– Por favor, siéntese -señaló un sillón con respaldo en forma de medallón. Luego ocupó uno frente a ella-. Ahora quizá podamos hablar del robo de forma más abierta. No puedo evitar pensar que se siente contenida en presencia de… otros.
– Realmente, no tengo más que añadir -dijo, evitando su mirada al tiempo que intentaba pensar en alguna pregunta que formularle.
– ¿De verdad? -se mostró tan escéptico que ella se ruborizó-. La había considerado más inteligente, señorita Bellewether.
– Me temo que aún intento encajar las piezas de los acontecimientos -repuso con cierta aspereza-. Por ejemplo, ¿cuándo llegó usted exactamente, señor Savonierre?
– Ah, ahora justifica la opinión que tengo de usted, señorita Bellewether, pero, no creerá que tengo algo que ver con el robo, ¿no? -rió al ver que movía la cabeza y no comentaba nada-. Oh, es usted interesante. Comprendo por qué a Ashdowne le gusta tenerla bien atada.
– ¿A qué se refiere? -preguntó. Buscó su mirada, y los ojos oscuros la observaron con tanta intensidad que fue como si la desnudaran. Tuvo la inquietante sensación de que le robaba la voluntad, no a la manera sensual en que lo hacía Ashdowne, sino por la absoluta fuerza de su oscura personalidad.
Al final, cuando sentía que su resolución comenzaba a ceder, la liberó de su mirada y Georgiana hundió los hombros aliviada.
– Nada en absoluto -repuso Savonierre, contemplado con indiferencia la estancia tenue, como si no acabara de tenerla prisionera de su voluntad. Cuando volvió a concentrarse en ella, Georgiana se negó a mirarlo a los ojos-. Una vez más tengo la certeza de que es lo bastante inteligente para descubrir por sí misma lo que he querido dar a entender. Si medita en ello. Sola.
Georgiana parpadeó, casi abrumada por ese hombre cuyas palabras parecían contener mensajes crípticos que no era capaz de descifrar. Reconoció que quizá Ashdowne había tenido razón. Savonierre era demasiado peligroso para ella.
– Ay, me temo que no sé que decir, señorita Bellewether, ya que mi detective de Bow Street está tan desconcertado con este robo como usted misma dice -con astucia devolvió la conversación al hurto.
– Supongo que algunos casos son más difíciles incluso para un profesional -murmuró Georgiana.
– Tal vez -reconoció él-. Pero usted, señorita Bellewether, me decepciona. Estaba convencido de que ya habría solucionado el caso.
Georgiana no supo si sentirse insultada o halagada por esa manifestación de fe en ella.
– Bueno, resulta arduo para alguien de fuera como yo obtener acceso a toda la información necesaria cuando no puedo interrogar a los criados o inspeccionar la escena del delito -se defendió.
– ¿Quiere ver la habitación donde tuvo lugar el robo? -preguntó.
– ¡Desde luego! ¡Es lo que más deseo! -exclamó sin pensar en sus palabras.
Savonierre exhibió una sonrisa carente de calor.
– Mi querida señorita Bellewether, de haber conocido ese deseo ardiente, lo habría satisfecho de inmediato.
Georgiana sintió que se ponía colorada por la elección de palabras, aunque la expresión de él no había cambiado. Su instinto de investigadora o su intuición femenina no ejercitada hasta ahora le indicaba que ese hombre no sentía interés alguno en su persona. Quizá solo jugaba con ella por Ashdowne o por el placer que le inspiraba a algunos hombres conquistar a las mujeres.
– ¿Cuándo puedo verla?
– Ahora mismo, desde luego -convino Savonierre-. He mantenido la habitación cerrada y protegida para que no se tocara nada. La encontrará tal como estaba la noche del robo.
Georgiana contuvo el aliento cuando él se incorporó y le ofreció el brazo. Aunque también ella se levantó, movió la cabeza.
– Creo que mañana será suficiente. Puedo volver a primera hora de la mañana, si es tan amable de dejarle instrucciones a un criado.
