Выбрать главу

—Me parece que necesitamos… necesitamos una nave que pueda dividirse en dos partes independientes.

—¿Hablas en serio?

—¡Absolutamente! Me imagino una estación de mando como la embarcación básica. Llamémosla nave de vacío… no: astronave, para diferenciarla de las naves espaciales corrientes. Es necesario algo del tamaño de una estación de mando, para almacenar grandes reservas de cristales de energía y todo tipo de provisiones para el viaje. Esa nave, la astronave, volaría desde la zona de ingravidez hacia Farland, pero nunca aterrizaría. Tendría que detenerse justo fuera del campo de gravedad de Farland, y quedarse allí suspendida, de forma estacionaria, hasta el momento del viaje de vuelta a Overland.

—Eso hay que meterlo con cuña en el cerebro —se quejó Toller, esforzándose por asimilar aquellas ideas del todo nuevas para él— ¿Lo que imaginas es a la astronave soltando algo como un bote salvavidas a la superficie planetaria?

—¿Bote salvavidas? Ésa es la idea, mas tendría que ser una nave espacial totalmente equipada, con un globo y un motor.

—Pero… ¿cómo podría transportarse?

—A eso me refería cuando hablé de un vehículo que pueda dividirse en dos partes. Digamos que la astronave está compuesta por cuatro o cinco secciones cilíndricas, similar a como es ahora una estación de mando; toda la parte frontal tendrá que ser desmontable y convertida después en una nave espacial para el descenso. Tiene que haber una división adicional, y una puerta hermética, y… —Zavotle se estremeció, excitado y se incorporó a medias en su asiento—. Necesito material para dibujar, Toller. Mi mente está al rojo vivo.

—Te lo traeré, Zavotle —dijo Toller, haciendo un gesto para que se sentase de nuevo—, pero primero explícame algo más sobre la división de la astronave. ¿Podría hacerse en el vacío? ¿No existe el riesgo de perder todo el aire de la nave?

—Sería más seguro hacerlo en la atmósfera de Farland, y también más fácil; eso es algo que tengo que pensar. Puede ser, si tenemos la suerte de que la atmósfera se extienda más allá del campo de gravedad de Farland, en cuyo caso la operación sería relativamente sencilla. La astronave quedaría simplemente suspendida en el aire superior. Podríamos separar la nave espacial de descenso, inflar el globo y atar los montantes de aceleración; todo de una manera bastante rutinaria. Es algo que muy bien podría practicarse en nuestra zona de ingravidez, antes del inicio de la expedición.

»En el otro caso, si la astronave tiene que esperar fuera de la atmósfera, lo más conveniente podría ser descender un poco hasta un nivel donde el aire sea respirable, y sólo entonces separar la parte de la nave espacial de descenso. Por supuesto, ésta caerá mientras su globo va siendo hinchado, pero como sabemos por experiencia, la caída será tan lenta que habrá tiempo suficiente para que se haga todo lo necesario. Hay que pensar bien en…

—Incluir aire —dijo Toller—. ¿Supongo que habría que usar sal de fuego?

—Sí. Sabemos que ésta devuelve la vida al aire muerto, pero no sabemos cuánta se necesitará para mantener vivo a un hombre durante un viaje tan largo. Se tendrá que experimentar, porque la cantidad de sal que tendremos que transportar debe de ser el factor principal para decidir el número de tripulantes… —se interrumpió y dirigió una mirada nostálgica a Toller—. Es una pena que Lain no esté con nosotros. Nos ayudaría mucho.

—Iré a buscar el material de dibujo.

Al salir de la sala, Toller evocó la imagen de su hermano, el brillante matemático a quien había matado un ptertha la víspera de la Migración. Lain poseía una impresionante habilidad para desvelar los secretos de la naturaleza y predecir sus consecuencias, y sin embargo había cometido algunos errores importantes relacionados con descubrimientos científicos conseguidos durante el primer vuelo desde Land a la zona de ingravidez. La imagen mental le recordó en ese momento lo presuntuosa y temeraria que era la idea de volar a través de millones de kilómetros en el espacio hacia un mundo desconocido.

