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Para sorpresa de Toller, el del cráneo abierto estaba en pie de nuevo, y aun dio varios pasos tras la estela grasienta del vehículo antes de caer de rodillas hacía delante.

«Son difíciles de matar», pensó Toller. «Estos tipos bajitos podrían acabar con gigantes».

Al fin el vehículo se detuvo con gran estruendo y numerosas sacudidas, envuelto en humo y niebla. Toller miró hacia la puerta de entrada del borde del cráter y vio que nuevos farlandeses se acercaban por la pendiente en grupos de dos o tres. Unos leves destellos ocasionales le revelaron que iban armados. Tomó el rifle, trepó sobre el lateral del vehículo, y saltó al suelo mientras los demás lo imitaban.

Sondeweere salió antes que los demás, sin ningún arma, y cruzó corriendo un sencillo puente de madera. Toller y los otros la siguieron, sintiendo que los tablones temblaban bajo sus pies.

Cuando Sondeweere se acercó a la nave, se abrió en un lado una sección rectangular, deslizándose hacia fuera sobre bisagras curvas. Toller se detuvo de repente, levantando el rifle.

—¡No dispares! —le gritó Sondeweere—. Ya he abierto la puerta. Ahora descenderá una escalera, o… o…

Un tono vacilante, extraño a ella, apareció en su voz. Toller siguió la dirección ascendente de su mirada y advirtió que los ganchos metálicos situados bajo el vano de la puerta estaban vacíos y, durante un momento, su mente de soldado alcanzó el mismo nivel que la de ella al comprender que normalmente sujetaban la escalera de acceso a la nave. Alguien había tomado la simple y práctica precaución de quitarla, y en consecuencia impedir la entrada tanto a los genios como a los tontos. El borde inferior del vano estaba a unos tres metros y medio sobre el suelo, sobre la mitad inferior de la esfera, y para un individuo de la estatura de los farlandeses esa altura suponía una barrera formidable. Pero para los humanos…

—Traed la carreta por el puente —gritó Zavotle—. Podemos escalar subidos a ella.

—¡Ya no puede moverse! —contestó Sondeweere—. Y además el puente es poco resistente…

—Podemos llegar hasta la puerta —gritó Toller, depositando sus armas en tierra—. Sondeweere, lo lógico es que tú seas la primera. Súbete a mis hombros. ¡Vamos!

Dirigió una breve mirada hacia los farlandeses que avanzaban, después hizo un gesto que implicó a Zavotle, Wraker y Berise.

—¡Adelantaos y defended el puente! Usad los rifles siempre que sea necesario. Coged el mío y persuadid a esos desgraciados de que será mejor que se mantengan lejos. E intentad desprender los tablones, si podéis.

Corrieron hacia el puente, abriendo las bolsas donde transportaban las esferas de presión, dentro de las cuales ya se habían combinado unas proporciones mínimas de pikon y halvell. Toller se situó bajo la puerta de la nave y extendió sus brazos hacia Sondeweere, que se acercó a él de inmediato. La cogió por la cintura y la levantó hacia sus hombros, una operación a la que ella contribuyó escalando con los pies en su pecho. Se puso de pie sobre ellos, y mantuvo el equilibrio sujetándose al vano de la puerta.

Simultáneamente los primeros grupos de farlandeses corrían pendiente abajo entrando en el campo de acción de los rifles, y los defensores abrieron fuego. La primera descarga pareció abatir a uno solo de los atacantes, pero los estampidos de los rifles, amplificados por el anfiteatro natural, provocaron un gran desorden. Resbalaban y chocaban unos con otros en un esfuerzo por frenar la avalancha que caía.

Toller apartó la vista del escenario para colocar sus manos bajo los pies de Sondeweere y, mientras estiraba los brazos para empujarla hacia la puerta, advirtió una pausa inquietante antes de que los rifles disparasen de nuevo. La demora, producida por la necesidad de sacar la esfera gastada y reemplazarla por otra, era la principal causa de su escaso interés por las armas de fuego.

En el momento en que Sondeweere estuvo a salvo dentro de la nave, los farlandeses empezaron a darse cuenta de que a pesar de lo aterrador que fuese el impacto psicológico de las armas desconocidas, los daños infligidos habían sido escasos en realidad. De nuevo embistieron hacia delante con las espadas cortas en la mano. Una nueva ráfaga de disparos, esta vez a un alcance más corto, derribó al menos a tres más, pero no logró detener el avance general.

