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—Creo que ése es el mensaje del mariscal del aire —dijo Toller, hablando en voz baja—. Tenemos visitantes del Viejo Mundo.

Capítulo 2

Las más de treinta carretas de la expedición del Primer Patrimonio habían viajado mucho.

Sus maderas estaban combadas y astilladas, poco quedaba de la pintura original y las averías se hicieron tan frecuentes que la marcha casi nunca superaba los quince kilómetros al día. A pesar del buen estado de los pastos del camino, los cuernazules que proporcionaban la fuerza motriz a la expedición estaban cansados y enflaquecidos, debilitados por las enfermedades producidas por el agua y los ataques de los parásitos.

Bartan Drumme, el explorador designado para la aventura, llevaba las riendas de la primera carreta mientras la caravana avanzaba con dificultad hacia la cima de un cerro bajo. Ante él se desplegaba un paisaje de tierras pantanosas de extraños colores, verdes blancuzcos y amarillentos en especial, salpicados de árboles achaparrados y asimétricos y retorcidos picos de roca negra. La visión no habría desagradado a un viajero normal, pero para alguien que se suponía que guiaba un grupo de hombres esperanzados hacia un paraíso de fertilidad era muy deprimente.

Protestó en voz alta al relacionar mentalmente los diversos factores y sacar la conclusión de que tardarían al menos cinco días más en llegar a la franja horizontal de colinas verdiazules que marcaba el límite de la hondonada cenagosa. Jop Trinchil, que era el que había concebido y organizado la expedición, cada vez se sentía más desilusionado respecto de él, y esta nueva contrariedad no mejoraría la relación entre ambos. Pensando en eso, Bartan comprendió que tendría suerte si algún otro campesino del grupo continuaba dirigiéndole la palabra. Podía decirse que sólo le hablaban cuando era necesario, y tenía la inquietante sensación de que incluso la lealtad de su prometida Sondeweere empezaba a resquebrajarse ante su falta de éxito.

Decidiendo que sería mejor afrontar directamente la furia colectiva, detuvo su carreta, echó el freno y saltó sobre la hierba. A mitad de su veintena, era un hombre alto, de cabello negro, cuerpo esbelto y ágil, y cara redonda y juvenil. Fue su cara, de expresión serena, alegre e inteligente, lo que le ocasionó las primeras dificultades con los campesinos, la mayoría de los cuales se sentían inclinados a desconfiar de los hombres cuya imagen difiriera de las suyas propias. Consciente de los problemas que se le presentarían en los próximos minutos, Bartan se esforzó al máximo por parecer competente y tranquilo cuando indicó a la caravana que se detuviese.

Como había previsto, no hubo necesidad de convocar una reunión. Tras contemplar durante unos segundos el triste panorama que se extendía ante ellos, los campesinos y sus familias abandonaron sus carretas y se acercaron a él, rodeándolo. Cada uno de los miembros de la expedición parecía gritar algo diferente, produciendo una terrible confusión de sonidos, pero Bartan supuso que sus quejas se referían por igual a su habilidad como explorador y al hallazgo de aquella tierra estéril e impracticable. Incluso los niños pequeños lo contemplaban con evidente desdén.

—Bueno, Drumme, ¿qué cuento fantástico vas a contarnos esta vez? —preguntó Jop Trinchil, con los brazos cruzados ante su grueso pecho.

Era un hombre gordo de cabello grisáceo, pero soportaba bien su peso excesivo y tenía unas manos que parecían herramientas de labranza naturales. Daba la impresión de que en una lucha directa sería capaz de vencer a Bartan sin que se alterara siquiera el ritmo de su respiración.

—¿Cuento? ¿Cuento? —Bartan, para tomarse tiempo, decidió fingirse indignado—. Yo no trafico con cuentos.

—Ah, ¿no? Nos dijiste que conocías este territorio.

—Les dije que había volado sobre esta región muchas veces con mi padre, pero eso fue hace mucho tiempo; y hay diferencias entre lo que uno ha visto y lo que recuerda.