– Mi querida señorita Bellewether -emitió una risa baja-, ¿da a entender que no confía en mí, un caballero del reino, para llevarla al dormitorio de lady Culpepper? -cuando Georgiana guardó silencio, rió sin humor ninguno-. Touché, mi pequeña investigadora. Quizá, después de todo, es lo bastante inteligente como para descubrir al ladrón -añadió con sonrisa provocadora-. Mañana entonces, a las once. Haré que el señor Jeffries esté aquí para que la escolte en mi lugar. ¿Se considera a salvo con él? -la miró; cuando ella asintió, inclinó la cabeza-. Muy bien. Tal vez el tonto pueda aprender algo de sus métodos.
– Gracias -logró murmurar ella.
Después de abrir la puerta del salón, conducirla a la sala de la recepción y liberarla cerca de la presencia de Bertrand, Georgiana suspiró aliviada, aunque ese alivio duró poco, porque volvió a clavarle su mirada intensa.
– Depositaré mi fe en usted, señorita Bellewether -prometió, como si eso mismo fuera una amenaza. Hizo una reverencia y se marchó.
Solo al recuperarse lo suficiente se detuvo a pensar en cuál podría ser el juego de Savonierre. ¿Qué esperaba ganar dejándola ver el lugar del delito? Movió la cabeza, desconcertada pero demasiado curiosa para preocuparse por los motivos que pudiera tener.
Al fin iba a ver el escenario del crimen.
Estuvo a punto de contárselo a Ashdowne. Tuvo ganas de ir a su residencia por la mañana y llevarlo a casa de lady Culpepper. Sin embargo, varias cosas la frenaron, Primero, no sabía a qué hora solía levantarse y no quería levantarlo de la cama, en particular porque podía sentirse tentada a unirse a él.
Segundo, y más importante, era su deseo de no pelearse con Ashdowne cuando tenía una cita a las once que no quería perderse. Además, Savonierre, al no ser su amigo, podía retirar la invitación si aparecía en compañía de su ayudante.
Por ello no se lo dijo y se presentó sola en la casa de lady Culpepper a la hora establecida. De inmediato fue conducida al salón, donde esperaba Jeffries, una presencia mucho más tranquilizadora de lo que habría imaginado.
– buenos días, señorita Bellewether -asintió-. Tengo entendido que quiere echarle un vistazo al dormitorio de lady Culpepper, ¿verdad?
– Sí, desde luego -sonrió.
Le devolvió la sonrisa, y aunque Georgiana había esperado algo de resentimiento por lo que él podría percibir como una intromisión en su territorio, Jeffries se mostró tan amable y cortés como siempre. Sin preámbulo, la llevó a los cuartos superiores, donde un criado mantenía vigilancia ante una puerta cerrada.
– ¿Por qué cree que el señor Savonierre ha mantenido el cuarto sin tocar? -le susurró al detective mientras observaba al criado silenciosos.
Jeffries esperó hasta que estuvieron dentro, con la puerta cerrada, para contestar. Luego se encogió de hombros, como si no supiera más que ella.
– El señor Savonierre anhela encontrar al culpable. Quizá cree que unos ojos nuevos pueden descubrir algunas pistas.
Georgiana asintió y concentró su atención en la habitación. Las cortinas gruesas descorridas mostraban unas ventanas altas que dejaban entrar la luz sobre la mullida alfombra y los muebles de estilo francés. Y allí, sobre la amplia cama, se veía el famoso joyero, aún abierto.
Entusiasmada, pensó que al fin podía llevar a cabo una investigación de verdad. Soltó un suspiro de placer y comenzó a moverse despacio por la estancia. Tuvo cuidado de no mover nada, y Jeffries, al parecer satisfecho con su actitud, se dirigió a los ventanales para contemplar la mañana brumosa.
Se acercó a un tocador lleno de cosas. Las catalogó mentalmente y se agachó para mirar por debajo, pero decidió que nadie podría ocultarse allí sin ser notado. Continuó y se detuvo ante una puerta estrecha.
– ¿Adónde conduce? -preguntó.
– Al vestidor -respondió Jeffries mirando por encima del hombro-. No tiene otra salida.