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Esto es una locura, pensó Bartan. No estoy dispuesto a suicidarme por nadie.

Trataba de elegir entre enfrentarse a Trinchil, negándose a volar, o inutilizar la nave agujereando disimuladamente la lona, cuando advirtió que se producía un cambio entre los miembros del grupo. Los hombres le hacían preguntas sobre la construcción y manejo del aparato, y escuchaban con interés las respuestas que él les daba. Incluso los niños más revoltosos lo miraban con respeto. Poco a poco, Bartan comprendió que los colonizadores y sus familias nunca antes habían estado cerca de una máquina voladora, y dentro de ellos empezaba a desarrollarse un sentimiento de admiración. La nave y sus extraños mecanismos, vistos por primera vez, demostraban que él era realmente capaz de volar. En pocos minutos su situación mejoró de forma notable, y pasó de ser un campesino novato poco digno de confianza —una carga para la comunidad—, a hombre poseedor de un conocimiento arcano, de un extraño talento y una habilidad casi sobrenatural para caminar sobre las nubes. Su nueva importancia resultaba muy gratificante, y era una pena que durase tan poco.

—¿Cuánto tiempo se tarda en llegar a esas colinas en un aparato como éste? —preguntó Trinchil, sin traza de su reticencia habitual.

—Unos treinta minutos.

Trinchil silbó.

—Es de veras sorprendente. ¿No tienes miedo?

—En absoluto —dijo Bartan, lamentando no poder retrasar más el informe de su verdadera posición—. Verá, no tengo la menor intención de volar…

—¡Bartan! —Sondeweere llegó hasta él, bamboleando sus trenzas amarillas y le rodeó la cintura con el brazo—. Estoy tan orgullosa de ti…

Él intentó sonreír.

—Hay algo que debo…

—Quiero decirte una cosa al oído —acercó la cabeza apoyando al mismo tiempo su cuerpo contra él, de forma que Bartan sintió la presión—. Siento haber sido tan ruda contigo —susurró—. Estaba preocupada por nosotros, ya sabes, y tío Jop se está poniendo de muy mal humor. No podría soportar que se interpusiera en el camino de nuestro matrimonio, pero ahora todo está arreglado. Demuéstrales lo maravilloso que eres, Bartan. Hazlo por mí.

—Yo… —la voz de Bartan se desvaneció al darse cuenta de que Trinchil lo miraba con expresión inquisitiva.

—Estabas a punto de decir algo —parecía que se había vuelto a encender la anterior animosidad en los ojos de Trinchil—. Algo sobre no volar.

—¿No volar? —Bartan sintió la mano de Sondeweere deslizándose por su espalda—. ¡No, qué va! Iba a decir que no hay ningún peligro porque no tengo intención de volar a mucha velocidad, ni de realizar ninguna pirueta arriesgada. La aviación es un trabajo para mí, ¿sabéis? Sólo un trabajo.

—Me alegro de oír eso —dijo Trinchil—. Sería el último hombre del mundo que le dijese a otro cómo realizar su trabajo, pero, ¿puedo darte un pequeño consejo?

—Por favor —contestó Bartan, preguntándose por qué la sonrisa del hombre le inspiraba tan poca confianza.

Trinchil apoyó sus enormes manos sobre los hombros de Bartan y lo zarandeó amistosamente.

—Si por casualidad no logras encontrar tierra buena al otro lado de esas colinas, sigue volando en línea recta y asegúrate de poner entre nosotros dos tantas leguas como puedas.

La nave funcionaba bien y, si no hubiera temido que se produjera un fallo repentino y catastrófico en el globo de gas, la renovada experiencia de ser transportado por el viento habría elevado mucho el ánimo de Bartan.

A pesar de lo misterioso que les había parecido a los campesinos, el motor diseñado y construido por su padre tenía sólo tres controles básicos. Unas válvulas introducían pikon y halvell en la cámara de combustión, y la mezcla de gas caliente generada allí era expulsada a través de un tubo propulsor dirigido hacia atrás, lo que impulsaba el bote. El tubo podía girarse lateralmente mediante una caña de timón, permitiendo cierto control de la dirección; y cuando era necesario, otra palanca desviaba gas hacia arriba, dentro del globo, para iniciar y mantener el ascenso. Como la mezcla de gases era más ligera que el aire, incluso fría, el conjunto era sólido y eficaz.