Las últimas palabras fueron pronunciadas por Bartan sin pensar, e inmediatamente se maldijo por haber dado al hombre otra oportunidad de usar su supuesta agudeza, a la que tanta afición tenía.

—Me sorprende incluso que te acuerdes de apuntar lejos el miembro cuando meas —dijo Trinchil lentamente, mirando a su alrededor solicitando risas.

«Y a mí me sorprende que recuerdes siquiera dónde tienes el tuyo», pensó Bartan, guardándose la respuesta para él a pesar de que los que le rodeaban, especialmente los niños, estallaron en risas incontenidas. Jop Trinchil era el tutor de Sondeweere, con poder para prohibirle el casamiento, y reaccionaba tan mal cada vez que era superado en un duelo verbal, que ella obligó a Bartan a prometer que no volvería a demostrarle su superioridad.

—No veo ningún interés en seguir hacia el oeste —apuntó un joven campesino llamado Raderan—. Voto porque vayamos al norte.

Otro dijo:

—Estoy de acuerdo. Si seguimos mucho más vamos a acabar llegando al sitio de donde salimos, pero por la dirección contraria.

Bartan movió la cabeza.

—Si vamos hacia el norte llegaremos a Nuevo Kail, que ya está colonizado, y seréis obligados a separaros y ocupar los peores lugares. Creo que el propósito de esta expedición era encontrar buenas tierras y fundar allí una comunidad.

—Ése era el propósito, pero cometimos el error de no contratar a un guía profesional —dijo Trinchil—. Cometimos el error de contratarte a ti.

La verdad contenida en aquella acusación le produjo más efecto que la forma vehemente en que fue pronunciada. Después de conocer a Sondeweere y enamorarse de ella, se sintió desolado al saber que ella iba a marcharse de Ro-Amass con la expedición, y en su deseo de ser aceptado por Trinchil y los otros exageró los conocimientos que tenía de esta parte del continente. En su apasionamiento casi se había convencido de que podía recordar las características geográficas de la vasta zona, pero a medida que las carretas avanzaban hacia el oeste, las deficiencias de su memoria y de gran cantidad de mapas esquemáticos se hicieron más evidentes.

Ahora estaba enfrentándose a las consecuencias de sus manipulaciones, sobre sí mismo y sobre los demás, y algo en la actitud de Trinchil le hacía temer que aquellas consecuencias incluirían un elemento de dolor físico. Alarmado, Bartan se protegió los ojos de la luz del sol y examinó de nuevo el terreno pantanoso, esperando distinguir alguna característica que estimulase su memoria. Casi en seguida advirtió una hendidura en la línea horizontal que limitaba la zona, una hendidura que podía ser el lecho de un río. ¿Cómo se vería desde el aire? ¿Como un fino y blanco dedo señalando hacia el oeste? ¿Se estaba engañando otra vez, o se trataba de una imagen guardada en algún rincón de su mente? Y estaba asociada, al parecer, a una visión aún menos precisa de unas praderas fértiles y ondulantes atravesadas por riachuelos de aguas transparentes.

Decidido a jugar hasta el final, Bartan soltó una fuerte risotada, usando su técnica vocal para que sonara natural y espontánea. La mandíbula de Trinchil, cubierta de cerdas plateadas, se distendió por la sorpresa, y las protestas del resto del grupo cesaron bruscamente.

—No veo nada divertido en nuestra situación —dijo Trinchil—. Y aún menos en la tuya —añadió en tono amenazante.

—Lo siento, lo siento —Bartan lanzó una risita y entornó los ojos, dando la imagen de un hombre que trata de controlar un verdadero júbilo—. Es cruel por mi parte, pero tú sabes que no puedo resistirme a mis propios chistes; y acabo de imaginarme tu cara al creer que toda la aventura había fracasado. Pido disculpas sinceramente.

—¿Has perdido la razón? —preguntó Trinchil, cerrando los puños, convirtiendo sus manos en enormes porras—. Explícate en seguida.