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Si tenemos en cuenta la prueba de la saliva en el distorsionador de voz, queda claro que usted fue la única persona que lo utilizó. Tampoco Eleanor firmó ninguna de las cuentas bancarias abiertas por usted. Además, las pruebas aportadas por la señorita Gemma Squires sobre el súbito interés que usted manifestó con respecto a Leo y Elizabeth Lockyer-Fox en julio, y en algunos secretos que pudiera conocer Vera Dawson sobre la familia, sugieren que usted era cómplice mucho antes de la participación de Eleanor en los hechos, hacia finales de octubre.

No estaría cumpliendo con mi deber si no le recordara que los tribunales imponen penas más duras cuando no es posible justificar una declaración de inocencia. Los cargos a los que se enfrenta han sido reducidos de manera considerable desde que la policía y la fiscalía aceptaron su garantía de no tener conocimiento alguno de las armas escondidas en el autocar de Wells o de sus intenciones asesinas. Sin embargo, otra vez debo señalar que su ignorancia de esos hechos socava la propuesta de defensa por intimidación.

Si usted desconocía que Wells iba armado y que estaba dispuesto a atacar a todo el que se interpusiera en su camino, su defensa parecería poco convincente. Si usted sabía que él iba armado, entonces correría el riesgo de que volvieran a presentarse una serie de cargos, en particular los relativos a la posesión de armas ilegales por parte de Wells. Le insto a que, en los próximos días, considere estas posiciones tan conflictivas, sobre todo por no contar con una explicación satisfactoria sobre cómo aparecieron en su cuenta bancana sumas por valor de 75.000 libras esterlinas.

Su corredor de Bolsa no tiene conocimiento de las acciones que usted dice haber vendido y tampoco usted ha sido capaz de aportar pruebas documentales de que alguna vez estuvieran en su poder. La situación se complica aún más por las alegaciones ulteriores de su antiguo jefe de que usted recibió la oferta de prejubilación después de que en su departamento se descubriera un fraude de «gastos» que se prolongó durante un período de diez años. A pesar de que usted niega y sigue negando su participación en este fraude, resulta ingenuo cerrar los ojos ante las implicaciones de una investigación policial de sus actividades. Si no quiere enfrentarse a cargos adicionales, necesitará presentar un inventario verídico de sus fondos.

Si usted hubiera optado por mantenerse en silencio durante el interrogatorio en lugar de permitirse responder a las provocaciones, quizás un cambio de abogado podría aportar una «mirada imparcial» a su caso. Sin embargo, me veo en la obligación de decirle que no creo que el silencio lo hubiera ayudado. Las pruebas contra usted son forenses así como circunstanciales, y cualquier abogado le aconsejaría reconsiderar su defensa a la luz de todo eso.

La fiscalía puede presentar pruebas testimoniales de que usted se reunió con Brian Wells en un pub el 23 de julio, aunque tendrán dificultades para probar intención en lugar de casualidad. Las pruebas de Vera Dawson son inadmisibles a causa de su demencia senil; por lo tanto, las alegaciones de Wells de que ustedes se reunieron varias veces en la casa del guarda no han sido probadas. Sin embargo, la afirmación de la señorita Squires de que ella lo acompañó el día 26 de julio y vio a Brian Wells por la ventana puede perjudicarle, así como el mensaje de correo electrónico que usted le envió el 24 de octubre en el que describe a su esposa como «una idiota. Ella creerá cualquier cosa de L-F porque lo odia con toda su alma». Sin duda ello dará lugar al establecimiento de ciertas conclusiones, ya que el encuentro de Eleanor con Brian Wells y Vixen tuvo lugar el 23 de octubre.

