– Ashdowne, creo que me alegro de que hayas venido. No preguntaré cómo me has encontrado, ya que sé que dispones de recursos -indicó con una amargura que nunca antes había manifestado-. Eres un hombre de muchos talentos, ¿verdad? -antes de que él pudiera responder a esa desconcertante declaración, ella se dio la vuelta-. Sé quién eres -afirmó con tono lóbrego-. No te molestes en negar que eres El Gato.
Aturdido, Ashdowne se detuvo en el acto de volverse hacia ella. Antes de que a sus labios aflorara una respuesta indiferente.
– Ah, de modo que ahora soy el villano, ¿verdad?
– Encontré tierra en el escenario del delito, Ashdowne. La misma de la planta que tiré sobre ti -explicó con voz apagada.
– Supongo que sería la misma tierra que varios criados limpiaron -respiró hondo-. ¿Los has acusado o me has elegido únicamente a mí por algún motivo?
– Después de todo por lo que me has hecho pasar -lo miró con desesperación-, lo mínimo que podrías hacer es mostrar algo de honestidad.
– Muy bien, pero este no es el sitio más… -un gesto de impaciencia que ella cortó.
– No tengo intención de ir a ninguna parte contigo, así que puedes ahorrarte el aliento en ese sentido.
El experimentó una oleada de ira ante su actitud. Aunque había sabido que ese día llegaría, desde el principio fue consciente de los obstáculos que se interponían entre ellos. Después de todo, El Gato había dejado de actuar hacía tiempo. Jamás había soñado que alguien pudiera establecer la conexión, mas debería haber imaginado que Georgiana lo lograría.
– ¿Vas a matarme ahora? -la pregunta lo sobresaltó.
– Es un gran salto, ¿no? ¿De ladrón de joyas a asesino?
– ¿Qué diferencia hay? ¿Dónde trazas la línea? Te podrían colgar por lo que has hecho. ¿No sería más sencillo eliminar a quien te acusa?
– No me van a colgar porque nadie te creería -intentó acercarse.
– ¡Aléjate de mí! No puedo pensar cuando estás cerca, y sé que es algo que planeaste desde el principio.
Ashdowne se quedó quieto. Por primera vez en su vida no fue capaz de responder con ingenio.
– Nunca fue mi intención herirte.
– Oh, no. Solo me mentiste desde el principio, riéndote de mí…
– ¡Jamás me reí de ti! -protestó. Cuando ella se volvió para mirarlo con ojos acusadores, agregó-: Bueno, no como tú piensas. Me reí porque te encontraba adorable. ¡Y aún me lo pareces! Georgiana, no dejes que esto…
– ¿Cómo abres las puertas cerradas?
– Con una ganzúa -enarcó una ceja.
– ¿Como la que empleaste en el alojamiento del señor Hawkins?
– Y a veces nada en absoluto -se encogió de hombros-. No muchos quieren reconocer que son descuidados, pero dejan las puertas abiertas, las joyas sobre las cómodas, las ventanas abiertas… -si eso era todo lo que quería oír, podía complacerla.
– Y en ese caso, ¿solo tienes que subir por el exterior de la casa?
– No. Tenías razón, desde luego. Jamás treparía por un edificio. Demasiadas molestias por demasiado poco -afirmó-. Salí por la ventan de una habitación y pasé a otra por el arco.
– ¡Podrías haber muerto! -palideció.
– ¿Finges preocupación? ¡Que conmovedor! -soltó una risa amarga.
– ¡Y todo por una simple joya! -exclamó con desdén.
– Ah, pero ahí te equivocas -indicó con suavidad-. Sí, hasta la gran Georgiana Bellewether no siempre posee todos los hechos -continuó, incapaz de detenerse.
– ¿Y bien?
– Ah. Te apetece escuchar, ¿verdad? Bueno, no sé si debo explicártelo -jamás había compartido sus motivaciones con nadie, ni siquiera con Finn, pero en ese momento, ante el juicio de una pequeña rubia, tuvo ganas de ponerse a sus pies. Cualquier cosa para que cambiara de parecer y recuperar la buena opinión que tenía de él. Clavó la vista en los árboles, rememorando las imágenes del pasado-. Fui el hijo menor de unos padres más bien insípidos. Por suerte, mi hermano era todo lo que habían soñado, mientras que yo era… demasiado aventurero. Jamás terminé de encajar en sus planes, después de descubrir que no me interesaban los caminos disponibles como noble casi en la bancarrota: una carrera militar, la iglesia o la abogacía…
Esbozó una sonrisa amarga.
