Sobre el opaco fondo de Land, la astronave esperaba ahora a poco más de un kilómetro, destacándose como una diminuta raya luminosa. Estaba atendida por varias manchas menores, que representaban los pocos hábitats y almacenes que el rey Chakkell había permitido conservar en la zona de ingravidez para servir a la nave recién terminada. El grupo apenas destacaba en el atestado cielo, pero su visión provocó una aceleración en el pulso de Toller.
Habían pasado sesenta días desde que recibió la autorización real para la expedición a Farland, y ahora le resultaba duro aceptar que el momento de la partida estaba próximo. Tratando de apartar de sí una cierta sensación de irrealidad, elevó sus gemelos y examinó la astronave.
Se había introducido una modificación importante en el diseño que Zavotle esbozó durante la reunión en la Posada del Pájaro Azul. La parte delantera de las cinco secciones de la nave fue pensada al principio como la desmontable, pero su construcción planteó demasiados problemas relacionados con la visibilidad frontal. Después de algunos experimentos infructuosos con espejos, se decidió utilizar como módulo de aterrizaje la sección posterior. Su motor impulsaría el vuelo hacia Farland, y cuando fuera separada de la nave madre, quedaría al descubierto un segundo motor, preparado para volver a Overland.
Toller bajó los gemelos y dirigió su mirada a los otros miembros de la tripulación, todos ellos con trajes acolchados, todos sumidos en sus pensamientos. Además de Zavotle y Bartan, estaban Berise Narrinder, Tipp Gotlon y otro ex piloto de los vehículos de lucha, un joven de habla suave llamado Dakan Wraker. Toller se había sorprendido por el gran número de voluntarios para la expedición, y resolvió seleccionar a Wraker por su carácter imperturbable y sus amplios conocimientos de mecánica.
La conversación había sido animada en la hora precedente, pero ahora, de repente, la magnitud de lo que les aguardaba parecía haberse cebado en ellos, inmovilizando sus lenguas.
—¡Fuera las caras largas! —dijo Toller, falsamente jovial—. ¡A lo mejor descubrimos que nos gusta tanto Farland que ya no queremos volver!
Capítulo 14
Como comandante de la astronave, a Toller le habría gustado estar en los controles cuando la astronave Kolkorron saliese de la zona de ingravidez al comienzo del viaje a Farland.
Durante las sesiones de entrenamiento, sin embargo, se hizo evidente que él era el menos dotado de la tripulación para el nuevo estilo de vuelo. La longitud de la nave era de cinco veces su diámetro, y mantener una posición estable en movimiento requería una utilización precisa y delicada de los propulsores laterales, y una gran capacidad para detectar y corregir las desviaciones casi antes de que se produjesen. Gotlon, Wraker y Berise parecían hacerlo sin esfuerzo, utilizando con poca frecuencia ráfagas instantáneas de los propulsores para mantener la retícula del telescopio de dirección centrada en una estrella indicadora. Zavotle y Bartan Drumme eran competentes, aunque un poco más torpes; pero Toller, a pesar suyo, tendía a realizar correcciones excesivas que debía rectificar con una serie de ajustes menores, lo cual provocaba las risas de los demás pilotos.
Por lo tanto, delegó en Tipp Gotlon, el más joven de la tripulación, la responsabilidad de sacar la nave de la atmósfera compartida por los planetas gemelos.
Gotlon estaba sujeto a su asiento, cerca del centro de la cubierta circular superior. Miraba a través del ocular prismático del telescopio de corto alcance, al que mantenía casi vertical a través de una tronera en la proa de la nave. Sus manos estaban en las palancas de control, de las cuales salían unas barras que bajaban atravesando las distintas cubiertas hasta llegar al motor principal y los servomotores laterales. La ferocidad de su mellada mueca revelaba que estaba nervioso, esperando con ansiedad la orden de iniciar el vuelo.