Bartan llevó el bote hasta una altura de quince metros y lo hizo deslizarse en círculo sobre las carretas, en parte para complacer a Sondeweere, pero sobre todo para comprobar que la tensión adicional que se producía al virar no fuese excesiva para los ángulos del acoplamiento. Aliviado al descubrir que la nave aún se encontraba en condiciones para volar —al menos por el momento—, saludó con la mano a los campesinos y puso rumbo hacia el oeste. Era justo después del mediodía, con el sol muy cerca del cénit, de forma que navegaba bajo la sombra protectora del globo de gas, lo que le permitía ver todo el paisaje de su alrededor con una claridad desacostumbrada. El terreno pantanoso se extendía ante él como nieve teñida de colores suaves y, en contraste, las distantes colinas parecían casi negras. Prescindiendo del destello ocasional de algún meteoro muy brillante, había mucho que ver en el cielo. Su luminosidad enmascaraba todo, excepto las estrellas más luminosas, e incluso el Árbol, la constelación más importante en el sur del cielo, apenas se divisaba a su izquierda.

Después de varios minutos de vuelo sin incidentes, Bartan dejó de preocuparse por su seguridad. El sonido intermitente del chorro propulsor se estaba disolviendo rápidamente en la quietud que lo impregnaba todo, y tenía poco que hacer excepto mantener el rumbo bombeando de vez en cuando el depósito neumático, lo cual forzaba los cristales a entrar en el motor. Hubiera podido disfrutar del paseo de no ser por las palabras de despedida de Trinchil, y volvió a lamentarse de no haber logrado persuadir a Sondeweere para que dejase el grupo del Patrimonio.

Él sólo tenía dos años cuando se produjo la Migración y carecía de recuerdos precisos sobre el acontecimiento, pero su padre le había explicado muchas cosas y le había proporcionado los suficientes datos para que comprendiera los antecedentes históricos. Cuando la plaga de pterthas obligó al rey Prad a construir una flota de evacuación capaz de volar hasta Overland desde el planeta hermano, Land, hubo una gran oposición por parte de la iglesia. El dogma básico de la religión alternista era que después de la muerte el alma volaba a Overland, se reencarnaba en un recién nacido, vivía otra vida y volvía a Land de la misma forma, como parte de un proceso de intercambio eterno e inmutable. El proyecto de que miles de naves emprendiesen un viaje físico hacia Overland había sido considerado una blasfemia por el gran Prelado del momento, y los disturbios que provocó pusieron en peligro todo el plan. Pero finalmente la Migración se llevó a cabo a pesar de las condiciones adversas.

Cuando se descubrió que en Overland no existían habitantes humanos, ni duplicado de la civilización de Land, la mayoría de los colonizadores perdieron sus convicciones religiosas. El hecho de que no hubiesen desaparecido del todo era, según la opinión del padre de Bartan, un triunfo de la obcecada irracionalidad.

—Muy bien, estábamos equivocados —era el argumento que exponían los devotos que quedaban—; pero eso fue porque nuestras mentes eran demasiado estrechas para comprender la grandeza del plan trazado por la Suprema Permanencia. Sabíamos que después de la muerte el alma migra a otro mundo, y nuestra visión era tan deficiente que presumimos que ese otro mundo sería Overland. Ahora comprendemos que el auténtico destino de las almas que parten es Farland. El Camino de las Alturas es mucho más largo de lo que creíamos, hermanos.

Farland estaba aproximadamente al doble de distancia del sol que los gemelos Land-Overland.

—Pasarán muchos siglos antes de que las naves de Overland sean capaces de realizar un viaje de esas características —había concluido Voldern Drumme, transmitiendo a su hijo su cinismo natural—, de modo que los sumos sacerdotes han hecho una buena elección. Tendrán su trabajo asegurado durante bastante tiempo.