– Fui a Londres a buscar fama y fortuna… o al menos algo de placer. Asistí a los clubes habituales, a las fiestas de la nobleza y a los garitos de juego, y me fue bastante bien gracias a mi ingenio y dudoso encanto. Sin embargo, algo en mí no estaba satisfecho hasta que hallé mi vocación… de forma fortuita, puedo añadir. Realmente, fue un capricho que quería ver si lograba sacar adelante, y cuando lo conseguí… -se encogió de hombros-… descubrí el gusto por el peligro y la habilidad necesaria para separar las joyas caras de los nobles más ricos y desagradables.
››Pero todo eso cambió cuando murió mi conservador hermano -afirmó. Y aunque había jurado no ser como él, en más de una ocasión Finn lo había acusado de ser indistinguibles. Suspiró-. El Gato se retiró y centré mi atención en empresas más legales‹‹.
– ¿Y qué te impulsó a salir de ese supuesto retiro? -preguntó ella con tono igual de desdeñoso que antes.
– Nada más trivial que la sed de peligro, te lo aseguro. Lo desee o no, el título consume toda mi energía y atención -soltó con sequedad.
– ¿No tuvo nada que ver con tu cuñada? -preguntó; él giró para observarla con asombro.
– Perdona por haber dudado de tu capacidad -se inclinó ante ella. Empezaba a comprender que nada de lo que dijera marcaría la diferencia, pero continuó, ya que no tenía otra elección-. Como he mencionado ya, Anne, aunque es un ser amable, tiene la tendencia a aburrirme. Al terminar su luto, insistí en que fuera a Londres a visitar a algunos parientes. No obstante, ni siquiera yo tenía idea de lo poco mundana que era, y al poco de llegar cayó en las garras de lady Culpepper, con quien perdió bastante dinero, ya que sus métodos de juego, a propósito…
– Son sospechosos -concluyó Georgiana.
– A pesar de que logré pagar la deuda, me temo que esta no me gustó, en particular por el hecho de que esa mujer se cebaba en jóvenes inocentes. Me sentí responsable de la desgracia de Anne, ya que había sido yo quien la envió a Londres, solo para que regresara a casa sumida en la culpa y la desdicha.
– ¿Y por qué no pudiste recuperar el dinero a las cartas?
Ashdowne rió por su ingenuidad.
– Lady Culpepper sabe que no debe aceptar un desafío de mí -explicó-. Elige cuidadosamente a sus víctimas y aunque consiguiera entrar en una partida con ella, no tardaría en retirarse.
– ¿Qué pensó tu cuñada de tu venganza? -preguntó, provocándole otra carcajada.
– ¡Anne no tiene ni idea! Lejos de darme las gracias, si le contara que había robado las joyas probablemente se desmayaría. Verás, sólo me llevé el collar para que lady Culpepper pagar por su propio robo.
– No obstante, eso no justifica que robes -afirmó Georgiana.
– Solo a los muy ricos y a los muy arrogantes, que se lo pueden permitir -arguyó Ashdowne.
Pero la había perdido. Pudo verlo en la expresión de sus bellos ojos azules cuando lo miró, no con asombro, sino con censura.
– Tus escrúpulos son muy distintos de los míos.
– La variedad es lo que hace que la vida sea interesante -indicó él, pero al verla mover la cabeza se sintió frustrado-. ¿Entonces, ¿tu conciencia demasiado activa te hará entregarme al señor Jeffries?
Esa pregunta hizo que todo el valor de Georgiana se desvaneciera, dejándola consternada y desolada.
– No lo sé -murmuró, arrebatándole a Ashdowne su última esperanza.
Él no temía la horca, ya que sospechaba que ni siquiera Georgiana podría convencer a los investigadores de Bow Street de su culpabilidad, mas su indecisión le atravesó las entrañas como una daga. ¿cómo podía siquiera pensarlo? ¿Lo despreciaba tanto que anhelaba su muerte?