—¿Te has dado cuenta, Ilven? —dijo Toller en voz baja— Hemos asustado al rey. ¿No viste cómo tergiversó todo para que pareciese que nos estaba haciendo un favor al permitirnos llevar adelante el proyecto? Pero la verdadera razón es que quiere que su estandarte vuele a Farland. Un lugar garantizado en la historia es un pobre sustituto de la inmortalidad, pero todos los reyes parecen anhelarlo. Nosotros le recordamos a Chakkell la futilidad de esas ambiciones.
—Hablas de una forma extraña, Toller —dijo Zavotle, estudiándolo con atención—. Yo no pretendo volver de Farland, pero seguramente tú lo harás.
—Tranquilízate, amigo —contestó Toller sonriendo—. Volveré de Farland…, o moriré en el intento.
Toller no estaba seguro de que su hijo accediera a reunirse con él, y sintió una profunda alegría cuando vio a un jinete solitario aparecer en el horizonte de la carretera que conducía al sur, hacia Heevern. Había elegido ese punto de encuentro en parte porque una roca puntiaguda veteada de oro y un estanque hacían fácil definir el lugar, pero también porque estaba en el lado norte del último cerro en el camino a su casa.
Cabalgando un kilómetro más hacia la cima, la hubiera visto a lo lejos. La conciencia de que Gesalla estaba allí, entre la paredes familiares, podía haber reproducido su dolor, pero ésa tampoco era la razón. Era simplemente que había jurado separar los cursos de sus vidas para siempre, y —aunque no había razón que lo justificara— sentía que ver la casa era como faltar a su palabra.
Desmontó del cuernazul y dejó que el animal comiera, mientras observaba al jinete que se iba aproximando. Como en ocasiones anteriores, pudo identificar a su hijo desde lejos por el característico color crema de las patas delanteras de su montura. Cassyll cabalgaba hacia él a no mucha velocidad, y tiró de las riendas de su cuernazul para detenerlo a una distancia de unos diez metros. Permaneció en la silla, estudiando a Toller con sus pensativos ojos grises.
—Sería mejor que bajaras —le dijo Toller con suavidad—. Nos resultaría más fácil hablar.
—¿Tenemos algo de qué hablar?
—Si no lo tuviéramos, tu presencia aquí carecería de sentido —Toller dirigió a su hijo una sonrisa forzada—. Vamos; ni tu honor ni tus principios se verán comprometidos porque hablemos cara a cara.
Cassyll se encogió de hombros y bajó de su cuernazul, movimiento que llevó a cabo con agilidad. Su rostro oval y un pronunciado pico de viuda en su brillante cabello negro hacían pensar en su madre, pero Toller apreció evidente fuerza en su figura esbelta.
—Tienes buen aspecto —dijo.
Cassyll se observó a sí mismo y a sus ropas, una camisa y unos pantalones de tejido basto que no hubieran desentonado en un vulgar campesino.
—Hago el trabajo que me corresponde en la fundición y las fábricas, y a veces es duro.
—Lo sé —Toller se animó ante la cortesía de la respuesta, y decidió ir directamente al grano—. Cassyll, la expedición a Farland sale dentro de pocos días. Tengo fe en los diseños y en los cálculos de Zavotle, pero sólo un loco se negaría a reconocer que nos esperan muchos peligros desconocidos. Puede que no vuelva de este viaje, y me tranquilizaría mucho dejar claros algunos asuntos relativos a tu futuro y al de tu madre.
Cassyll no demostró ninguna emoción.
—Volverás, como siempre.
—Eso pretendo. Sin embargo, quiero que me des tu palabra sobre ciertos asuntos antes de que nos separemos hoy. Uno de ellos es el hecho de que el rey ha confirmado mi título como hereditario, y quiero que lo aceptes si me declaran muerto.
—No quiero el título. No me interesan esas vanidades.
Toller asintió con la cabeza.
—Lo sé, y te respeto por ello; pero el título representa poder, así como privilegios. Poder utilizable para salvaguardar la posición de tu madre en el planeta, poder para lograr propósitos que valgan la pena. No necesito recordarte la importancia de que los metales reemplacen a la madera de brakka en nuestra sociedad. Por tanto, prométeme que no rechazarás el título.