«Un hombre puede morir con facilidad en un viaje como ése», se dijo Toller, y casi sonrió al conducir el pensamiento un paso más adelante: «Pero nadie podrá decir que fue una muerte normal…»

—Estoy intentando definir qué es lo que me irrita más sobre este asunto de Farland —dijo el rey Chakkell, dirigiendo una mirada infeliz a Toller y a Zavotle—. No sé si es el hecho de ser manipulado… o si es la falta absoluta de sutileza con que se está llevando a cabo la manipulación.

Toller adoptó una expresión preocupada.

—Majestad, me entristece oír que sospecha la existencia de otros motivos. Mi única ambición es plantar la bandera de…

—¡Basta, Maraquine! No soy un imbécil —Chakkell alisó un mechón de pelo sobre su reluciente calva bronceada—. Hablas de plantar banderas como si éstas pudiesen echar raíces sin ninguna ayuda y producir algún tipo de frutas valiosas. ¿Qué beneficio obtendré yo de Farland? Muy escaso, diría.

—La recompensa de la historia —aseguró Toller, preparándose para planear el proyecto de Farland en detalle. La demostración de perspicacia de Chakkell era un indicio seguro de que estaba a punto de dar su consentimiento para la construcción y aprovisionamiento de las astronaves. A pesar de que mostraba dudas e indiferencia, el rey había quedado seducido por la idea de extender su poder al lejano planeta.

Chakkell resopló.

—La recompensa de la historia no se logrará a menos que la nave consiga completar los dos recorridos. No estoy en absoluto convencido de que sea capaz de hacerlo.

—La nave será diseñada para adaptarse a cualquier exigencia, majestad —dijo Toller—. No tengo ningún interés en suicidarme.

—¿De veras? A veces me lo he preguntado, Maraquine.

Chakkell se levantó y empezó a pasear por la pequeña sala. Era la misma en la que había consultado a Toller respecto a la defensa aérea de Overland momentos después de su indulto. La mesa circular y las seis sillas ocupaban la mayor parte del suelo, dejando al rey un escaso margen para pasear su rechoncha figura. Al llegar a la silla en que había estado sentado se inclinó sobre el respaldo y miró ceñudamente a Toller.

—Y respecto al dinero, ¿qué? —dijo—. Oh, cierto que a ti nunca te preocupan asuntos tan insignificantes, ¿verdad?

—Una sola nave, majestad, y una tripulación de no más de seis personas.

—El tamaño de la tripulación no tiene importancia, y bien lo sabes. Lo que va a costarme una fortuna es construirla y mantener en funcionamiento las estaciones de apoyo en la zona de ingravidez.

—Pero si abre el camino hacia un nuevo mundo…

—No empieces con la misma canción otra vez, Maraquine —le interrumpió Chakkell—. Te voy a permitir que lleves a cabo tu disparatada empresa, ya que supongo que tienes derecho a una compensación por tus servicios de guerra, pero exijo que Zavotle no te acompañe. No puedo permitirme perderlo.

—Lamento decir esto, majestad… —intervino Zavotle—, pero pronto tendré que privarle de mis servicios de todas formas, con expedición o sin ella.

Chakkell entrecerró los ojos para mirar a Zavotle, como si sospechase algo.

—Zavotle —dijo al fin—, ¿es que vas a morir?

—Sí, majestad.

Chakkell pareció más violento que entristecido.

—Ahora debo atender otros asuntos —dijo bruscamente, dirigiéndose hacia la puerta—, pero… en tales circunstancias, no pondré ninguna objeción a que vayas a Farland.

—Se lo agradezco mucho, majestad.

Chakkell se detuvo en el umbral de la puerta y dirigió a Toller una mirada intensa.

—El juego casi ha terminado, ¿eh, Maraquine?

Desapareció por el corredor antes de que Toller pudiese preparar su respuesta, y el silencio invadió la sala.