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Catorce

Georgiana se hallaba en el Pump Room jugueteando con el abanico, con Bertrand cerca de ella. Lo único que tenía en la mente era su inminente encuentro con Savonierre.

De pronto vio que Ashdowne avanzaba hacia ella entre la gente. Miró alrededor en busca de un modo de evitar la confrontación con él, pero la única persona próxima era Bertrand, quien no le sería de ayuda. Aunque por lo general no era una cobarde, tenía bastante en qué reflexionar sin entrar en otra discusión con su ayudante, a pesar de que después de la pelea mantenida con él no lo consideraba merecedor de esa posición. Por no decir nada del dolor de corazón en el que se esforzaba en no pensar.

Su consternación aumentó al observar la expresión sombría que exhibía mientras se abría paso entre madres e hijas. Deseando esquivar otra muestra de su ira, se volvió hacia Bertrand, pero apenas había abierto la boca para hablar con él cuando Ashdowne se interpuso entre los dos.

– Perdone, pero me gustaría conversar con su hermana.

El tono perentorio que empleó hizo que tuviera ganas de negarle audiencia, pero la advertencia que vio en sus ojos la llevó a pensárselo mejor.

– ¿Sí, de qué se trata? -preguntó cuando la arrinconó contra la pared. Requirió de toda su fuerza de voluntad para mirarlo a los ojos, y cuando lo hizo, su primer pensamiento fue que no tenía buen aspecto. Parecía… distraído. Atribulado. Infeliz. Sintió que su desaprobación se derretía. En vez de pelear con él, quiso levantar la mano para desterrar las arrugas que aparecían en su rostro.

– Lo siento -dijo él. Habló en voz tan baja que ella apenas lo oyó.

– ¿Qué?

– Me disculpo -repitió-. Me doy cuenta de que antes fui brusco, pero solo intento protegerte, Georgiana. Soy tu guardián, ¿lo recuerdas? Es mi trabajo.

Parecía tan sincero que ella sonrió. Siempre había sido autocrático, con tendencia a darle órdenes; sin duda se trataba de un defecto de su carácter. Pero seguía siendo el hombre más maravilloso que había conocido y sintió que en su presencia volvía a ablandarse.

– ¿Qué me dices del caso? -preguntó antes de perder toda resistencia.

– Ya se nos ocurrirá algo -repuso respirando hondo.

La euforia de Georgiana duró un minuto… hasta que vio a su cuñada avanzando con gracilidad entre la gente.

– ¿Y tu cuñada? -frunció el ceño por la hermosa mujer-. Ya es bastante malo que tenga que ver cómo todas las madres con hijas solteras intentan cazarte, ¡pero no tengo ganas de ver cómo la cortejas a ella! -cuando Ashdowne la observó con expresión perpleja, se ruborizó-. De acuerdo, lo reconozco. Soy celosa, rasgo femenino que desprecio, pero si voy a colocarme bajo tu protección, entonces tendría derecho a recibir tu plena atención, y… bueno, ¡dicen que prácticamente piensas casarte con ella!

– ¿Con Anne? -la miró con incredulidad y luego soltó una carcajada-. ¡No puedo imaginar una posibilidad más horrorosa! -aunque Georgiana habría esperado una conducta más circunspecta en el Pump Room, se mostró tan complacida con su negativa que no le molestó esa manifestación-. Anne es la criatura más tediosa que puedas imaginarte, y aunque sé cuál es mi deber hacia ella, la pobre me pone la piel de gallina. Aún he de descubrir qué la hizo decidir venir aquí, ya que es la mujer más apocada que conozco. Parece que tiene un motivo para ello, aunque cada vez que intento sonsacárselo se pone a llorar o huye como un animalillo asustado. Quizás podrías averiguarlo tú por mí -sugirió-. Es el tipo de misterio en el que sobresales.

Georgiana sintió que algo se agitaba en ella, algo que le provocó deseos de llorar, no de pesar, sino de júbilo, algo que hizo que, después de todo, se alegrara de ser mujer. Debió reflejarse en su cara, porque la expresión de Ashdowne se suavizó, y durante un momento aterrador temió que la besara allí mismo. Pero solo le tocó la punta de la nariz.

– Tú, por otro lado -continuó-, eres adorable. Y me gustaría mucho hablar en privado contigo acerca de prolongar nuestra asociación.

