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– O acusaría a su hijo de las llamadas.

– Es bastante ingenioso. Fox dijo que planeaban llevarse las cintas para que no supiéramos que las llamadas habían tenido lugar. Ésa es la razón por la que creo que tenía la intención de asesinar al anciano.

– Y entonces aparecieron Mark Ankerton y Nancy Smith.

– Exacto.

– ¿Qué dijo Fox al respecto?

– Que Bartlett ordenó seguir adelante de todos modos.

– ¿Cómo?

– Usando a Vera.

El inspector soltó un gruñido de diversión.

– Esa mujer le resulta muy útil. Le echa la culpa de todo.

– Sabe perfectamente cómo utilizar a las mujeres. Mire a las señoras Bartlett y Weldon.

– Un aquelarre de brujas de mierda -dijo el inspector con aire taciturno, mirando por la ventana-. Eso es lo que ocurre cuando los ricos hijos de puta exportan la inflación a las zonas rurales. Las comunidades desaparecen y la escoria aflora.

– ¿Me estás pinchando?

– ¿Por qué no? Tu casa tiene el doble de terreno que la mía, y eso que yo soy un puñetero inspector.

– Cuestión de suerte.

– ¡Y un huevo! Debería haber un impuesto para la gente como tú y Bartlett, que utilizan su pasta gansa para privar de sus hogares a la gente del campo. De esa manera, ambos os hubierais quedado en Londres y yo no tendría un psicópata en mis calabozos.

Monroe sonrió con picardía.

– Hubiera venido de todos modos y tú no tendrías mis conocimientos a tu disposición.

Otro gruñido divertido.

– ¿Y qué hay de las señoras Bartlett y Weldon? ¿Alguna idea? Ankerton está detrás de ellas, pero el coronel se niega a acusarlas porque no quiere que las acusaciones de incesto sean del dominio público. Dice, y en eso coincido con él, que no importa la relevancia que pueda tener la prueba del ADN, la calumnia seguirá ahí.

Monroe se acarició la barbilla.

– ¿Arresto y advertencia? A un chico de quince años le resbalaría, pero tratándose de un par de arpías de mediana edad, eso las horrorizará.

– No estoy seguro de ello -dijo el inspector-. Estarán coligadas antes de que termine la semana, culpando a Bartlett de sus problemas. No tienen otras amigas. Se podría argumentar que fue el coronel quien se buscó ese lío. Si hubiera sido más hospitalario con los recién llegados, esas mujeres no se habrían comportado de esa manera.

– Espero que no se te haya ocurrido decir nada parecido a Mark Ankerton.

– No fue necesario. Parece que el coronel llegó a esa conclusión por sus propios medios.

Nancy y Bella estaban de pie una al lado de la otra ante el gran ventanal, contemplando a James y Wolfie en el jardín. Wolfie parecía el muñeco Michelin, enfundado en unos abrigos viejos de talla grande, que Mark encontró en un baúl en el antiguo dormitorio de Leo, mientras que James había decidido vestir el vetusto capote de su tatarabuelo. Ambos estaban de espaldas a la casa, contemplando el valle y el mar a lo lejos, y por los gestos de James parecía que le estaba contando a Wolfie la historia abreviada de Shenstead.

– ¿Qué le va a pasar al pobre pilludo? -preguntó Bella-. No me parece correcto dejar que se lo trague el sistema. A los niños de su edad nunca los adoptan. Lo pasarán de una madre de acogida a otra hasta que comience a ponerse borde en la adolescencia y entonces lo internarán en un centro estatal.

Nancy negó con la cabeza.

– No lo sé, Bella. Mark está revisando los archivos de Ailsa, a ver si puede encontrar una copia de la solicitud de alojamiento que hizo. Si puede hallar un nombre… si Wolfie era uno de los niños… si Vera tenía razón cuando dijo que le había enseñado buenas maneras… si tiene parientes… -Se interrumpió-. Demasiados «si» -añadió con tristeza-. Y el problema es que James cree que Fox o Vera hicieron la misma búsqueda. Según él, las cajas de Ailsa estaban almacenadas cuidadosamente la última vez que entró en la habitación… Ahora están desperdigadas por todas partes.

