecer más distancia entre ambos, pero Savonierre no cedió. Cuando al final pudo soltarse, el movimiento súbito hizo que perdiera el equilibrio. Con movimientos frenéticos agitó los brazos para tratar de recuperar la verticalidad, pero parecía destinada a caer de cabeza al río hasta que una mano fuerte la alejó de la barandilla.
– No se acerque demasiado al borde -advirtió él con voz áspera.
Ella movió la cabeza. ¿Había intentado tirarla del puente o simplemente la amenazaba con esa posibilidad? Como un animal arrinconado, tuvo que contener el impulso de exponer sus teorías y disculparse antes de huir para salvar la vida.
Cuando pudo mirar a su acompañante se dio cuenta de que él se hallaba tan agitado como ella, si no más. Por una vez, el rico y poderoso Savonierre parecía haber perdido la compostura. Tenía el rostro tan blanco como un papel y respiraba de forma entrecortada.
– Me temo que ha descubierto mi debilidad -manifestó mientras se recuperaba, exhibiendo de nuevo una expresión de frío distanciamiento-. No me gustan las alturas -volvió a apoyar la mano de ella en su brazo y los condujo al otro lado del río.
Georgiana marchó con la mente hecha un lío. ¿El Gato temeroso de las alturas? ¡Eso era imposible! ¡Se le conocía por su osadía y agilidad! Georgiana quiso discutir con él, y los sentimientos encontrados que experimentaba debieron reflejarse en su expresión, pues Savonierre centró su atención en ella con mirada ominosa.
– Confío en poder contar con su discreción en este asunto -pidió con voz sedosa y amenazadora-. Odiaría tener que emprender alguna acción contra una dama tan hermosa.
Ella asintió aturdida, sin saber si creer en su confesión. Savonierre era lo bastante inteligente como para urdir una falsedad con el fin de despistarla, pero eso significaría que sabía que ella estaba al corriente de su identidad. ¿Cómo podía ser? Deseó que Ashdowne no se hubiera comportado de forma tan extraña, ya que le vendría bien su ayuda.
El pensamiento hizo que se sintiera horrorizada, ya que si de verdad Savonierre le tenía miedo a las alturas, entonces en su lista de sospechosos solo quedaba un hombre: Ashdowne.