Выбрать главу

—Pero… —Bartan se pasó los dedos por la frente—. Eso es terrible, Sondy. ¿Qué harás?

—Suponiendo que logre sobrevivir a las próxima horas, sólo hay un camino para mí —dijo—: me llevaré la nave y recorreré la galaxia, quizá muchas galaxias, más allá del alcance de los simbonitas de este planeta. Llevaré una existencia solitaria, pero tendrá sus compensaciones. Puedo ver muchas cosas antes de morir.

—Iré con… —Bartan empezó la frase impulsivamente, después se interrumpió, y una mirada atormentada apareció en sus ojos—. Nunca podría hacerlo, Sondy. Me moriría de miedo. Tú ya me has dejado atrás.

Toller supo que había oído la voz normal de Sondeweere, pero sus palabras lo atravesaron con múltiples resonancias de significados, casi como si le hubiera hablado telepáticamente. Fueron ecos de sueños que nunca se había atrevido a soñar, de una visión que sólo vislumbró una vez, cuando montaba los vehículos a propulsión bajo los rayos del sol, de poder seguir y seguir hasta la muerte saciando sus ojos, su mente y su alma con imágenes que nunca antes había visto, de nuevos mundos, nuevos soles, nuevas estrellas, siempre algo nuevo, nuevo, nuevo. Era una perspectiva que el arquitecto del universo podría haber diseñado especialmente para él. La idea inundó el oscuro vacío del centro de su ser con una luz intensa, una luz alegre; y se prometió que, no importaba lo escasas que fuesen las posibilidades de ganar…

—Yo iría contigo —murmuró—. Por favor, llévame.

Sondeweere se volvió hacia él, atravesándole con la fuerza de su mente como el haz luminoso de un faro, y él esperó aturdido la respuesta.

—Toller Maraquine, afirmé que tus razones para venir a Farland no eran buenas —dijo—, pero tu razón para querer abandonarlo tiene cierto mérito. No prometo nada, porque todos podemos morir dentro de unos minutos; pero si logramos apoderarnos de la nave simbonita, el universo es tuyo.

—Gracias… —la voz de Toller fue como un quejido de dolor, y tuvo que contener las lágrimas—. ¡Gracias!

El reborde del cráter era bajo, no muy diferenciado del terreno que lo rodeaba, y no se destacaba sobre el horizonte. Una tenue iluminación general, acompañada por el efecto difuminante de la lluvia, evidenció que el vehículo de transporte se encontraba a poco más de un kilómetro antes de que Toller pudiera distinguir alguna señal de que estaba defendido.

Tal como dijo Sondeweere, había una verja alta alrededor del borde, apenas visible como una elipse grisácea, y un bulto oscuro sugería la entrada. Su telescopio resultó prácticamente inútil debido al movimiento del vehículo, pero las imágenes desenfocadas le revelaron al menos que ante la puerta había otros dos vehículos mecánicos. Los farlandeses aparecían como manchas negras que se movían en sus proximidades.

—Tenemos que evitar la puerta e irrumpir a través de la verja —le dijo a Sondeweere—. ¿No puedes hacer que el vehículo vaya más aprisa?

—Sí, pero en este terreno existe el riesgo de que se rompa un eje.

—Usa tu mejor criterio, pero recuerda que si no pasamos de esa forma no conseguiremos nada.

Toller se volvió hacia los otros, y al momento supo que habían experimentado una pérdida de confianza, algo que muchas veces había visto en los minutos que precedían a una batalla. El rostro de Bartan parecía casi luminoso por su palidez; e incluso Berise y Wraker, expertos en el arte abstracto de matar a larga distancia, tenían un aspecto de lúgubre incertidumbre. Sólo Zavotle, ocupado en revisar su rifle, parecía imperturbable.

—No intentéis planear nada con anticipación —les dijo Toller—. Creedme: podéis confiar en que el brazo que sostiene vuestra espada pensará por vosotros todo lo que sea necesario. Ahora quitemos la cubierta.