El 27 de diciembre de 2001 usted negó que el coronel o la señora Lockyer-Fox le mostraran unos bocetos de Monet, hecho que ha sido declarado por el coronel. Pero las huellas dactilares prueban que tanto usted como Wells manipularon uno de los bocetos de Monet guardados en la caja fuerte del coronel durante los últimos dos años, lo que verifica la declaración de Wells de que él se lo entregó y usted le dijo que lo devolviera a su lugar porque estaba «demasiado bien autentificado» para poderlo vender. Además, usted no ha sido capaz de explicar por que sus huellas aparecieron en varias piezas de plata encontradas en el autocar de Brian Wells. Hay pruebas testimoniales de que vendió en Bournemouth vanas joyas que posteriormente han sido identificadas como pertenecientes a Ailsa Lockyer-Fox. Lo más dañino es que en el sobre que contenía la carta dirigida a su esposa, y que supuestamente provenía de Leo Lockyer-Fox, se han hallado restos de su saliva, tras realizar la prueba del ADN en el sello postal.

Con todo respeto, usted no ha ofrecido ninguna refutación plausible de esta prueba, salvo decir que la señorita Squires es «una zorra desesperada que diría cualquier cosa porque le gusta el sargento detective Monroe» y que «las pruebas de las huellas dactilares fueron puestas allí para inculparlo». Eso no convencerá a un jurado ni a un juez, por lo que le pido que reconozca que mis esfuerzos para reducir los cargos contra usted podrían dar como resultado una sentencia moderada si con ello se evita que el coronel Lockyer-Fox y su familia tengan que sufrir más. Siguiendo el mismo criterio, el tribunal le mostrará mucha menos simpatía si obliga a la nieta del coronel a oír las acusaciones de incesto que, según las pruebas, son falsas.

Para concluir, me gustaría recordarle que también su abogado tiene derecho a negarse a defenderlo. Entiendo sus numerosas frustraciones, sobre todo en cuanto al procedimiento de divorcio, la pérdida de amigos y la imposibilidad de tener libertad de movimientos, pero no tengo la obligación de soportar el tipo de lenguaje que usted ha empleado esta mañana. Si eso vuelve a ocurrir, me veré obligado a solicitarle que acuda a otro colega.

Atentamente,

Gareth Hockley

Treinta y dos

Principios de noviembre de 2002

Nancy aparcó junto a la casa del guarda y echó a andar a través del huerto. Estaba muy cambiado en comparación a la última vez que ella había estado allí, casi un año atrás, cuando en Bovington le habían dado permiso para recuperarse en su hogar de Herefordshire. Su intención había sido regresar en verano pero le fue imposible. En lugar de eso, la habían vuelto a destinar a Kosovo.

Habían removido los canteros y un túnel de polietileno protegía las verduras invernales del hielo y el viento. Nancy abrió la puerta que daba al patio italiano de Ailsa. En las tinas habían sembrado crisantemos, ásteres y pensamientos perennes, y alguien había barrido el piso de adoquines y había pintado la puerta y las ventanas de la trascocina. Había bicicletas infantiles recostadas en la pared y se oía música en la cocina.

Abrió la puerta de la impecable trascocina y la atravesó de puntillas hasta llegar al lugar donde se encontraba Bella preparando unos canapés. Su aspecto en nada había cambiado desde la última vez que Nancy la había visto, vestida de púrpura, tan ancha como una casa, con el cabello muy corto teñido con agua oxigenada.

– Hola, Bella -saludó desde la puerta.

La mujer dio un salto de alegría y corrió hacia ella para cerrar sus brazos en torno a la cintura de Nancy en un gran abrazo de oso.

– Sabía que vendrías. Mark pensó que te escabullirías en el último minuto pero yo le dije que de eso, nada.

Nancy se rió.

– Lo habría hecho si no me hubieras inundado el buzón de voz con tus mensajes. -Dejó que la llevaran a la cocina-. ¡Vaya! -dijo al contemplar las paredes recién decoradas-. Es impresionante, Bella… hasta huele bien.

– Es un trabajo hecho con amor, cariño. Pobre mansión. Nunca le hizo daño a nadie pero, sin duda, ha sido testigo de muchos sufrimientos y tribulaciones. He cambiado la mayoría de las habitaciones de la planta baja… nueva decoración… y con buen gusto. El coronel cree que todo ha mejorado… pero no me deja utilizar el color púrpura. -Puso sus manos a los lados del rostro de Nancy-. ¿Qué es eso de entrar por la puerta de atrás? Eres la invitada de honor. Engrasé la puerta principal para que no chirriara.