Cassyll parecía impaciente.
—Eso es prematuro. Vivirás hasta los cien años o más.
—¡Promételo, Cassyll!
—Juro que aceptaré el título el lejano día en que al fin me sea traspasado.
—Gracias —dijo Toller, sinceramente—. Ahora, la administración de la hacienda. Si es posible, quisiera perpetuar el sistema de alquileres bajos para nuestros agricultores arrendatarios. Tengo entendido que el producto de las minas, fundiciones y trabajos con el metal se sigue incrementando, y eso será suficiente para las necesidades de la familia.
—¿Familia? —Cassyll esbozó una semisonrisa para mostrar que consideraba inadecuada la palabra—. Mi madre y yo estamos seguros financieramente.
Toller pasó por alto la tácita provocación, y habló un poco más sobre temas prácticos relacionados con la hacienda y sus industrias, pero era consciente de que estaba retrasando el momento en que debía exponer el motivo principal de la cita con su hijo. Al final, después de un silencio tenso que pareció que iba a prolongarse indefinidamente, decidió que había llegado el momento.
—Cassyll —dijo—, yo conocí a mi padre poco antes de que se suicidara. Tardamos mucho, pero al final nos encontramos. Yo… no quisiera separarme de ti sin dejar las cosas arregladas entre nosotros. ¿Puedes perdonarme los errores que he cometido contigo y con tu madre?
—¿Errores? —Cassyll habló en voz baja, evidenciando su confusión. Se agachó y cogió un guijarro con abundantes vetas de oro, lo examinó brevemente y luego lo lanzó enérgicamente al estanque cercano. La imagen de Land reflejada en el agua se rompió en fragmentos curvos—. ¿De qué errores hablas, padre?
Toller no pudo escabullirse.
—Os he abandonado a ti y a tu madre porque nunca he conseguido estar satisfecho con lo que tengo. Es así de simple. Mis motivos no son complicados ni oscuros.
—Nunca me he sentido abandonado, porque siempre creí que nos querías —dijo Cassyll lentamente—. Ahora mi madre está sola.
—Te tiene a ti…
—Está sola —repitió Cassyll con tristeza.
—No más que yo —dijo Toller—. Pero no hay remedio. Tu madre lo entiende incluso mejor que yo mismo. Si tú lograses entenderlo, también podrías perdonar.
Cassyll de repente pareció más joven de lo que era.
—¿Me estás pidiendo que comprenda que el amor se muere?
—Puede morirse, o luchar contra la muerte. Un hombre o una mujer pueden cambiar, o permanecer sin cambios; y cuando una persona permanece inalterada, el efecto con el tiempo… desde el punto de vista de la persona que ha cambiado, es como si se hubiera convertido en otra distinta… —Toller se interrumpió y contempló con impotencia a su hijo—. Rayos, ¿cómo voy a saber lo que te estoy pidiendo que entiendas, si yo mismo no entiendo?
—Padre… —Cassyll avanzó un paso hacia Toller—. Veo mucho dolor en tu interior. No me había dado cuenta…
Toller trató de contener las lágrimas que habían empezado a emborronar su vista.
—El dolor lo acepto con agrado. No hay suficiente para mis necesidades.
—Padre, no…
Toller abrió los brazos a su hijo, y ambos se abrazaron. Durante el momento en que estuvieron unidos, casi pudo imaginar la vida que hubiera tenido de ser un hombre íntegro.
—Pon la nave de lado —ordenó Toller, mientras su aliento revoloteaba formando nubes blanquecinas en el aire helado.
Bartan Drumme, que se encontraba en los mandos porque quería aprovechar toda oportunidad de practicar las técnicas de manejo de naves espaciales, asintió y empezó a lanzar pequeñas ráfagas por un propulsor lateral. Cuando el impulso superó la inercia de la barquilla, Overland se deslizó hacia arriba en el cielo y el gran disco de Land emergió por debajo de la curvatura marrón del globo. Bartan detuvo la inclinación de la nave usando el propulsor opuesto, estableciendo una nueva posición, con un planeta a la vista en cada lado de la barquilla. El sol estaba cerca del borde oriental de Land e iluminaba una fina franja del planeta, dejando el resto en una relativa oscuridad.