Toller paseó la mirada alrededor de la sección de proa, que además de alojar el puesto del piloto estaba destinada a vivienda y dormitorio. Zavotle, Berise y Bartan estaban flotando cerca del perímetro en distintas posiciones, manteniéndose en su lugar agarrados a las barandillas. Había poca luz en el compartimiento, debido a que su única entrada era la portilla situada en el lado del sol; pero Toller pudo ver sus rostros lo bastante bien como para enterarse de que compartían su misma emoción.
El vuelo debía durar doscientos días, aproximadamente; un largo período de aburrimiento, privaciones e incomodidades, y a pesar de lo segura que pudiera estar una persona, era natural que experimentase desasosiego en aquel momento. Las cosas serían más fáciles cuando el motor principal comenzara a funcionar, arrastrándolos a la aventura; pero hasta que no se diese ese primer paso psicológico, la tripulación y él estarían atormentados por las dudas y los temores.
Cada vez más impaciente, Toller se acercó al hueco de la escalera y miró hacia abajo, al interior de la nave. El espacio cilindrico estaba atravesado por los estrechos rayos del sol que entraban por las portillas, creando diseños confusos de luces y sombras en el apuntalamiento interior y entre los arcones que guardaban las provisiones de comida y agua, sal de fuego y cristales de energía. Hubo un movimiento lejano en el extraño mundo de abajo y Wraker, que había estado revisando los tanques de combustible y el sistema de alimentación neumático, apareció en la base de la escalera. Subió rápida y ágilmente a pesar de su voluminoso traje, e hizo un gesto a Toller con la cabeza al descubrir que le esperaba.
—Las unidades de alimentación están preparadas —informó con tranquilidad.
—Y nosotros también —contestó Toller, volviéndose para encontrarse con los ojos atentos de Gotlon—. Vamos, sácanos de aquí.
Gotlon levantó sin dudar la palanca de paso de combustible. El motor sonó en la parte trasera de la nave —su rugido amortiguado por la distancia y las separaciones intermedias—, y los miembros de la tripulación fueron descendiendo gradualmente para ocupar posiciones de pie en la plataforma. Toller miró desde la portilla más próxima justo a tiempo para ver un grupo de secciones de almacenamiento y hábitats deslizándose bajo la nave. Algunos de los trabajadores auxiliares, embutidos en sus gruesos trajes, los despedían agitando con fuerza las manos, deseándoles suerte.
—Es emocionante —comentó Toller—. Nos han hecho una despedida conmovedora.
Zavotle resopló por la nariz con escepticismo.
—Solamente están expresando su sincero alivio por nuestra marcha. Ahora, al fin, pueden abandonar la zona de ingravidez y volver con sus familias; que es lo que nosotros tendríamos que haber hecho si tuviésemos una pizca de sentido común.
—Te olvidas de una cosa —dijo Bartan Drumme, sonriendo.
—¿De qué?
—Yo vuelvo con mi familia —la sonrisa infantil de Bartan se hizo más amplia—. Se puede considerar que mi situación es la mejor, porque mi mujer me espera en Farland.
—Hijo, según mi opinión, tú deberías ser el capitán de esta nave —dijo Zavotle solemnemente—. Un hombre tiene que estar loco para emprender un viaje como éste, y tú eres el más loco de todos.
El Kolkorron llevaba poco más de una hora de camino cuando Toller empezó a sentirse intranquilo.
Visitó cada uno de los compartimientos de la nave para comprobar que todo estaba en orden pero, aunque no encontró nada incorrecto, su sensación de inquietud no desapareció. Incapaz de atribuirla a ninguna causa definida, decidió no hablar de ello con Zavotle ni con ningún otro. Como comandante debía representar un liderazgo firme, y no debilitar la moral de la tripulación con vagas aprensiones. En contraste con su humor, los demás parecían relajados y con la confianza en aumento, como se evidenciaba por la animada conversación que tenía lugar en la cubierta superior.