—¡Busca una cuerda! —gritó Toller a Sondeweere.

—¿Cuerda? En esta nave no se usan cuerdas.

—¡Pues busca alguna cosa parecida!

Toller se volvió hacia el puente a tiempo para ver que un grupo de farlandeses lo cruzaba en tropel.

Ilven Zavotle, hasta entonces luchando su propia guerra contra su enemigo particular, corrió a hacerles frente con el rifle en la mano izquierda y la espada en la derecha. Disparó el rifle a quemarropa contra la prominente barriga de un farlandés y al momento se perdió entre la confusión de brazos y espadas. A Toller se le escapó un sollozo al contemplar que su viejo amigo, el paciente solucionador de problemas, estaba siendo acuchillado hasta la muerte.

En pocos segundos se produjo una nueva oleada de disparos de rifle; esta vez, en la estrechez del puente, el efecto sobre los farlandeses fue apreciable. Retrocedieron, dejando a los muertos y a los heridos que se agitaban espasmódicamente, pero sólo hasta el extremo opuesto del puente, donde uno que parecía el jefe comenzó a arengarlos en una extraña lengua entrecortada. Mirándolos desde el otro lado del puente ensangrentado, los tres overlandeses que quedaban recargaron con premura sus rifles.

Toller corrió hacia sus compañeros, mirando hacia la nave al mismo tiempo; Sondeweere era visible en el rectángulo oscuro de la entrada, contemplando con impotencia la lucha.

«Estaré contigo pronto», prometió Toller en su interior, repeliendo a un nuevo enemigo, un enemigo de la mente que podía provocar incluso mayores estragos que el adversario externo, implantando la idea de que la derrota era inevitable. Acercándose al puente desde un lado, confirmó su primera impresión de que no consistía en más que una serie de gruesos tablones apoyados sobre una repisa de albañilería en cada lado del foso.

—Berise —gritó—, coge los rifles y trata de usarlos todos. ¡Bartan y Dakan, ayudadme con esos tablones!

Se arrodilló junto al puente, agarró el tablón más cercano y, empleando toda la fuerza de su espalda y sus piernas, lo levantó. Bartan y Wraker le ayudaron, y juntos dieron la vuelta al enorme madero y lo arrojaron al foso. Hubo un grito entre los farlandeses y una nueva acometida a través de las cinco tablas restantes. Berise disparó los cuatro rifles en una rápida sucesión, durante la cual Toller y sus ayudantes, trabajando con una fuerza pasmosa, levantaron y eliminaron cuatro maderos más, lanzando los cuerpos de vivos y muertos a las aguas marrones.

Toller evitó mirar a aquella extraña cosa roja y blanca que había sido Zavotle. Recogió su espada, mientras los desesperados farlandeses corrían sobre el último madero.

Wraker, ya delante de ellos, asestó una estocada lateral en el cuello del primero, que lo arrojó rodando hacia el foso. Berise disparó al siguiente farlandés en la garganta, lanzándolo hacia atrás sobre el que le seguía. Ambos se tambalearon y cayeron por un lado, pero en el mismo momento en que caía del puente, el que estaba herido arrojó su espada. La pesada arma corta voló con aterradora exactitud y se enterró casi hasta la empuñadura en el estómago de Wraker. Éste emitió un terrible eructo burbujeante, pero se mantuvo firme.

Toller saltó por encima de él, cayendo de rodillas, y agarró el último tablón. Éste, que se encontraba cubierto de algas y con el peso adicional de los farlandeses que estaban encima, se resistió a sus músculos ya en su máxima tensión. Oyó vagamente otro disparo de rifle y tuvo la conciencia de que Bartan tomaba una posición para protegerlo. Empujó el tablón a un lado, esta vez ayudado por la resbaladiza superficie de mampostería, y casi consiguió sacarlo del soporte sobre el que se apoyaba. Dos farlandeses se acercaron en el momento en que hacía el último esfuerzo por separar el tablón, y oyó el impacto de dos golpes justo encima de él cuando Bartan se ocupó de ellos. En el momento en que Toller se retiraba hacia atrás gateando y empezaba a incorporarse, la punta de una espada rozó su oreja derecha.