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Poco después pudo distinguir una carreta conducida por una figura solitaria, y minutos más tarde vio que carreta y ocupante se encontraban en un estado lamentable. El vehículo había perdido gran parte de las tablas, y las ruedas oscilaban notablemente sobre sus desvencijados ejes. El carretero era un joven barbudo, tan cubierto de polvo que parecía una estatua de arcilla.

Toller desvió a su cuernazul hacia un lado de la carretera para dejar paso al forastero, y se sorprendió cuando la carreta se detuvo a su lado. El joven le observó con ojos enrojecidos, e incluso antes de que hablase se hizo evidente que estaba muy borracho.

—Perdóneme, señor —farfulló—, ¿tengo el honor de dirigirme a lord Toller Maraquine?

—Sí —contestó Toller—. ¿Por qué lo preguntas?

El hombre barbudo se tambaleó durante un momento, y después esbozó inesperadamente una sonrisa que, a pesar de su estado desaliñado y sucio, tenía encanto juvenil.

—Mi nombre es Bartan Drumme, milord, y he venido a buscarle con un único objetivo, que estoy seguro de que le parecerá interesante.

—Lo dudo mucho —dijo Toller fríamente, preparándose para continuar su camino.

—¡Pero, milord! Creía que como jefe de la Defensa Aérea le interesaban todos los asuntos relacionados con el cielo.

Toller sacudió la cabeza.

—Todo eso ha terminado ya.

—Siento oírlo, milord —Drumme cogió una botella y la destapó, después se detuvo y dirigió una mirada sombría a Toller—. Eso significa que tendré que solicitar una audiencia con el rey.

A pesar de las preocupaciones que ocupaban su mente, Toller no pudo reprimir una carcajada.

—Sin duda quedará fascinado por lo que tengas que decirle.

—Sin duda alguna —dijo Drumme, sosegado por su embriaguez—. Cualquier soberano de la historia se entusiasmaría con la idea de plantar su bandera en el planeta que llamamos Farland.

Capítulo 13

La Posada del Pájaro Azul se llamaba así en recuerdo de una importante hospedería de la antigua Ro-Atabri, y la ambición de su propietario era llegar a obtener una reputación comparable. En consecuencia, se turbó visiblemente cuando Toller entró en su establecimiento seguido por la indecorosa figura de un mendigo. Era evidente que el honor de dar acomodo al heroico aristócrata apenas compensaba la presencia de su maloliente y andrajoso acompañante. No obstante, le convencieron para que les proporcionase dos habitaciones e instalase en una de ellas una gran bañera llena de agua caliente.

Bartan estaba ahora sumergido en el interior de la tina, y su cabeza era la única parte visible de su cuerpo, exceptuando la mano que agarraba una jarra de coñac por encima del agua jabonosa y gris.

Toller tomó un sorbo de la bebida que Bartan le ofreció, e hizo una mueca cuando el fuerte licor abrasó su garganta.

—¿Piensas seguir bebiendo esto durante todo el tiempo?

—Claro que no —contestó Bartan—. Debería estar bebiendo buen coñac todo el tiempo, pero esto es lo que pude conseguir. Me costó las últimas monedas que tenía, milord.

—Te he dicho que no te dirijas a mí de esa forma.

Toller se llevó la bebida a sus labios, pero la olió de nuevo y decidió vaciar la jarra de cerámica en la bañera.

—No era necesario tirarlo… —se quejó Bartan—. Además, ¿qué te parecería tener ese líquido flotando alrededor de tus partes íntimas?

—Tal vez les haga bien. Creo que está hecho para ser aplicado externamente —dijo Toller—. Haré que el posadero nos sirva dentro de un rato algo menos venenoso, pero mientras tanto quisiera volver a una parte de tu historia que no acabo de entender.

—¿A cuál?

—Afirmas que tu mujer está viva en Farland, no como un espíritu o una reencarnación, sino tal y como tú la conociste… ¿Cómo es posible que creas tal cosa?

—No puedo explicarlo. Sus palabras contenían algo más que palabras, y eso fue lo que deduje de ellas.