En pocos segundos, la tela gruesa que protegía la carreta del mundo exterior fue desmontada y arrojada detrás del vehículo, que se tambaleaba peligrosamente. La fría lluvia caía sobre las figuras vestidas con ropas ligeras.

—Hay algo más que debéis tener en cuenta —Toller levantó la mirada hacia el cielo encapotado y esbozó una exagerada mueca de asco—: cualquier cosa es mejor que vivir en este lugar detestable y convertirse poco a poco en un pez.

Las risas que provocó su comentario fueron más fuertes de lo que merecía, pero Toller sabía desde hacía tiempo que las sutilezas estaban fuera de lugar en el humor del campo de batalla, y le satisfizo que aún se mantuviesen puentes psicológicos tan vitales entre él y la tripulación. Sacó la espada y se colocó detrás de Sondeweere, mirando adelante por encima de la cabina de conducción.

El vehículo de transporte empezaba ahora a subir hacia el borde del cráter, y podía distinguir que la verja estaba hecha de una especie de lanzas metálicas mezcladas con gruesos postes. Le pareció necesario que Sondeweere tratara de aumentar la velocidad y el impulso, pero después recordó que ella comprendía la mecánica de funcionamiento mucho mejor que él. Por delante la chimenea escupía bocanadas de color anaranjado, mientras el vehículo ascendía dando tumbos hacia la cima de la pendiente. Toller vio a su izquierda varios farlandeses que corrían, y más allá divisó una mancha grisácea en el paisaje que le reveló que las obras de la carretera estaban a poco más de un kilómetro.

—¡Sujetaos! —gritó, y se agarró al techo de la cabina.

El vehículo se empotró en la verja. Toda la sección se desprendió de su soporte y cayó hacia dentro. El sonido del impacto se mezcló con un terrible estruendo procedente del motor y una explosión silbante; los vapores calientes se expandieron alrededor de la caldera, tiñendo de blanco durante un momento todo el escenario. Por su propio impulso, el vehículo se deslizó hacia una depresión circular en el centro de la cual se encontraba la nave simbonita. Estaba situada en una zona de obra de albañilería, cercada por lo que parecía ser un foso o un amplio canal de desagüe.

Toller había estado intentando imaginarse cómo sería la nave, pero eso no lo había preparado para la visión de una esfera metálica casi lisa, sostenida por tres patas resplandecientes acabadas en almohadillas circulares. La esfera debía de tener unos diez metros de diámetro y un anillo de lo que parecían ser portillas en la mitad superior, pero no había ningún indicio de entrada.

Tras contemplar un instante la extraña nave que materializaba su futuro, Toller vio a los farlandeses vestidos de marrón que llegaban a la brecha abierta en la verja, y corrían hacia su vehículo desde la derecha. Aunque estaban ahora en una pendiente que bajaba, perdían velocidad con rapidez entre una serie de chasquidos metálicos, y los farlandeses podrían interceptar su camino sin demasiados problemas. Parecían figuras grotescas mientras iban acercandóse con sus piernas rechonchas y las capuchas caídas hacia atrás, descubriendo sus cráneos sin pelo.

El estómago de Toller se contrajo en un espasmo helado cuando descubrió que no llevaban armas.

—¡Atrás! —gritó contra su voluntad a los dos que llegaron al costado del vehículo.

Uno de ellos dio un salto y se agarró al lateral, mientras el otro se arrojaba sobre la plataforma móvil de la cabina, asiendo a Sondeweere con mano fuerte. Toller aporreó el cráneo descubierto con un golpe de espada que se hundió en su cabeza, y el extraño ser cayó fuera sin ningún ruido, lanzando un chorro de sangre.

El otro, mientras intentaba trepar por el lateral, se encontró con la espada de Wraker en la garganta. Su cuerpo se escurrió hacia abajo, pero sus dedos quedaron a la vista, obstinadamente sujetos al borde de madera. Wraker y Berise asestaron sendos golpes de espada sobre ellos para que cayese, y quedó tirado en el suelo.