– Martin Barker tampoco tiene muchas esperanzas. Cuando se celebró el festival musical, él era el policía de la comunidad y cree recordar a una mujer con dos hijos. -Tocó el hombro de Nancy tratando de consolarla-. Es mejor que te lo diga ahora, cariño. También me dijo que encontraron ropa de niños y mujeres en un escondrijo dentro del autocar de Fox. Creen que se trata de trofeos, como las colas de zorro que tenía colgadas.

Los ojos agotados de Nancy se inundaron de lágrimas.

– ¿Wolfie lo sabe?

– No se trata de un niño o una mujer, Nancy. Dice Martin que hay diez prendas, todas de diferente talla. Las están examinando para comprobar cuántos tipos de ADN hay. Por lo que parece, Fox se dedicaba a matar en serie.

– ¿Por qué? -preguntó Nancy con aire de indefensión.

– No lo sé, cariño. Martin dice que la gente lo aceptaba con más facilidad si tenía a su lado a una mujer con niños… Así que recogió a algunas desamparadas y, cuando se hartaba de oírlas llorar… las mataba a martillazos. -Levantó los hombros y suspiró profundamente-. Yo diría que el muy hijo de puta disfrutaba con eso. Seguro que eliminar a personas que a nadie le importaban una mierda le daba una sensación de poder. Para ser sincera, me aterra. Me pregunto qué hubiera podido pasarnos a mí y a las niñas si hubiera sido tan estúpida como para enamorarme del muy cabrón.

– ¿Sentiste la tentación?

Bella hizo una mueca.

– Durante un par de horas, después de fumar un poco de hierba. No confiaba en él pero me gustaba la manera que tenía de hacer que las cosas ocurrieran. Míralo así: puedo entender por qué la pobre Vera se enamoró de él. Quizá tu abuela también. Cuando quería podía ser encantador, eso tenlo por seguro. Siempre dicen que los psicópatas manipulan a la gente… y eso no es posible hacerlo sin tener carisma.

– Supongo que no -dijo Nancy, viendo cómo James se agachaba para pasar el brazo por la cintura de Wolfie-. ¿Por qué crees que dejó vivo a Wolfie?

– Si uno cree a Martin, porque necesitaba un niño para dar una imagen respetable en todo este lío de la posesión hostil. Hubiera podido recoger a una drogata con hijos en el último sitio donde estuvo. Quiero decir que no iba a estar mucho tiempo por aquí, así que daba lo mismo a quién trajera consigo. Yo hablé una sola vez con la madre de Wolfie y no me hubiera asombrado lo más mínimo que la hubiera cambiado por otro modelo. -Volvió a suspirar-. Eso hace que me sienta mal. Quizá pude haberla salvado de haber mostrado un mayor interés… pero uno nunca piensa que esas cosas puedan ocurrir, ¿verdad?

Ahora era el turno de Nancy de consolarla.

– No es culpa tuya. Dime, ¿cuál es tu teoría sobre Wolfie?

– Sé que parece una locura, pero creo que a Fox le gustaba. Es un cabroncete valiente… Me estuvo hablando sobre su manera de caminar «a lo John Wayne», para que Fox no pensara que estaba asustado… y de hablar como un pijo, para que Fox lo creyera inteligente. Quizá sea el niño especial al que el muy hijo de puta le tomó cariño. Según lo describe Wolfie, Fox lo drogó hasta las cejas antes de coger el martillo y acabar con Vixen y el Cachorro… y la única razón por la que Wolfie lo vio fue porque su hermanito lo llamaba. No hay un solo niño en el mundo que deba pasar por eso… pero hay que reconocer que Fox lo dejó fuera para no tener que matarlo.

– ¿Wolfie llegará por sí solo a esa conclusión?

– Espero que no, cariño. Va a tener suficientes traumas en su vida sin necesidad de que convierta a Fox en un puñetero icono.

Las dos se volvieron a un tiempo al oír a Mark entrar en la habitación.

– Es imposible -dijo con desaliento-. Si Ailsa tenía una copia, estoy seguro de que ahora no está ahí. Tendremos que cruzar los dedos con la esperanza de que la policía encuentre la suya. -Se reunió con ellas ante la ventana y puso un brazo en torno a cada una de las mujeres-. ¿Qué tal les va a esos dos?

– Creo que James debe de estar contándole cosas sobre la industria de la langosta -dijo Nancy. Y añadió con un suspiro-: No estoy segura de que el capote vaya a durar mucho más. Parece que empieza a descoserse por las costuras.