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Mientras Sondeweere hablaba, Toller empezó a reunir los datos dispersos para formar una imagen de la existencia solitaria que llevaba ella en aquel inhóspito planeta. Los farlandeses nativos la verían como la caricatura grotesca de un ser normal, un monstruo que por razones inescrutables estaba bajo la protección y auspicio de sus amos. Tolerarían su presencia entre ellos, pero no harían ningún intento de comunicarse.

Para los simbonitas era una carga ligera, una amenaza que había sido neutralizada. Al principio intentaron establecer relaciones cordiales con ella, comentó Sondeweere, pero en respuesta ella desplegó todos los rasgos que los habían conducido a evitar la aparición de simbonitas con base humana: resentimiento, desprecio, odio e implacable hostilidad. Desde entonces se contentaron con mantenerla en una continua vigilancia telepática. La estudiaron con atención, robaron de su mente lo que pudieron, y esperaron a que muriese. El tiempo estaba de su parte: eran una nueva raza y, como tal, potencialmente inmortales; ella era un ser individual, vulnerable y perecedero…

—¡Hay uno! ¡Más de uno!

Las exclamaciones provinieron de Wraker, que había levantado la capota de lona para mirar hacia fuera, e impulsaron a los demás a hacer lo mismo.

—Recordad que no deben vernos —les advirtió Toller, que se había limitado a abrir una rendija entre la tela y la madera del vehículo.

Atisbó el exterior y vio que pasaban por un pueblo que a sus ojos resultó notable por su falta de notoriedad. Parecía que los artesanos de todas partes —albañiles, carpinteros, herreros— adoptaban las mismas soluciones prácticas para los problemas prácticos universales. El pueblo —como las casas aisladas vistas con anterioridad— podría haber estado en cualquier zona templada de Land, pero sus habitantes eran otro asunto.

Parecían humanos, pero eran mucho más bajos, y sus proporciones corporales muy diferentes. Sus ropas, provistas de capucha y varias capas —diseñadas obviamente para repeler la lluvia— no ocultaban el hecho de que sus columnas vertebrales estaban arqueadas hacia delante casi como semicircunferencias, predisponiéndolos a contonearse con el vientre hacia fuera y la cabeza hacia atrás. Las patas eran cortas y gruesas, pero no tan truncadas como los brazos, que formaban un ángulo hacia fuera desde los hombros y terminaban donde debería encontrarse el codo de los humanos. Unas manos enormes, que parecían tener sólo cinco dedos, se abrían y cerraban mientras caminaban. Era difícil ver sus rostros, pero se tenía la impresión de que eran pálidos y sin pelo, con las facciones casi ocultas por pliegues de grasa.

—Unos individuos muy elegantes —comentó Bartan—. ¿Son los enemigos?

—No los menosprecies —dijo Sondeweere, por encima del hombro—. Son fuertes y no parecen tener miedo al dolor o a las heridas. Además, su obediencia a la autoridad es fanática.

Toller vio que los farlandeses, que suponía de camino a sus trabajos, contemplaban el vehículo que pasaba con interés, emitiendo destellos de color ámbar y blanco por sus ojos hundidos.

—¿Te han reconocido?

—Es posible, pero la curiosidad de sus mentes obtusas debe de estar provocada por el vehículo; los transportes motorizados son todavía bastante escasos. En cierto modo soy una privilegiada.

—¿Está bien organizado y equipado su ejército?

—Los farlandeses no tienen un ejército tal como tú lo entiendes, Toller Maraquine. Hace cien años que existe un sólo estado en todo el planeta, y gracias a los simbonitas los conflictos mortíferos han dejado de producirse, pero existe un gran cuerpo de ciudadanos que podríamos denominar Fuerza Pública. Realizan cualquier tarea que se les asigne: control de inundaciones, limpieza de bosques, construcción de carreteras…

—¿Así que no hay luchadores entrenados?