Toller se pellizcó el labio inferior con un gesto pensativo.

—No tengo la vanidad de creer que sé todo lo que hay que saber sobre nuestra extraña existencia. Admito que hay muchos misterios, la mayoría de los cuales nunca podremos aclarar…, pero me cuesta mucho creer eso que cuentas. Sigo sin comprenderlo.

Bartan se movió en el baño, derramando agua por un lado.

—Yo he sido un materialista convencido durante toda mi vida. Aún no comprendo a quienes se agarran a una creencia en lo sobrenatural, a pesar de todo lo que pasé en La Cesta; pero aunque no soy capaz de explicarlo, esto es algo que . Había unas luces extrañas esa noche. Sondeweere hizo algo que está más allá de mi comprensión, y ahora sé que vive en Farland.

—Dices que se te apareció en una visión, que te habló desde Farland. Me parece difícil imaginar algo más sobrenatural que eso.

—Quizás usted y yo vemos el mundo de diferente forma. Mi esposa me habló; por tanto fue un hecho natural. Sólo parece sobrenatural, porque hay elementos que están más allá de nuestra comprensión.

Toller advirtió que Bartan hablaba con una fluidez asombrosa a pesar de su embriaguez. Se levantó y caminó un rato alrededor de la habitación iluminada, después volvió a la silla. Bartan bebía tranquilamente su coñac, y no parecía un loco.

—IIven Zavotle vendrá pronto, si el mensajero lo ha encontrado —dijo Toller—. Y te aviso que va a reírse de tu historia.

—No hace falta que él me crea —dijo Bartan—. Lo referente a mi esposa es un asunto que sólo me concierne a mí, y lo he contado sólo para demostrar que tengo razones personales para viajar a Farland. No es lógico esperar que otros emprendan un viaje semejante en mi lugar, cualesquiera fuesen mis razones. Pero mi esperanza está en que el rey tenga el deseo de triunfar allí en donde Rassamarden fracasó: extender sus dominios a otro planeta. Y que, como inventor del plan, se me garantice un lugar en la expedición, si ésta llegara a realizarse. Todo lo que le pediré a tu amigo Zavotle es que encuentre un medio que haga posible el viaje.

—No pides mucho.

—Pido más de lo que puedes imaginarte —dijo Bartan, y su rostro de joven-viejo adquirió una expresión pensativa—. Soy responsable de lo que le ocurrió a mi mujer, ¿sabes? Perderla fue muy malo, pero llevar la carga de la culpa…

—Lo siento —dijo Toller—. ¿Por eso bebes?

Bartan inclinó la cabeza mientras analizaba la pregunta.

—Es probable que sea la razón por la que empecé a beber; pero después, pasado cierto tiempo, descubrí que prefería estar borracho a estar sobrio. Eso hace del mundo un lugar más agradable para vivir.

—¿Y la noche que tuviste la visión, estabas…?

—¿Borracho? ¡Desde luego que estaba borracho! —Bartan tomó un nuevo trago de coñac como para reforzar su declaración—. Pero eso no influyó en los sucesos de esa noche. Por favor, milord…

—Toller.

Bartan asintió.

—Por favor, Toller, eres libre para considerarme como un loco o un alucinado respecto a ese punto particular; después de todo, es irrelevante. Pero te ruego que me tomes en serio respecto a la expedición a Farland. Tengo que ir. Soy un piloto experto en aeronaves, y si es necesario dejaré de beber.

—Eso será inevitable; pero, aunque me interesa mucho la idea de volar a Farland, no puedo hablar seriamente de ella con el rey ni con cualquier otra persona hasta que no oiga la opinión de Zavotle. Me reuniré con él en el piso de abajo, en un locutorio privado donde podamos tomar un refrigerio y tratar el asunto cómodamente —Toller se levantó entonces, y dejó a un lado su jarra vacía—. Únete a nosotros cuando hayas terminado tu aseo.

Bartan demostró su acuerdo levantando su botella como saludo y tomando un generoso trago. Moviendo la cabeza de un lado a otro, Toller salió de la habitación y recorrió un sombrío pasillo hasta la escalera.