Georgiana logró esbozar una sonrisa trémula, abrumada por el alivio de la reconciliación.

– ¿Seguirás siendo mi ayudante? -preguntó.

– Desde luego -gimió él-, pero lo que tenía en mente era algo más…

– Ah, señorita Bellewether -la voz sedosa de Savonierre puso fin al idilio. Tan concentrada había estado ella en el marqués, que había olvidado la promesa hecha a Savonierre, aunque allí estaba, reclamando su atención a su manera imperiosa-. Deberá disculparnos, Ashdowne, pero tenemos una cita -con suavidad tomó el brazo de Georgiana.

Ella se ruborizó, incómoda bajo la mirada del marqués, pero incapaz de explicar sus planes con la presencia del otro entre ellos. Le lanzó una mirada en la que le pedía comprensión, ya que sabía que no podía desaprovechar esa oportunidad de analizar la escena del robo.

Cuando Savonierre la instó a avanzar, de pronto recordó a su renuente chaperón.

– Yo he traído a mi hermano Bertrand -después del momento extraño vivido en el puente, no pensaba estar a solas con Savonierre. Miró alrededor.

– Voy -dijo Bertrand situándose a su lado.

Aunque Savonierre miró con desagrado a su hermano, aceptó con elegancia al invitado inesperado. Sin embargo, Ashdowne se quedó tan quieto que Georgiana sintió un nudo en el estómago, empeorado por lo que acababan de hablar.

– Adiós por ahora, milord -le dijo, pero él solo la miró fijamente con ojos brillantes y acerados mientras Savonierre se la llevaba.

Con la presencia inocua de su hermano y la ominosa y gélida de Savonierre a su derecha, por primera vez en su vida tuvo que preguntarse si el caso era tan importante, después de todo.

Se sentía terrible, como si de algún modo hubiera traicionado a Ashdowne. Ya no podía seguir engañándose con que únicamente era su ayudante. Hasta ella misma reconocía que era mucho más que eso. De repente comprendió que en esas semanas se había enamorado del elegante marqués.

El conocimiento, aunque grato en algunos sentidos, la dejó más aturdida que eufórica. Si eso era lo que se perdía su tío abuelo Silas, Georgiana no podía suscribirlo con todo su ser. El amor no era la panacea que su madre y sus hermanas afirmaban, sino una emoción llena de dolor y ansiedad. Aunque solo quería dar media vuelta y correr a los brazos de Ashdowne para contarle la verdad, no tenía ni idea de cómo podría responder a su confesión. ¿Con horror? ¿Diversión? ¿Bochorno?

Además, en ese momento ya tenía bastante con Savonierre. Luchó por devolver su atención al hombre que había a su lado y a la pronta resolución del caso que parecía, en ese momento más que nunca, interponerse entre la felicidad y ella.

Ya en la casa de lady Culpepper, agradeció la previsión que la había llevado a pedir la presencia de su hermano, ya que la reunión se parecía muy poco a la fiesta en que tuvo lugar el robo. Formaban un grupo muy pequeño, con una atmósfera demasiado íntima en los amplios salones.

Pero cuando Bertrand la dejó a solas con su anfitrión, volvió a lamentar haber aceptado asistir. Aunque sus motivos para hallarse en Bath eran ayudar a lady Culpepper, Savonierre no parecía muy devoto de la dama. La trataba con la misma cortesía fría que dedicaba a todo el mundo, cuya sinceridad ella cuestionaba. En el momento en que la inmovilizó con su mirada intensa, Georgiana se encogió por dentro.

– Pensaba que podríamos hablar en privado… sobre el hurto -la tomó del brazo y la condujo al salón donde ella había interrogado a lady Culpepper.

La habitación se hallaba vacía, por lo que Georgiana titubeó en el umbral. Con anterioridad ya había manejado a pretendientes exaltados, a pesar de que no imaginaba que Savonierre se comportara como uno de ellos, aunque sabía que no era inteligente estar a solas con ningún caballero.

Los recuerdos de Ashdowne y de lo que ambos habían hecho juntos le encendieron el rostro. Sin duda Savonierre no intentaría establecer semejante intimidad, pero experimentó un momento de alarma cuando cerró la puerta a sus espaldas.