—Lo que les falta de talento individual lo compensan con su número. Y repito que son muy fuertes a pesar de su escasa estatura.

Zavotle resurgió de la contemplación de sus problemas internos y comentó:

—No son como nosotros, y sin embargo… ¿Cómo decirlo…? Tienen más puntos de similitud que diferencias.

—Nuestro sol se encuentra cerca del centro de una galaxia, donde las estrellas están muy próximas entre sí. Es posible que todos los planetas habitables de esta parte del espacio fuesen sembrados con la vida hace eones. Un viajero interestelar podría encontrar humanos o parientes suyos en muchos planetas.

—¿Qué es una galaxia? —preguntó Zavotle, iniciando una larga sesión de preguntas y respuestas en la que Toller, Wraker y Berise participaron, admirados por los conocimientos que Sondeweere había adquirido de los simbonitas y de sus propios poderes de deducción, aumentados más de lo que podían comprender los hombres y mujeres normales.

A Toller la revelación de que cada uno de los cientos de remolinos brumosos visibles en el cielo nocturno era una conglomeración de quizá cien mil millones de soles, le produjo una mezcla de deleite intelectual e intensa pesadumbre. Se sentía estimulado por el panorama de la nueva visión y deprimido por otros dos factores: su incapacidad personal para enfrentarse a la magnitud del cosmos, y su pesar porque Lain, su hermano muerto hacía tiempo, no hubiera podido disfrutar de aquel banquete intelectual.

A medida que el vehículo transportador continuaba su marcha —acompañado de silbidos y resoplidos— a través de una serie de pueblos, Toller fue dándose cuenta de que Bartan Drumme era el único miembro del grupo que se había excluido a sí mismo de la interesante comunicación con Sondeweere. Parecía malhumorado y apático, indiferente al continuo goteo que caía sobre él desde un agujero de la capota; y aunque bebía muy poco, guardaba con cuidado un odre de coñac que había sacado de la aeronave. Toller se preguntó si estaría preocupado ante la perspectiva de acudir a una batalla, o si empezaba a comprender que la mujer con la que estaba casado y el ser ominisciente y sorprendentemente dotado que encontró en Farland eran dos personas diferentes, y que la futura relación entre ellos nunca podría ser como en el pasado.

—…no es como la combustión del fuel, o como en un horno —estaba diciendo Sondeweere—. Los átomos del gas más ligero presente dentro del sol se combinan para formar un gas más pesado. El proceso produce gran cantidad de energía y eso es lo que hace que el sol emita luz. Siento no poder daros una explicación más clara en este momento; haría falta mucho tiempo para exponer los principios y los conceptos.

—¿No podrías explicarlo con la voz silenciosa? —preguntó Toller—. Como hacías cuando estábamos aún en el vacío.

Sondeweere se volvió para mirarlo.

—Eso ayudaría, indudablemente, pero no me atrevo a entrar en comunicaciones telepáticas. Ya os dije que los simbonitas saben de mí en todo momento, y cuanto más cerca esté de la astronave más podré atraer su atención, porque éste es el único lugar de todo el planeta que tengo prohibido. En cuanto capten el menor rastro de actividad telepática, su interés por mis movimientos se traducirá de inmediato en acción directa; y eso es algo que sucederá pronto.

—Deberían haber destruido la nave luego de traerte —comentó Berise, aún con acritud en su voz.

Sondeweere dedicó a Berise una sonrisa con la que tal vez trataba de indicarle que su preocupaciones estaban muy lejos de las rivalidades personales.

—Quizá, pero no tienen ningún medio de saber cuántas esporas simbonas quedan en Overland, dispuestas a crear más simbonitas humanos. Además, la nave fue construida con un considerable sacrificio de su parte.

—Puede que los sacrificios no sean sólo de una parte.

—Lo sé —dijo simplemente Sondeweere—. Os lo dije al principio.

Capítulo 18